Las diminutas partículas de microplásticos circulan con absoluta impunidad por todos los rincones del mundo. Desde los emplazamientos más cercanos hasta los parajes más recónditos. Su tamaño casi imperceptible les permite deambular por tierra, mar y aire e incorporarse con absoluta facilidad a los campos de cultivo, a través de las aguas y los abonos de los fangos, al pescado que comemos o al propio aire que respiramos. La invasión de microplásticos en nuestro entorno, aunque silente, es una realidad tozuda, y el alcance de sus efectos en la salud es todavía de dimensiones desconocidas.
Los microplásticos, esas partículas de tamaño inferior a cinco micras pueden generarse a partir de la degradación en la naturaleza de piezas plásticas de mayor tamaño o fabricarse al efecto en ese diminuto tamaño como componente de cosméticos exfoliantes, elemento equilibrador del espesor de un producto o para alterar y manejar la textura de una sustancia.
Una vez reducidos a su mínima expresión, por uno u otro motivo, la dispersión masiva del plástico en forma de minúsculas partículas se produce de forma fácil y rápida, por la dificultad de filtrar y contener elementos sólo perceptibles a la mirada microscópica.
Tanto es así que se han detectado microplásticos en orina y heces humanas. Incluso un estudio reciente ha identificado, por primera vez, partículas de microplástico en las placentas de bebés antes de nacer, lo que, según los investigadores, es «un motivo de gran preocupación».
Pero la contaminación por plástico esconde un doble peligro, por un lado la derivada del propio material, pero también la que acarrea consigo la toxicidad de algunos de los productos químicos que transporta el polímero, según señalan investigaciones del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua del CSIC.
LA GESTIÓN DEL PLÁSTICO Y LA SOLUCIÓN EN ORIGEN
Según la Organizacón Mundial de la Salud (OMS), el impacto del plástico sobre el medioambiente está fuera de toda discusión, por eso, ha pedido a los gobiernos de todo el mundo que pongan en marcha iniciativas para reducir la contaminación por este material y la exposición de la población al mismo.
Y, por lo pronto, y dada la dificultad que entraña intentar controlar estas partículas una vez dispersadas en el medio ambiente, la solución en origen parece la más efectiva: reducir hasta eliminar la utilización de plásticos de un solo uso.
Y hablamos de eliminar en lo posible del plástico del día a día, porque el reciclaje ya no supone, ni de lejos, una solución. Y esto se debe a que en la confección y fabricación de envases y otros utensilios plásticos no se emplean materiales uniformes que más tarde puedan seguir líneas de recuperación propias.
No se trata de una cuestión que dependa del consumidor y de su compromiso con el reciclaje, sino de la cantidad de objetos que no son reciclables, como recipientes de monodosis o yogures. Además, en el proceso de cribado se pierden los objetos más pequeños.
Y todo esto sin contar con la elevada mezcla de material que impide la recuperación de un plástico limpio y homogéneo que pueda volver a la cadena productiva evitando el excedente de plástico en nuestras vidas.
De hecho, gran parte de ese material reciclado, se usa como fibra textil y para la producción de otros objetos, en lo que supone un infrarreciclaje a partir de material de baja calidad que, en ningún caso, cumple una circularidad de los envases.
En este sentido, se confirma la creencia cada vez más extendida de que la forma más eficiente de luchar contra el plástico y la proliferación de microplásticos en todos los ámbitos es la prohibición del material de un solo uso y el fomento de los envases de un componente uniforme y resistente que permita su reutilización antes de su tratamiento final.
En este contexto, la Unión Europea ha alcanzado recientemente un acuerdo provisional para prohibir en 2021 los plásticos de un solo uso para los que haya alternativas asequibles como, por ejemplo, los bastoncillos de algodón, los cubiertos, los platos, los vasos o las pajitas.
En el caso de los productos para los que no haya alternativas asequibles, el objetivo es limitar su uso imponiendo tanto un objetivo de reducción del consumo a nivel nacional como obligaciones de gestión y limpieza de residuos a los productores.