Una reciente reunión de constitucionalistas concluyó que nuestra Constitución requiere reformas pero que éste no es el momento para ello porque nuestros políticos carecen de cultura pactista. Mayor suspenso no les podrían haber dado.
También afirmaron que no se debe adulterar la Constitución para resolver problemas nacionalistas. Recordemos que el vigente Estatuto de Cataluña fue recortado por el Tribunal Constitucional después de pasar preceptivamente por el parlamento catalán, la Cortes y ser aprobado por referéndum en el Principado.
Fue un asunto plagado de discusiones, errores y mala voluntad, pero tras ver cómo los separatistas catalanes lo han violado, así como la Constitución, lamentarse no sirve de mucho. Solo serviría volver a empezar, como en comedias románticas donde una pareja enamorada se va enzarzando dramáticamente en una disputa hasta que uno dice “empecemos de nuevo esta conversación”. Por otra parte, adaptar el Senado a su función autonómica no sería una concesión a los nacionalismos sino una necesidad de carácter general.
¿Hay entre nuestros políticos actuales el nivel necesario para expresar una visión de Estado en la que primen los intereses generales a base de concesiones? Ese fue el talante de la Transición. La Constitución necesita reformarse para sobrevivir sin perder sus raíces que fueron las de tener un marco imperfecto aceptable, por ello mismo, para todos. De lo contrario no serán partes suyas las que habrá que perfeccionar, sino su totalidad y ello podría ser catastrófico. Mejor perfeccionarla poco a poco.
¿Pero, cómo vamos a hacerlo si nuestros políticos no son pactistas? En la cultura política anglosajona dicen: “To reach across the aisle”. Llegar hasta los que están al otro lado del pasillo. Empatizar con los “otros” para entenderles buscando soluciones de compromiso. No se estila actualmente. No sólo en España. Prevalecen posturas políticas renuentes al dialogo. Cultura del macho alfa. Perfecto para los enfrentamientos, aunque hay quien afirma que los más jóvenes, al menos en EEUU, quieren volver a la cultura del entendimiento.
Los padres de nuestra democracia la concibieron como un sistema de turnos de dos grandes partidos que desde la derecha y la izquierda pugnasen por un centro estabilizador. Solo que lo escenificaron con un escrutinio proporcional, con insuficientes diputados, en circunscripciones demasiado amplias, reduciendo, además, el peso de las grandes aglomeraciones cuando en el mundo las poblaciones urbanas están superando las que no lo son y las clases medias son mayoritarias.
En ausencia de mayorías absolutas el esquema empodera a los partidos nacionalistas como “bisagras españolas”, alentando su hambre de poder e, ineluctablemente, reduciendo su margen de lealtad constitucional a medida que logran objetivos de mayor autonomía, quedando solo la independencia para satisfacer ambiciones desquiciadas.
Cuando la reciente gran crisis económica, pasamos de dos a cuatro partidos nacionales. Mejor para la proporcionalidad. Sin embargo, las disposiciones electorales no debieran favorecer a unos partidos frente a otros. Por otro lado, esta multiplicación de formaciones políticas debiera aconsejar mirar más hacia el centro que hacia los extremos para pactar.
Una oportunidad reciente fue la Investidura que Pedro Sánchez intentó en 2016 concertándose con Albert Rivera. No quisieron Mariano Rajoy ni Pablo Iglesias “dejar hacer” como luego exigiría Rajoy para sí mismo a los socialistas. Ese pacto era bueno al tenderse la mano al otro lado del pasillo. Hay empeños que hay que mimar y seguir mimando amorosamente como la rosa del “Pequeño Príncipe”. Ni Sánchez ni Rivera se cuidaron de ello, abocándonos ahora a una polarización derecha-izquierda sobre la que Pablo Casado y los de Vox, además de Iglesias, se afincan gustosamente.
Carlos Miranda es Embajador de España