La increíble carrera protagonizada por las farmacéuticas en la búsqueda de una cura para el covid-19 ha reafirmado dos realidades ya conocidas. La primera es que la ciencia es el elemento básico para el progreso. La segunda es que España, en dicho campo, no es más que un triste páramo. Nada nuevo, pero igualmente doloroso. El gran reto para el futuro, ahora que nos hemos propuesto cambiar el país, será darle la vuelta a esta delicada situación. Aunque para ello, las autoridades, los responsables y los ciudadanos deberán ir más allá del sospechoso habitual, la inversión en I+D.
España es un país acientífico. Los estudiantes patrios obtienen sistemáticamente los peores datos en Matemáticas y Ciencia, en los Informes Pisa. De hecho, en los de 2019 los datos fueron todavía peores a los de un año antes, lo que nos alejó más de la media. Tampoco tenemos ninguna universidad pública española entre las 200 mejores del mundo. Por último, los trabajadores españoles están entre los menos preparados de Europa en las competencias en las que ya fallábamos en el colegio. «España, tristemente, es un país de segunda en el ámbito científico», resume Juan Martínez García, gestor de fondos de biotecnología en ACCI Capital y exGoldman Sachs.
Para el equipo de estudios de BBVA, a través de un informe publicado algunos años atrás sobre actitudes hacia la ciencia en diversos países, el problema era más grave, ya que no entender la ciencia hace que tengamos más reservas hacía ella. Una situación que implica un círculo vicioso del que es difícil salir. A ese problema de fondo se le añaden otros ya más conocidos como una estructura y burocracia que estrangula la iniciativa, la conocida carencia de inversión, la inexistente colaboración público privada o la falta de incentivos.
LA BUROCRACIA FUNCIONAL QUE AHORA LA CIENCIA
Hace años, el español Oscar Marín, uno de los neurocientíficos más reconocidos del mundo, señalaba en una entrevista: «Aunque el dinero es muy, muy importante y cuanto más inviertas en I+D mejor, creo que el problema del sistema español de ciencia es que, con la excepción de algunos pocos centros, su estructura no responde a lo que es un sistema de investigación en el siglo XXI«. Ese problema a día de hoy sigue vigente. «La realidad es que aunque seas bueno y quieras no puedes. Las instituciones te vuelven gris y, finalmente, te conviertes en un funcionario más», reconoce Martínez.
El caso de Marín es un gran ejemplo porque pone de relieve otro factor importante, que señala el gestor de ACCI Capital: «Somos una buena cantera de ciencia. España ha dado grandes profesionales, pero por desgracia todos ellos han tenido que salir fuera». Pero el hecho de que la financiación, o el volumen de fondos, que llega para investigación no es lo más importante, nadie esconde tampoco que el gasto en I+D, tanto público como privado, está entre los más bajos de Europa. Así, también, es muy difícil sacar los proyectos adelante.
En el plano del gasto público, el recorte presupuestario vivido durante los años más duros de la anterior crisis alcanzó el 50%. Pero todavía peor es cuando se detalla que el volumen de fondos ejecutados, una cosa es presupuestar y otra conseguir ese dinero, es todavía más reducido. De hecho, en 2016 se habían quedado sin gastar el 60% del total, un volumen que no se veía desde el 2002. En principio, se defiende que esa reducción se ha ido produciendo para salvaguardar los servicios básicos, pero nada más lejos de la realidad.
LOS INCENTIVOS PERVERSOS DEL GOBIERNO PARA EMPRESAS Y CIUDADANOS
Sin ir más lejos, durante las dos legislaturas del Partido Popular y la subsiguientes del PSOE se ha visto como sí había dinero para subir sueldos públicos o pensiones. Incluso, para grandes proyectos de infraestructuras como el AVE. La comparación anterior podría parecer (a más de uno) demagógico al comparar esos gastos con la falta de financiación en I+D en España. Pero, a más de uno le sorprendería, de que ambos podrían estar bastante más relacionados de lo que se piensa.
Primero, el tema de los sueldos públicos. El hecho, de que la sociedad haya visto como los funcionarios no solo no han perdido su puesto de trabajo o poder adquisitivo, sino que además lo incrementarán (pese a la situación dramática de la economía) es una llamada demasiado poderosa para el ciudadano medio. Al fin y al cabo, más de uno se hace la pregunta de para qué emprender o dedicarse a la ciencia. En definitiva, los incentivos para la búsqueda de riqueza o progreso se pierden. «En España predomina, desgraciadamente, esa mentalidad de funcionario que es impensable en otros países», señala Martínez.
Segundo, el tema de que sí hay dinero para infraestructuras, y no para I+D, también se convierte en una llamada para que muchas empresas se especialicen en dicha área y no en la otra. Evidentemente, no es casualidad que las mayores empresas del país estén ligadas a factores productivos como la construcción de infraestructuras y no a los desarrollos científicos. Los incentivos que llegan de quién nos gobierna, sean de uno u otro bando, no son los más deseables para crear una sociedad científica.
En definitiva, a nadie le sorprende que el desarrollo de una vacuna en España vaya tan lento, de hecho, todavía están prácticamente en fase preclínica. Tampoco que no tengamos grandes empresas ligadas al sector biotecnológico, con un par de honrosas (pero muy pequeñas) excepciones, o con alto valor añadido científico. Al fin y al cabo, para los españoles la ciencia y los científicos ni son conocidos ni mucho menos reconocidos.