En algún rincón olvidado de la provincia soriana, donde las carreteras secundarias se tornan en caminos de tierra y el silencio es el único habitante permanente, se esconde La Estrella. Este pequeño núcleo rural de la España vaciada representa como pocos la dramática realidad de un territorio que agoniza lentamente mientras el país mira hacia otro lado. Soria, provincia que no alcanza los 90.000 habitantes, sigue perdiendo población año tras año mientras pueblos como La Estrella sucumben al abandono que pone los pelos de punta a cualquiera que recorra sus calles desiertas.
Hace apenas dos décadas, La Estrella contaba con una veintena de vecinos. Hoy, solo Paco Martínez, un octogenario de mirada serena y manos curtidas, mantiene viva la llama de este lugar que se niega a desaparecer del mapa. Como tantos otros núcleos de la geografía soriana, este pueblo se desangra lentamente mientras las casas, antaño rebosantes de vida, se convierten en poco más que esqueletos de piedra al cobijo de la naturaleza que, implacable, reclama lo que una vez fue suyo.
LA ÚLTIMA LUZ DE UN PUEBLO QUE SE RESISTE A MORIR
No hay nada más sobrecogedor que el silencio de un pueblo abandonado. Quien visita La Estrella por primera vez experimenta una sensación indescriptible, mezcla de melancolía y admiración por quienes resistieron hasta el final en este rincón de Soria. Solo un viejo farol, que Paco enciende religiosamente cada atardecer frente a su casa en la plaza, ilumina tímidamente las fachadas desconchadas que alguna vez albergaron familias enteras.
La casa de Paco, última morada habitada del pueblo, se mantiene en pie desafiando al tiempo. «Aquí nací y aquí moriré», repite con firmeza cuando se le pregunta por qué no se marcha. A sus 87 años, vive con la única compañía de sus recuerdos y algunas fotografías amarillentas que conserva como su mayor tesoro, testimonios silenciosos de épocas mejores. La soledad es su compañera más fiel, pero él la acepta con la resignación de quien ha visto partir, uno a uno, a todos sus vecinos.
ÉXODO RURAL: CUANDO LAS ESCUELAS CIERRAN Y LOS JÓVENES EMIGRAN
La historia de La Estrella no difiere mucho de la de centenares de pueblos en la provincia soriana. Todo comenzó a mediados del siglo XX, cuando España experimentó una profunda transformación económica. El antiguo colegio del pueblo, ahora convertido en un edificio fantasmal donde solo anidan golondrinas y crecen zarzas entre sus muros, cerró sus puertas en 1968 cuando el número de niños se redujo a tres.
Los jóvenes fueron los primeros en marcharse, atraídos por las oportunidades laborales que ofrecían ciudades como Zaragoza, Madrid o Barcelona. «En un solo día, en 1971, se marcharon cuatro familias completas», recuerda Paco mientras señala casas que hoy son ruinas. La despoblación de La Estrella se aceleró durante las décadas siguientes, como ocurrió en tantos otros municipios de Soria. Sin escuela, sin servicios médicos cercanos y con infraestructuras cada vez más deterioradas, solo los más arraigados a la tierra resistieron.
PATRIMONIO QUE SE DESMORONA ANTE LA INDIFERENCIA GENERAL
Uno de los mayores tesoros de La Estrella es su iglesia románica, joya arquitectónica del siglo XIII que permanece en pie por pura obstinación de la piedra. Dedicada a la Virgen, este templo guarda en su interior frescos medievales que se deterioran día a día debido a las goteras y la humedad. Lo que en otro lugar sería considerado patrimonio a proteger, aquí se desmorona lentamente en un silencio interrumpido únicamente por el ulular del viento que se cuela por ventanales sin cristales.
La plaza mayor, antaño epicentro de la vida social, conserva una fuente de piedra de la que ya no mana agua. Las festividades patronales, que congregaban a vecinos y visitantes, dejaron de celebrarse en 1998. «El último año éramos solo siete personas bailando», recuerda Paco con una sonrisa triste. Las tradiciones centenarias, transmitidas de generación en generación, se han perdido con la misma rapidez que se vaciaron las casas del pueblo. Solo quedan fotografías en blanco y negro y la memoria de los pocos que aún recuerdan cómo era La Estrella en sus días de esplendor.
CUANDO LA NATURALEZA RECONQUISTA LO QUE FUE HUMANO
Lo más impactante de recorrer las calles de La Estrella es contemplar cómo la naturaleza va apoderándose de lo que una vez construyó el hombre. Muros derruidos donde crecen higueras salvajes, tejados hundidos que han dado paso a pequeños ecosistemas donde anidan pájaros y proliferan plantas resilientes que encuentran su lugar entre las ruinas, ofrecen un espectáculo tan bello como desolador.
El abandono ha convertido a La Estrella en un lugar donde el tiempo parece haberse detenido. Calendarios de 1995 aún cuelgan en paredes de casas abandonadas a toda prisa, como si sus habitantes hubieran previsto volver algún día. Utensilios de cocina, muebles carcomidos por la humedad y hasta juguetes infantiles permanecen como testigos mudos de vidas interrumpidas. La sensación de estar ante un pueblo fantasma se intensifica al atardecer, cuando las sombras alargan los contornos de las ruinas y el silencio se vuelve casi ensordecedor, creando una atmósfera que estremecería al visitante más escéptico.
¿ESPERANZA O RESIGNACIÓN? EL FUTURO INCIERTO DE LA ESPAÑA VACIADA
Pese a la desolación que caracteriza a La Estrella, algunos ven en estos pueblos abandonados una oportunidad. El turismo rural, los neorurales en busca de una vida alejada del estrés urbano o las iniciativas de teletrabajo podrían insuflar nueva vida a estos territorios. Sin embargo, la realidad es que sin servicios básicos, sin conexiones de internet de calidad y sin políticas efectivas contra la despoblación, las perspectivas de revitalización son escasas.
Soria se ha convertido en símbolo de la España vaciada, término que ha calado en el debate público nacional durante los últimos años. Diversas plataformas ciudadanas luchan por visibilizar esta realidad y exigir medidas concretas. Mientras tanto, Paco continúa su rutina diaria en La Estrella, alimentando a sus gallinas y cuidando un pequeño huerto. «No me queda mucho», confiesa sin dramatismo, «y cuando yo me vaya, este pueblo morirá definitivamente». La perspectiva de un abandono total pende como una sentencia sobre este rincón de Soria que, como tantos otros, podría desaparecer de los mapas en las próximas décadas si no se revierten las tendencias demográficas actuales.