“¡Antíloco! De temerario modo guías el carro. Detén los corceles; que ahora el camino es angosto (…) No sea que choquen los carros y seas causa de que recibamos daño”. Éste fragmento de la Iliada de Homero es la descripción más antigua que se recuerda del ‘Juego del Gallina’ (Chicken Game). El mismo entretenimiento en el que están absortos los catalanes, en especial sus dirigentes, que todavía ven en la independencia una liberación de la opresión a la que supuestamente están sometidos.
El afamado ‘juego del gallina’, el cual ha sido estudiado hasta la saciedad, se presenta de maneras muy distintas. Quizás la más ajustada a la realidad catalana es la versión norteamericana por la cual dos adolescentes se retaban por ver quién era el primero en saltar de un coche que se dirigía a un acantilado. El juego se acaba cuando el jugador salta, llega a un acuerdo aunque quede como gallina, o bien se despeña por el acantilado.
El final, precipitarse por el acantilado, parece el más ajustado a la realidad para el caso catalán. Las consecuencias funestas de una independencia se han repetido hasta el hartazgo. Al final, han tenido que ser las empresas las que abrieran una vía de agua en el discurso secesionista. Pero ¿Por qué las empresas? Obviamente, porque no se las puede engañar acerca del futuro que las espera en una presunta independencia.
Adiós al mercado nacional, adiós a 12.000 millones
Las empresas no solo viven de Cataluña, viven del resto de España y en el caso de medianas o grandes del resto del mundo. ¿Qué ocurre si se elimina ese mercado? Obviamente, a muchas las espera la ruina. La Cataluña independiente sería un solar de empresas provocado por eliminar su hábitat: el comercio.
Cambiar la sede social de la empresa no tiene un efecto económico inmediato, pero significa que las empresas no quieren verse obligadas a quedarse al margen del comercio. Una empresa con sede en Cataluña no podría comerciar libremente ni con España ni con Europa, y debería esperar arduas negociaciones con el resto de países.
¿Estaría dispuesta una empresa a competir con productores nacionales e internacionales imponiéndola un arancel del 15% en el mercado nacional? A no ser que pudiera reducir sus costes en dicha cantidad estaría obligada a emigrar o cerrar. No es traición, es sentido común. Por eso, cerca de 700 empresas ya han cambiado su sede desde Cataluña a otras regiones de España. Este comercio interregional, entre distintas regiones de España, supone que las empresas catalanas perderían cuota de mercado por más de 12.000 millones.
Adiós a Europa, adiós a otros 13.000 millones
Los líderes europeos han dicho por activa y por pasiva que una Cataluña independiente no solo estaría fuera de la Unión Europea, sino que probablemente no podría entrar en muchos años. “Me chocan las mentiras cuando dicen ‘si nos independizamos vamos a seguir en la UE’. No dicen siquiera volver, sino quedarse. Eso siempre ha sido una mentira y lo saben perfectamente”, explicó recientemente Jean-Claude Piris, responsable durante dos décadas de los servicios jurídicos del Consejo de la UE.
No solo es la interpretación de un alto mando europeo, la denominada ‘Doctrina Prodi’ también lo deja claro: “si una región se independiza los tratados de la Unión Europea dejarán de aplicarse en ella”. A los más de 12.000 millones perdidos en ventas a España, habría que sumarle otros 13.000 perdidos al no poder comerciar con la Unión Europea.
Obviamente, las empresas antes de perder más de 25.000 millones en ventas optan por un cambio de domicilio. Acaso, ¿Hay alternativa para las empresas que se queden en Cataluña? La salida de la UE, parece que los catalanes lo tienen cada vez más claro y como contrapartida sacan a relucir la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA). “Podremos comerciar con el resto de Europa a través del EFTA”, rápidamente contestan los líderes catalanes. No. Tampoco podrán hacerlo.
La mentira del EFTA
El EFTA es un club formado por Noruega, Liechenstein, Islandia y Suiza que tienen la peculiaridad de poder comerciar con los países UE a través del Espacio Económico Europeo (EEE). La versión catalana de acceder primero al EFTA como vía de acceso al comercio UE no tiene aplicación práctica. Primero, para acceder al EFTA se necesita de la aprobación de los cuatro países, y en segundo lugar –y elemento esencial- contar con el apoyo de todos los países que forman parte del EEE, incluido España. Para los más incrédulos, consultar el artículo 128.2.
Los catalanes ni si quiera podrían acceder al espacio Schengen, por el cual las personas viajan libremente por 26 países distintos. Al igual que ocurre con el EFTA y el comercio con el EEE, para acceder al Espacio Schegen se requiere aprobación de todos los miembros, incluido España.
Todo ello aderezado con unos préstamos con intereses desorbitados, se multiplicarían por siete. Una Seguridad Social quebrada. Adiós también a los fondos de la UE –varios miles de millones-. El fin de los subsidios por la PAC, o los fondos FEADER o FEOGA. Entrar en un default público que alteraría los servicios públicos. En definitiva, no se puede perder de vista el acantilado en esta versión española del ‘juego del gallina’. El acantilado está ahí, es innegable. Las empresas lo han visto y se están tirando del coche en marcha antes de despeñarse. ¿Qué hará el resto?