José María Álvarez–Pallete sigue siendo un gran desconocido para el gran público a pesar de que lleva más de 1.000 días al frente de una de las operadoras de telecomunicaciones más importantes del mundo. Este economista con alma de ingeniero y deportista nato compagina como pocos presidentes del Ibex su trabajo al frente de Telefónica con el cuidado de su familia y las labores sociales, huyendo del paradigma de ejecutivo agresivo con ínfulas de cacique que ha caracterizado a las pasadas generaciones del empresariado español.
No tiene porsches, ni ferraris, ni barcos en los que navegar durante la época estival y tampoco es un asiduo de restaurantes con varias estrellas michelín, a no ser que las obligaciones derivadas de su cargo así lo estipulen. Es un directivo que procura evitar esos reservados de la capital en los que la conspiración y el compadreo con el poder político y corporativo patrio son los ingredientes fundamentales de todo negocio que se precie. Álvarez–Pallete es un profesional de los de nueva generación, que luchan asumiendo con resignación que en nuestro país es imposible llevar las riendas de una gran empresa dando la espalda a los burócratas, pero de los que ponen distancia para eludir en la medida de lo posible los efluvios de la cloaca
Con estos mimbres pocos dirían que su mentor fue el antaño poderoso César Alierta, uno de los rasputines más relevantes de la reciente historia económica española que, precisamente, cocinó toda su carrera al calor de sus relaciones con los ministros y presidentes del Gobierno. A pesar de ser tan diferentes –o precisamente por eso– el empresario aragonés es el que descubrió las capacidades de Álvarez–Pallete y quien le nombró oficialmente en 2012 su delfín como consejero delegado de Telefónica, tras haber demostrado su valía al frente de la división latinoamericana de la multinacional y después de un breve paso por la presidencia de Telefónica Europa.
Cuatro años después Alierta le cedió completamente el paso y lo situó al frente de la compañía con mando en plaza. El flamante presidente ejecutivo llegaba con tres misiones: modernizar la empresa gracias a sus elevados conocimientos sobre innovación y transformación tecnológica, reducir el enorme endeudamiento que maniataba las capacidades del grupo y convencer a los inversores impulsando así la cotización de los títulos de la operadora. Los dos primeros objetivos se están cumpliendo y el último aún se resiste, en buena medida porque el sector es muy maduro, a tenor de la evolución bursátil que están teniendo el resto de las telecos en Europa.
Desde que llegó a la presidencia, Álvarez–Pallete ha tenido que lidiar con los problemas que se derivan de un cambio generacional en un mastodonte como Telefónica, que hasta hace pocos años era una empresa pública mantenida a cargo de los contribuyentes y en los que el buen gobierno corporativo brillaba por su ausencia. Los conatos de rebelión en el consejo de administración han llegado incluso a amenazar seriamente su liderazgo y, aunque atendiendo a su talante conciliador ha intentado aunar los esfuerzos de todos, lo cierto es que al final ha tenido que renovar muchos asientos del máximo órgano de gobierno de la compañía.
LA ANTÍTESIS DEL EJECUTIVO AGRESIVO
Los que le conocen saben que esta operación de limpieza del consejo de administración le costó horrores al presidente de Telefónica, que desde los tiempos en los que vivía en el colegio mayor del barrio madrileño de Moncloa siempre ha mostrado un carácter negociador, huyendo del enfrentamiento y buscando soluciones a los problemas en lugar de añadir leña al fuego. Quizás por eso es amigo de sus amigos y, aunque algunos de ellos han tomado diferentes caminos, sigue manteniendo el contacto con los que puede. Y también por ese espíritu conciliador cuando hay un problema que afecte a alguno de sus cuatro hermanos (dos chicos y dos chicas) es a quien llaman para que ponga tranquilidad en el ambiente.
Aunque le encante pasar mucho tiempo con su esposa y tres hijos, Álvarez–Pallete es un ciudadano del mundo, que se ha pasado más tiempo en el extranjero y en aviones que la mayoría de los mortales que tienen en la piel de toro su lugar de nacimiento. Llegó al mundo en Madrid en 1963, en la clínica La Milagrosa, y con diez años se marchó a Bruselas porque a su padre lo destinaron a esta ciudad que ha sido el embrión de lo que hoy se conoce como Unión Europea. Don José María era subdirector de aduanas y autor de varios libros relacionados con el nacimiento de la UE y vivió con su familia en la capital belga hasta 1986.
Álvarez–Pallete volvió a Madrid antes que el resto de su familia para estudiar Económicas en la Complutense y los veranos los pasaba en Guadarrama –de donde es oriundo su padre– y Almería, la tierra de su madre Paquita y que le ha inculcado la devoción por la Virgen del Mar. Ahora prefiere las Islas Baleares. Sus progenitores le enseñaron la importancia de aprender y, sobre todo, de saber escuchar, dos virtudes que le han acompañado durante toda su carrera. Antes de recalar en Telefónica, trabajó en firmas de auditoría y en la cementera Cemex, donde llegó a ser director general de administración y finanzas y miembro del consejo de administración de su filial de Asia. No había cumplido todavía los 35 años y ya apuntaba maneras.
