El imaginario popular suele señalar con dedo acusador a ciertos alimentos cuando se habla de dolencias como la hiperuricemia. Pensamos casi instintivamente en copiosas comidas ricas en carnes rojas o mariscos, esos festines que asociamos a excesos y que, ciertamente, tienen su cuota de responsabilidad en el aumento del ácido úrico. Sin embargo, existe un ‘enemigo’ mucho más cotidiano y socialmente aceptado que encabeza la lista negra para quienes sufren de gota, un adversario disfrazado de refrescante y popular bebida que a menudo pasa desapercibido en las recomendaciones dietéticas más superficiales.
La sorpresa para muchos llega al descubrir que no es un manjar sólido, sino líquido, el principal responsable de desencadenar esos dolorosos ataques que incapacitan las articulaciones. Hablamos de la cerveza, esa compañera inseparable de terrazas y aperitivos que, bajo su apariencia inocente, esconde una combinación particularmente perjudicial para los niveles de ácido úrico. Su doble impacto, aportando una cantidad significativa de purinas y dificultando su eliminación, la convierte en un factor de riesgo de primer orden, superando incluso a los sospechosos habituales en la dieta de quienes padecen esta condición metabólica.
¿POR QUÉ LA RUBIA ES MÁS PELIGROSA QUE UN CHULETÓN?

La mala fama de la carne roja en relación con la gota está bien documentada, y no es infundada, ya que contiene una cantidad considerable de purinas, esos compuestos que nuestro organismo descompone en ácido úrico. No obstante, el análisis detallado de la composición de la cerveza revela una verdad incómoda, su contenido en purinas por unidad de consumo puede ser incluso superior al de muchas carnes, especialmente si consideramos la cantidad que se suele ingerir en una reunión social. A esto se suma que las purinas presentes en la cerveza, particularmente la guanosina derivada de la levadura, parecen ser absorbidas y metabolizadas con especial rapidez por el cuerpo humano.
El quid de la cuestión reside no solo en la cantidad absoluta de purinas, sino en cómo interactúan con nuestro metabolismo y con otros factores asociados al consumo de esta bebida. Mientras que un filete puede formar parte de una comida más equilibrada que ralentice la absorción, la cerveza se consume a menudo sola o con aperitivos que no mitigan su efecto, llegando sus componentes directamente al torrente sanguíneo y al hígado, donde se inicia la producción de ácido úrico. Este impacto directo y rápido la convierte en un desencadenante más potente para un ataque agudo de gota.
PURINAS: EL INGREDIENTE OCULTO QUE DESATA LA TORMENTA

Las purinas son compuestos orgánicos esenciales que forman parte de nuestro ADN y ARN, y también se encuentran en muchos alimentos. Cuando nuestro cuerpo las metaboliza, el producto final de desecho es el ácido úrico, una sustancia que normalmente se disuelve en la sangre y se elimina a través de los riñones. El problema surge cuando hay un exceso de producción o una dificultad en la eliminación, lo que provoca que el ácido úrico se acumule y cristalice en las articulaciones, causando la inflamación y el dolor característicos de un ataque de gota.
La cerveza es especialmente rica en dos tipos de purinas: la adenina y, sobre todo, la guanosina, procedentes en gran medida de la levadura utilizada en su proceso de fermentación. Diversos estudios sugieren que la guanosina se convierte en ácido úrico de forma más eficiente que otras purinas, lo que significa que incluso cantidades moderadas de cerveza pueden elevar significativamente los niveles de ácido úrico en sangre. Este factor, combinado con el volumen que se suele consumir, explica por qué la cerveza tiene un impacto tan desproporcionado en el riesgo de padecer gota.
EL DOBLE FILO: DESHIDRATACIÓN Y CONCENTRACIÓN DE ÁCIDO ÚRICO

Más allá del aporte directo de purinas, la cerveza ejerce otro efecto pernicioso sobre el equilibrio del ácido úrico en nuestro organismo: su conocido efecto diurético. El alcohol presente en la cerveza inhibe la hormona antidiurética (ADH), lo que provoca que nuestros riñones liberen más agua de la habitual, llevándonos a orinar con mayor frecuencia y, si no se compensa adecuadamente, a un estado de deshidratación relativa. Este fenómeno es bien conocido por cualquiera que haya experimentado la sed característica tras una noche de cañas.
Esta deshidratación inducida por el alcohol tiene una consecuencia directa y muy negativa para quienes sufren de gota. Al reducirse el volumen de líquido en el torrente sanguíneo, la concentración de ácido úrico aumenta automáticamente, facilitando que este alcance el punto de saturación y precipite en forma de cristales de urato monosódico en las articulaciones y tejidos blandos. Por lo tanto, la cerveza no solo aporta ‘materia prima’ para fabricar ácido úrico, sino que también crea las condiciones idóneas para que este cristalice y cause problemas.
MÁS ALLÁ DE LA CERVEZA: OTRAS BEBIDAS ALCOHÓLICAS Y SU RIESGO

Aunque la cerveza se lleva la palma como la bebida alcohólica más perjudicial para la gota debido a su alto contenido en purinas y su efecto diurético, no es la única que debe consumirse con precaución. Los licores destilados, como el whisky, el vodka o la ginebra, aunque prácticamente no contienen purinas, siguen teniendo un potente efecto diurético debido a su graduación alcohólica, lo que puede contribuir a la concentración de ácido úrico y desencadenar ataques en personas susceptibles.
El caso del vino es algo más complejo y la evidencia científica no es tan concluyente como con la cerveza o los licores. Algunos estudios sugieren que un consumo moderado de vino tinto podría tener un impacto menor sobre los niveles de ácido úrico, e incluso algunos componentes como los polifenoles podrían tener efectos protectores, pero el alcohol que contiene sigue siendo un factor de riesgo por su efecto sobre la hidratación y el metabolismo hepático. En cualquier caso, para los pacientes con gota, la moderación extrema o la abstinencia total de cualquier bebida alcohólica suele ser la recomendación más segura.
CONSEJOS PRÁCTICOS: CÓMO NAVEGAR LAS REUNIONES SOCIALES SIN SUFRIR

Enfrentarse a situaciones sociales donde el consumo de cerveza es habitual puede ser un desafío para quienes deben controlar sus niveles de ácido úrico. Una estrategia fundamental es mantenerse bien hidratado bebiendo abundante agua antes, durante y después del evento, lo que ayuda a diluir el ácido úrico y facilita su eliminación renal. Optar por alternativas sin alcohol, como cerveza sin, refrescos light, zumos naturales diluidos o simplemente agua con gas y limón, permite participar del ambiente sin poner en riesgo la salud articular. La prevención es clave cuando se gestiona la gota.
Si se decide consumir alguna bebida alcohólica, es preferible elegir opciones con menor impacto potencial, como una copa de vino con moderación, y siempre acompañándola de agua. Es crucial recordar que la gestión de la gota va más allá de evitar la cerveza; implica seguir una dieta equilibrada baja en purinas en general, mantener un peso saludable, realizar ejercicio físico moderado y, fundamentalmente, seguir escrupulosamente el tratamiento médico prescrito si existe, ya que los fármacos hipouricemiantes son a menudo necesarios para mantener a raya la enfermedad de forma efectiva. Consultar con el médico o un dietista-nutricionista es siempre el mejor camino para personalizar las recomendaciones.