Google es un peligro. Aunque no más que otras firmas como Facebook. Hasta hace relativamente poco, solo los Gobiernos más déspotas (que todavía los hay) se habían atrevido a extraer porciones de la vida diaria de las personas. Los tiranos entendían con bastante buen criterio que la información era poder. El problema era la desorbitada estructura que requería. Una disyuntiva que la tecnología ha ido limando de manera efectiva. En la actualidad, no se necesitan miles de espías, sino simplemente unos pocos informáticos, físicos o matemáticos. Ahora, se prefiere utilizar los términos datos y dinero, aunque no son más que eufemismos de la ecuación. Al final, datos es a información lo que dinero a poder.
Las grandes firmas que forman el acrónimo GAFA exceden ya la simple definición de empresa. Los actuales gigantes tecnológicos dejaron hace tiempo de preocuparse por los términos económicos de sus negocios. Ahora, los desafíos son principalmente políticos y culturales. Solo desde el prisma, de que el mundo cada vez está más preocupado por retratar a las grandes compañías tecnológicas, se puede entender que los creadores de Google, Larry Page y Sergei Brin, hayan entregado la dirección de su gigante al que llaman gran conciliador de Silicon Valley, Sundar Pichai.
Más allá de los problemas de cara al exterior, curiosamente son en el plano interior los que más preocupan. Aunque no lo parezca, Google se ha convertido en un auténtico polvorín en los últimos años. En especial, entre finales de 2018 y el 2019. Su tecnología se ha desarrollado de tal manera, sobretodo en inteligencia artificial (IA), que se convertido en el objetivo prioritario de todos los Gobiernos. El propio Pichai reconoció tiempo atrás que los desarrollos de la compañía en IA «es una de las cosas más importantes en las que la humanidad está trabajando».
Desde Estados Unidos se le pide y compra esta tecnología para su ejército. Desde China no paran de intentar tentar, con sumas increíbles de dinero, a la compañía para que le ayude a desarrollar (aun más) su entorno web. Pero claro, el gigante asiático le pone como condición que prosiga la censura que ejecuta en el país. Desde el Congreso de EEUU le exigen no cooperar con los chinos y aceptar su invitación militar. Y, por si fuera poco, los empleados (los más cualificados del planeta) de la firma están cada vez más molestos por vender tecnología a distintos ejércitos sin conocer bien los fines. En definitiva, la delicada situación necesita de un nuevo líder diplomático que sepa calmar las aguas revueltas que se mueven en Mountain View (California).
Pichai podría ser ese hombre. En el aspecto del día a día, su desempeño ha sido notable. El indio ha estado dirigiendo el grueso operacional de la compañía como es el buscador web, YouTube o el desarrollo de y monetización de Cloud. Pero su liderazgo ha significado mucho más. Desde el punto de partida de que Google es demasiado grande para no ser responsable ha abogado por apaciguar a los trabajadores, buscar siempre el consenso y mostrarse a favor de la tecnología como pilar del desarrollo humano (nunca como un arma).
Incluso en su momento, como máximo dirigente de Google (no de Alphabet que es la matriz del grupo) no le tembló la mano para despedir a uno de los grandes directivos de la firma, James Damore, después de difundir un manifiesto a favor de la discriminación de las mujeres en el trabajo. «Ha cruzado una línea al dar cabida a estereotipos de género en nuestro espacio de trabajo (…) sugerir que un grupo de compañeros tienen rasgos que les hacen biológicamente menos preparados para un empleo es ofensivo y no está bien», explicó Pichai en un correo electrónico que hizo llegar a todos los empleados. En conclusión, la empresa ha encontrado en el dirigente indio a su caballero blanco. Lo necesitará de cara a los grandes y difíciles retos que deberá afrontar en los próximos años. Y no, no serán económicos.