Es difícil comenzar mejor un obituario que Luz Sánchez-Mellado, que se despidió así en El País de Jesús Mariñas: «Otros dirán que se hicieron periodistas para contar guerras, cantar goles, derribar gobiernos, firmar en primera, ligar, conocer a ricos y famosos, o hacerse famosos y ricos ellos mismos, pobrecicos míos. Buenas razones todas, además de ser testigos de la Historia, controlar al poder, velar por el derecho a la información y demás maximalismos de escuela. Esta que lo es, sin embargo, además de por saciar a la cotilla que lleva dentro, se metió a reportera para emular lo que hacían los Mariñas en los ochenta».
Y uno de esos Mariñas era Jesús, excesos y defectos para mostrarnos que los ricos también lloraban. Aquel hijo de madre soltera entró de rebote en esto de juntar letras. Primero lo hizo en El Ideal Gallego como ayudante de redacción, eufemismo detrás del que se escondía el trajín de llevar cafés y cortar teletipos. Y más adelante trabajó en varios diarios franquistas como el Mediterráneo de Castellón, diario y ciudad que se le atragantaron antes de su salto a la Barcelona de finales de los sesenta bajo el palio de María Ladrón de Guevara.
Mariñas llegó, vio y venció en una ciudad convertida en capital cultural de la España gris que respiraba Mediterráneo y ansias de libertad. Sin el glamour de ‘La Dolce Vita’ felliniana, pero con la gauche divine que se esnifaba Bocaccio al compas de los versos de Gil de Biedma.
Que la vida iba en serio lo sabía Mariñas desde que lo acosaron en un Campamento del Frente de Juventudes por «maricón», pero más adelante supo quitarle hierro a base de una pluma afilada que dejaba en un juego de niños a los textos de pioneros del couché como Jorge Fiestas, Yale o Amilibia.
PIONERO
Mariñas fue pionero en la prensa rosa con una prosa vertical y sobreadjetivada capaz de llenar seis páginas de Época con halagos, ‘su’ Montserrat Caballé y Lola Herrera, y fusilamientos al amanecer en apenas media línea, aristócratas en decadencia y horteras con ganas de figurar.
El gallego, que solo se encerró en el armario ante su madre, también fue pionero en la radio con aquel ‘Protagonistas’ que supuso el bautismo de la radio matinal de la mano de Luis del Olmo, que organizó tertulias, abrió teléfonos y dio cancha al chisme en libertad hasta que Mariñas se le ocurrió soltar una maledicencia sobre la mujer de Felipe González, disfrutón del poder propio de un faraón en los ochenta.
Y también fue pionero en la tele rosa, tanto en aquellas inofensivas tertulias moderadas por María Teresa Campos como en la cuna de la telebasura, ‘Tómbola’, que cambió la televisión del corazón, la política y el deporte (vean los hijos tardíos del programa como ‘Sálvame’, ‘Al rojo vivo’ o ‘El Chiringuito de Jugones’).
REVENTANDO EL ESTRENO
Revisiten el primer programa de ‘Tómbola’ en Youtube y comprobarán que aquella velada la reventó Jesús Mariñas, aburrido de los rodeos de Chabeli Iglesias. La hija de Julio sufrió la peor versión del protagonista de este artículo: su populismo («es una vergüenza venir a Valencia y no saber lo que son las Fallas»), su ‘maldad’ («vi a tu padre pegarte una torta que te tiró al suelo») y su machismo («gorda» y «petarda» la llamó cuando se marchó tras decirle a Ximo Rovira que esa gente, por Mariñas y Karmele Marchante, no era gente, «sino gentuza»).
Es cierto que a Mariñas se le daban bien los famosos que bajaban de la peana con cierto clasismo o con principiantes. Por lo primero destrozó la entrevista a Camilo Sesto, al que afeó que estuviera tan distante en plató «porque la última vez que te vi estabas cariñosísimo en Nueva York, donde llevabas una borrachera como un piano».
Y por lo segundo se encelaba cuando venían advenedizos. Antes de entrar en plató preguntaba: «¿Y quién es esta?». Entonces, algún compañero de corrillo convertido en buen samaritano le ponía en canción: «Alguna puta nueva que habrá salido ahora».
Los plagios y la chequera de las privadas (‘Crónicas Marcianas’, ‘Salsa Rosa’, ‘Abierto al anochecer’ o ‘DEC’) acabaron horadando a ‘Tómbola’, que tras siete años en antena se despidió poco después de que el bigote más famoso de aquel momento le midiese el pene en directo a un tal Nico de ‘Gran Hermano’.
Fue una vergüenza que ‘Tómbola’ fuese producido por una tele pública como Canal 9, que tenía un nivel ético, y estético, similar a la de la clase política dominante en aquel momento en la Comunidad Valenciana. Pero también es cierto que Mariñas dejó algunos momentos muy divertidos cuando aparcaba ese carácter bronco tan propio del que se cría en un ambiente hostil.
Con el adiós del maniqueo Mariñas, innata capacidad infantil para enfadarse y amigarse con cualquiera, el género de las vísceras, según Matías Vallés, «puede darse por extinguido por el escaso fuelle intelectual de los gritones supervivientes».
Mariñas no fue un modelo de buen periodismo, pero no se le puede regatear que disponía, y utilizaba con la precisión de un neurocirujano, la mejor pluma rosa que ha dado España en el último medio siglo.