Una de las acepciones de la RAE dice que explotar es «utilizar abusivamente en provecho propio el trabajo o las cualidades de otra persona». La Agencia Europea de Derechos Fundamentales afirma que España es uno de los países donde más se explota, en especial en el sector agrícola, la hostelería y el trabajo doméstico.
La imaginación colectiva nos lleva hacia el pobre cocinero que soporta jornadas maratonianas, el minero cogiendo aire en la gruta y la trabajadora doméstica que hace camas y aguanta a insoportables chiquillos sin apenas respiro.
A estos clichés habría que añadirle los pobres empleados de la economía colaborativa, que reparten en frenesí una lluvia de paquetes por unas pocas monedas. Pero ciertos sectores no encajan en el marco fotográfico habitual. Uno de ellos es el mundo de la consultoría. Pasen y lean.
LA CONSULTORÍA AL DESCUBIERTO
El misterioso mundo de la consultoría sufre en los últimos tiempos una aguda fuga de talento porque las condiciones laborales en algunas de las compañías españolas con más solera no son competitivas.
Es evidente que esta explotación no escandaliza a la ciudadanía porque no es fácil creer que jóvenes universitarios y trajeados sufren una oscura precariedad que contrasta con el lustre de sus nuevos zapatos.
SE VENDE
La precariedad de potencia desde arriba: las consultoras se dedican a vender recursos, que no son recambios ni tornillos: son seres humanos integrados en equipos ultracompetitivos y zambullidos en un ambiente tóxico que les hace alargar la jornada mientras inconscientemente bajan el listón de los derechos del colectivo.
El servilismo se convierte en una rutina como echarte tres cafés y la esclavitud parece incompatible en los ambientes cinco estrellas. Pero las jornadas intensivas, los correos electrónicos fuera de jornada y la colección de horas extras son parte imprescindible del menú diario.
¿Quién pone freno ante la tropelía? Los sindicatos, con mala reputación en estos ambientes, son en ciertas ocasiones en un paripé o un simple formalismo que apenas alza la voz. Las inspecciones de trabajo, quizás por el poderío de sus clientes, brillan en demasiadas ocasiones por su ausencia.
HISTORIAS PARA NO DORMIR
Entre susurros se explica la historia de una trabajadora de una consultora que trabajaba en el BCE y a la que los jefes de la consultora no le llamaron para que le explicase cómo era su vida en Frankfurt, sino para requerirle entre amenazas que les contase lo que se cocinaba en la entidad financiera.
¿La intención? Que los clientes de la consultora supiesen de primera mano una información gracias a una veinteañera cuya filtración la pudo llevar a la cárcel. Pero en ciertas ocasiones los escrúpulos son incompatibles con ascensos y parabienes.
Por eso se ve con normalidad las mordidas o que en un mundo donde se habla tanto de libertad, los consultores de base no puedan trabajar directamente para los bancos, tal y como ocurre en Alemania.
Aquí tienen que pasar por las consultorías, que ofrecen acreditación a los consultores a cambio de darles un sueldo que ellos multiplican con sus facturas a los clientes.
¿QUÉ HORA ES?
Trabajar después de cenar es habitual en ciertas consultoras, que creen que las nueve de la noche no es hora de apagar la luz. Pero la cena a veces se atraganta: en cierta ocasión unos inspectores de trabajo se presentaron en Bilbao a los postres y la misma empresa llamó a sus compañeros en otra oficina para que corriesen mochilas abajo buscando las calles.
No tendrían esa facilidad de zancada algunos jefes, disfrutones de una gerontocracia con la que sortean su carencias porque la modernización no ha llegado a ciertos despachos. Sí que algunos de ellos se las ingenian para colarse en otros lugares: como las casas de algunas jóvenes a las que les quieren leer de cerca la evaluación que implica si suben de categoría. ¿Nos ponemos cómodos?
POSIBILIDADES DE PROMOCIÓN
La relación incestuosa entre la consultoría y el sector financiero ha provocado que cientos de jóvenes se abrasen, por el horario o el jefe de turno, mientras son conscientes de que los clientes prefieren pescar de las consultoras en vez de hacerlo en la universidad, plagada de jóvenes sin domesticar.
Miles de currículums se acumulan en las bandejas de entrada de los jefes de la consultora cada día, por lo cual los repuestos son factibles. Levantarse a echar un café o salir a las siete de la tarde implica una mirada de castigo de los jefes, que quieren tutelar vampiros que no vean la luz del día.
¿Las ventajas de trabajar para ellos? Un gran sueldo en apenas cinco años y unas grandísimas posibilidades de sufrir la titulitis con másters de todo tipo que sirven para engordar currículum sin aprender nada de provecho.
Es lo que tiene vender humo y adaptar currículums para vender consultores expertos en ‘todología’ que se adaptan a cada cliente. Ya saben la primera y única regla de su particular Biblia: Tendrás derecho a ser explotado.