La pandemia actual se ha convertido en la excusa perfecta para que muchos compradores reconsideren sus adquisiciones por cerrar. Sobretodo, el precio a pagar. En España, tenemos el caso de IAG y Air Europa. Aunque el mejor ejemplo es sin duda la ruptura del acuerdo de compra de Tiffany por parte del gigante del lujo LVMH. Una renuncia por parte del conglomerado galo que ha acabado en los tribunales. En ambos casos, como en otros muchos, hay un problema de fondo evidente y, es que, las industrias tardaran muchos años en recuperarse, si alguna vez lo consiguen.
Ese problema es todavía más acuciante para el sector de los diamantes y las piedras preciosas. Cuando a finales de 2019, LVMH cierra su trato con Tiffany la situación ya era delicada. La compañía estadounidense había registrado unos últimos años difíciles. Así, las ventas se redujeron, mientras que márgenes eran cada más estrechos. El golpe al negocio venía explicado, al menos así lo quisieron hacer ver las firmas, por la contracción de la demanda china desde 2016. Pero el problema de fondo era otro de mucho más calado: las nuevas generaciones prefieren gastar su dinero en experiencias impactantes y no en piedras preciosas.
Lo anterior, se podría deber a un cambio en los hábitos de consumo. Quizás, la generación millennial sea menos materialista de lo que se pretende hacer ver. Aunque, también es evidente que los diamantes en la actualidad cuentan con una mala fama ganada durante años: en primer lugar, las piedras preciosas se les da una consideración clasista. En según lugar y más importante, a los diamantes les persigue un hedor de maldad y sufrimiento reflejo de los cientos de años de sometimiento que sufrieron muchos países subdesarrollados que tenían grandes yacimientos.
DESENTERRAR DIAMANTES YA NO ES UN NEGOCIO, AHORA SE CULTIVAN
Si la década de los sesenta y posteriores el sector estuvo marcado por la aparición de Desayuno con Diamantes, la de los 2000 en adelante lo estuvo por Diamantes de Sangre. El largometraje muestra un fiel reflejó, aunque se centra en la guerra de Sierra Leona, de la explotación a la que se sometían a los mineros en esos países. A raíz de dicha película, la sensibilidad de la sociedad en torno a este tipo de negocios sucios dio un vuelco y supuso el primer problema importante para la industria. Aunque nadie se imaginaba que años después el varapalo al sector fuera tan grande.
Pero el golpe no solo se debe a la caída de la demanda, sea de China o estructuralmente, sino también al crecimiento de la oferta. Las malas prácticas denunciadas en la película de Edward Zwick fueron la oportunidad perfecta para que floreciese una nueva rama en la industria: los cultivadores de diamantes, cuyo lema siempre ha sido el del abastecimiento ético. A medida que la tecnología ha avanzado en los últimos años cada vez es más sencillo fabricar diamantes sintéticos de muchos quilates.
Una diferencia importante con el oro, dado que los diamantes están formados por carbono (que es el material más común del universo) sometido a ciertas condiciones. Mientras, el metal áureo es una sustancia única en sí misma. Con la demanda desplomada y la oferta creciendo, el resultado lógico es una fuerte caída del precio. De hecho, allá por 2011 el valor de los diamantes cortados de alta calidad alcanzaba los 12.000 dólares, cinco años más tarde era de 7.400 dólares y en la actualidad no alcanza los 6.400 dólares, según recoge RapNet Diamond Trading Network.
TIFFANY Y LMVH SE CITAN EN LOS TRIBUNALES
La fuerte caída del precio fue un golpe muy fuerte para el sector que va desde las firmas mineras a los vendedores. Con el covid-19 el hachazo ha sido casi mortal del que el sector tardará mucho en recuperarse. Una de las firmas mineras de referencia como Petra Diamonds ha perdido desde enero más de un 83% de su valor bursátil, aunque la firma ya amenazaba con quebrar mucho antes de que siquiera la sociedad supiera que era un coronavirus. Otras, como la canadiense Lucara Diamond han conseguido resistir el impacto aunque sigue cerca de un 40% por debajo de su valor antes de la pandemia.
Si se amplia la muestra cinco años atrás las pérdidas son aterradoras superando en ambos casos el 95% de su valor. Aunque el drama irá a más. De hecho, la firma de análisis Bain señala que el sector podría ver evaporarse hasta 100.000 millones de dólares en ventas en 2020 y que es posible que las cifras de facturación no se recuperen al menos hasta 2023. En este contexto es entendible que el viejo lobo de cachemira, como se le conoce al mandamás del conglomerado francés Bernard Arnault, diera un paso atrás para comprar Tiffany.
De hecho, el precio pactado a finales de noviembre, de 16.900 millones, ya se suponía bastante alto. En ese momento, significaba pagar cuatro veces la facturación, pero ahora es ya inasumible y la batalla se ha extendido a los tribunales. LVMH pretende ganar tiempo para que el deterioro en Tiffany obligue a una venta desesperada. Por ello, su último movimiento ha sido el de oponerse a acelerar la sentencia sobre si hay o no fundamentales legales para la ruptura. Una jugarreta conocida y denunciada por el propio presidente de la firma estadounidense. La batalla legal por ganar o dejar que pase el tiempo entre ambos gigantes del lujo que sirva como telón de fondo para entender otros movimientos.