De héroe a villano. De gurú del low cost a empresario con la soga al cuello. Así es como ha quedado el papel de Michael O’Leary en una semana convulsa en la que sindicatos de pilotos, accionistas y grupos inversores pedían la cabeza del presidente y consejero delegado de Ryanair. Atrás quedan 24 años en los que hasta reírse de los trabajadores de Spanair y posar en calendarios con azafatas en bañador estaba bien visto.
El jueves pasado, la junta de accionistas dio el visto bueno a la reelección de David Bonderman como presidente del Consejo de Administración. El multimillonario estadounidense ha avalado la cultura corporativa de O’Leary desde 1994. Accionistas, sindicatos e inversores han realizado muchos esfuerzos para desplazar al fundador de capital privado, TPG Capital, y con ello quitarse a O’Leary de encima.
Sin embargo, el gurú del low cost se salva por los pelos. Bonderman obtuvo el respaldo del 70,5% de los accionistas, 17 puntos porcentuales menos que el año anterior. Lo que indica que ya no cuenta con el apoyo unánime de todos los accionistas. O’Leary lo sabe. Le ha visto las orejas al lobo. Días antes de la junta de accionistas vetó la entrada de periodistas a la misma. También adoptó una posición humilde y declinó arremeter contra el problema de fuga de datos que tuvo British Airways. En sus buenos tiempos no hubiera tenido reparo en atacar a la competencia.
O’Leary mantiene su puesto y, por tanto, su sueldo. El año pasado fue de 3,26 millones de euros incluyendo al salario la prima por acciones (1,25 millones de euros) y el bono (950.000 euros). Este año, como mínimo es de 2,31 millones de euros, aunque falta por sumar el bono. De ahí que sea uno de los empresarios más ricos de Irlanda. Además, tiene un 4,05% del capital de Ryanair, lo que lo convierte actualmente en el mayor accionista.
Aunque conserva su nada despreciable salario, su personaje queda dañado y desacreditado. Mucho ha cambiado desde 1994. Hace años aparecía en los calendarios de azafatas rodeado de mujeres en bikini, algo que en los tiempos que corren no sería bien visto y las asociaciones de feministas se le echarían encima.
24 AÑOS DE EXCENTRICIDADES
O’Leary entró en Ryanair en 1991, pero hasta 1994 no tomó el control de la compañía fundada por Tony Ryan en 1985. En poco tiempo la aerolínea adoptó el modelo de bajo coste de la aerolínea Southwest Airlines. O’Leary lo hizo suyo y obtuvo grandes éxitos: pasó de los 82.000 pasajeros transportados en los inicios de la irlandesa a los 129 millones. También obtuvo un beneficio neto de 1.450 millones de euros en su último año fiscal de 2017 (de 31 de marzo de 2017 a 31 de marzo de 2018), el 10% más. Su éxito llamó a la competencia: nacieron nuevos competidores y obligó a otras compañías tradicionales a cambiar su modelo.
Además, democratizó los vuelos en toda Europa. Volar por 5, 10 o 15 euros era un precio accesible para cualquiera. Pero lo barato tiene un precio. Hizo tan suyo el modelo low cost que se permitió el lujo de pasarse por alto los modales con sus pasajeros y trabajadores. Su actitud arrogante y extravagante le llevó a burlarse de los trabajadores de Spanair despedidos hace años, a disfrazarse de Papá Noel, de Robin, de torero o incluso con bañador de señora para anunciar rutas.
Su estilo agresivo y hostil también lo ha mostrado con la prensa y contra sus propios rivales llegando a asegurar que Norwegian desaparecería; algo que también hizo con Air Berlín. Además, algunas de sus prácticas rozan –o traspasan– la ilegalidad. Enviar cartas de amenaza a pilotos para cargar menos combustible o a los tripulantes de cabina para vender más a bordo, subvenciones dudosas, no aplicar en los contratos laborales la legislación nacional de cada país en el que opera o la falta de reconocimiento a los sindicatos son solo algunas de sus prácticas.
FIN DEL ÉXITO DEL ‘LOW COST’
El éxito del modelo de Ryanair consiste en tener aviones volando constantemente y la gran mayoría en aeropuertos secundarios, donde muchas de sus rutas reciben subvenciones. Cada minuto que una aeronave está en tierra está perdiendo dinero. Por eso, el margen de tiempo entre que un avión aterriza y vuelve a despegar es muy ajustado. Cada céntimo está calculado al milímetro. Por ello, combina billetes baratos con ingresos complementario: venta a bordo de perfumes, comida y tarjetas de ‘Rasca y gana’; y cobro por asiento o por el equipaje de mano. Llegó incluso a intentar que los pasajeros viajarán de pie para llenar los aviones con más usuarios. Práctica que no cuajó.
Pero los más de 1.500 vuelos cancelados por las huelgas, los 2.000 suspendidos por una mala organización y una previsión a la baja de los beneficios han supuesto un antes y un después en O’Leary. A estas alturas no se le ocurriría reírse de ningún trabajador de otra aerolínea o meterse con los rivales. Las ideas descabelladas y el humor agrio y arrogante del consejero delegado de Ryanair han llegado a su fin. No todos los inversores están dispuestos a pasar ya por alto algunos de los incidentes más controvertidos que este ha protagonizado.