Una Unión Europea fuerte e integrada es una solución sensata para sus miembros en un mundo multipolar y global dominado por China, EEUU y Rusia. Con más razón si se vuelve a compartimentar como pretenden los populismos. Los más convencidos piden, también, una verdadera defensa europea.
Algo lejano, pero basta mirar aproximadamente tres cuartos de siglo atrás para comprobar lo mucho que hemos avanzado con la Unión. Hay que seguir adelante a pesar de quienes huyen del proyecto, lo frenan desde dentro o lo quieren cercenar desde fuera. La UE es una gran potencia comercial y un poder blando extraordinario merced a su ayuda al desarrollo y cooperación internacional.
Ahora bien, con una Rusia belicosa al Este, un Sur subdesarrollado que llama a sus puertas, un Oeste donde Trump desea desentenderse del Viejo Continente y un Norte cada vez menos aislado por los témpanos de hielo, debe la UE desarrollar una autonomía estratégica en materia de seguridad y defensa que incluya, asimismo, desarme, control de armamentos y medidas de confianza.
Es un camino que la UE está empezando a recorrer con proyectos y realidades para desarrollar conjuntamente sus capacidades militares sin perjuicio de no renunciar a la Alianza Atlántica. Con una Europa más fuerte militarmente, la OTAN lo será también.
Sin embargo, la autonomía estratégica europea será una utopía si no dispone de una disuasión nuclear, como EEUU, Rusia o China. Tras el Brexit solo quedará Francia en la UE como potencia nuclear. Su disuasión es para su territorio metropolitano, pero también para la defensa de sus intereses vitales. En este segundo concepto podría introducirse la integridad territorial de sus socios europeos.
Para “europeizar” esa disuasión nuclear francesa será necesario desarrollar una conceptualización europea de la misma y considerar como podrían contribuir otros países de la UE. Tan complicada es esta cuestión que en la Unión ni siquiera hablarían de ello porque las posturas nucleares de sus miembros son dispares y contradictorias. Países como Suecia y Finlandia, cercanos ahora a la OTAN, abogan, no obstante, junto a países como Irlanda o Austria, por la desaparición del arma nuclear.
Sin embargo, algunos países suscitan entre ellos, con discreción, esta cuestión como serían Francia y Alemania. Los servicios jurídicos del Parlamento germano realizaron en 2017 un informe que concluyó que Alemania, firmante del TNP y del Acuerdo 2+4 que permitió su unificación, podría financiar una protección nuclear francesa y aceptar despliegues nucleares galos en su territorio bajo la modalidad de la “doble llave” que requiere que ambos países acuerden su eventual empleo. Es concebible, pues, una disuasión nuclear europea basada en la francesa. Ello no podría quedar limitado al binomio francoalemán por razones de solidaridad y de entidad.
Hay que reflexionar sobre ello también en el ámbito español porque la prohibición de introducir armas nucleares en España, segunda de las tres condiciones del referéndum de permanencia en la OTAN, no impide que financiemos directa o a través de la UE una disuasión nuclear francesa europeizada. En todo caso, la desnuclearización del territorio español estuvo estrechamente relacionada con la presencia militar estadounidense (nuclear) en España cuando la dictadura franquista y la Guerra Fría.
La no integración en la estructura militar de la OTAN, primera condición del referéndum se revocó por decisión parlamentaria. Bien podría ocurrir lo mismo con una eventual aceptación de armas nucleares franco-europeas en territorio español. La presencia militar de EEUU reducida con Felipe González, tercera condición, volvió a incrementarse con José Luis R. Zapatero y Mariano Rajoy. Pablo Casado, por su parte, ha invitado a la Sexta Flota a cambiar Nápoles por Rota donde ya fondean buques americanos.
Carlos Miranda es Embajador de España