Dos años antes de los terribles atentados del 11–S nuestro protagonista llegó a Telefónica, sin sospechar que el paradigma mundial estaba a punto de generar un terremoto en el statu quo global cuyas consecuencias no hemos vislumbrado en su totalidad. Siete meses después de aterrizar en la operadora ya era director general de finanzas y en poco más de de dos años accedió a la presidencia de Telefónica Internacional para dedicarse después a sacar del atolladero a la compañía de su aventura latinoamericana.
COMIDA RÁPIDA, ‘RUNNING’ Y MADRIDISTA
Durante todo este periplo Álvarez–Pallete pasaba tiempo con su familia aunque viviera al otro lado del charco, cogiendo aviones todos los fines de semana para estar con su mujer e hijos. Compartir unas hamburguesas o un plato de pasta con los suyos viendo un partido del Real Madrid es uno sus placeres preferidos, aunque si pierden los blancos no encaja bien el golpe.
El directivo practica el esquí, el tenis y, sobre todo, le encanta correr o, como dirían los modernos, el running. Ha participado varias veces en la maratón de Nueva York y ha convencido a centenares de empleados y altos cargos de Telefónica para que acudan a esta cita anual, que aprovecha también para ser solidario. Todos asumen sus gastos de comida y alojamiento y corren con camisetas de la Fundación Proniño, entidad creada por la operadora para ayudar a la infancia y que es ya la segunda más importante del mundo en este campo después de Unicef.
Para terminar maratones es imprescindible estar en forma y Álvarez–Pallete lo logra levantándose temprano todos los días y calzándose sus zapatillas. Hasta los domingos está en pie a las siete de la mañana para correr 15 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. A las once vuelve a casa y toma un tentempié en el que nunca se incluye el café, una bebida que el presidente de Telefónica no toma si siquiera en el desayuno. Lo que sí le pirran son los dulces, especialmente los donuts de chocolate, así como las torrijas de Semana Santa. Es lo que tiene ser un atleta, que puedes permitirte los postres con mucho azúcar sin perder el tipo.
UN EMPRESARIO QUE HUYE DE LA POLÍTICA
Dicen en su entorno que su rigor y sentido de la justicia han puesto a Álvarez–Pallete en una situación complicada cuando ha tenido que aceptar la herencia del sistema de enchufes puesto en marcha por Alierta como parte de su estrategia para sacar tajada del mundo político. El caso que más le ha afectado es el de Iñaki Urdangarín, aunque también ha tenido que lidiar con muchos otros. A Álvarez–Pallete le molesta que Telefónica se haya convertido en un lugar común al que acudir cuando se trata de criticar el virus de las puertas giratorias, aunque lo que peor lleva es verse obligado a tomar decisiones empresariales influido por criterios políticos.
Un ejemplo de esta injerencia fue la constante presión de Soraya Sáenz de Santamaría para que Teléfonica se mantuviera en el accionariado de Prisa por “motivos de Estado”, que es lo que argumentaba la entonces vicepresidenta del Gobierno en sus conversaciones con el presidente del grupo. Fuentes bien informadas aseguran a MERCA2 que ése fue el motivo que motivó el retraso en la desinversión y su participación en la refinanciación del grupo editorial para salvarlo de la quiebra.
Para terminar de rizar el rizo, Alierta aspiraba (y aspira) a asaltar Prisa, lo cual introdujo un elemento más de desestabilización que hacía indispensable salir del accionariado. En ello está Álvarez–Pallete, aunque la desinversión no es sencilla y mantiene aún poco más del 9% del capital de la empresa de los Polanco en el balance de Telefónica.
REDUCCIÓN DE DEUDA… ¿Y LA SUBIDA EN BOLSA?
Tras el éxito de la reducción del endeudamiento, ahora el objetivo del presidente ejecutivo de la multinacional es que el mercado reciba con confianza la noticia y respalde su gestión con subidas en Bolsa. Hasta ahora el descenso del apalancamiento se ha producido gracias al aumento de los ingresos recurrentes y la eficiencia generada por la digitalización, aunque en los últimos tiempos ha acudido a las ventas para completar el plan de saneamiento de la compañía. Todo lo que no sea rentable es susceptible de ser monetizado –empezando por el negocio de México– y los directivos trabajan bajo un sistema de objetivos que ha profesionalizado la gestión respecto a la que existía en los tiempos de Alierta, mejorando los resultados.
Los vientos de cambio impulsados por Álvarez–Pallete han virado el rumbo de Telefónica, preparándola para liderar el nuevo mundo de la transformación digital. Y de eso este madrileño cosmopolita sabe un rato.