Algunos dicen que para ser uno de los hombres más ricos del mundo hay que ser de la cofradía del puño cerrado, tener mucho ojo para descubrir oportunidades de negocio que otros ni siquiera sospechan, gozar del don de gentes y, sobre todo, manejar como nadie el oscuro arte del cabildeo y el tráfico de influencias.
Todos estos elementos se reúnen en la figura de Carlos Slim, magnate mexicano que está redoblando su apuesta por España, país en el que ya controla cantidades ingentes de suelo, inmuebles y autopistas a través de FCC y Realia; y que ahora pretende aumentar su peso en el capital del Grupo Prisa.
Este hijo de inmigrantes libaneses ha puesto mucho esfuerzo en trasladar una imagen de hombre hecho a sí mismo al que no le han regalado nada y, aunque en esencia este relato es bastante ajustado a la realidad, lo cierto es que Slim no comenzó de la nada aunque sus biógrafos oficiales nos quieran convencer de lo contrario
Es verdad que iba al colegio andando, pero porque estaba a dos calles de su casa; y que su padre falleció cuando el joven Carlitos tenía trece años, pero le dejó una situación económica muy holgada y una extensa agenda de contactos en el mundo empresarial y político mexicano, en un momento en el que el país era un paraíso para los oportunistas. Lo que está claro es que fue precoz, porque con diez años ya compraba y vendía acciones y adquiría golosinas al por mayor para vendérselas a sus primos, sacando el margen correspondiente.
Como cuenta el periodista Diego Osorno, autor de una de las biografías no autorizadas más jugosas sobre el multimillonario, uno de los trucos que usa Slim para “armar su narrativa” es llevar a las entrevistas una libreta desgastada que su padre le regaló para que desde temprana edad registrara sus ingresos y gastos.
Siempre se ha dicho que Slim siempre mostró una gran aptitud por los números, destacando en las clases de matemáticas, pero en la asignatura de dibujo no pasaba del aprobado raspado. Hoy en día El Ingeniero, que es como se le conoce en México, controla una de las compañías de telecomunicaciones más importantes del planeta, América Móvil, y ha levantado un imperio de constructoras, bancos, restaurantes, hoteles, tabaqueras y hasta es accionista del New York Times.
Slim considera que la riqueza es como un huerto que hay que cuidar y regar con nuevas inversiones para que crezca y de sus frutos. Y el empresario así lo ha hecho durante toda su vida, combinando los pelotazos corporativos con un estilo de vida frugal.
SU VIEJO MERCEDES, EL COHIBA Y LAS VISITAS A ORENSE
Aunque posee una fortuna de 64.000 millones de dólares vive en la misma casa de Ciudad de México desde hace más de cuarenta años y se mueve en su viejo Mercedes blindado de 1990 o en su más reciente Chevrolet Suburban. Tiene yate y avión de empresa, pero las casas de descanso de su familia son las del grupo Carso –sociedad mediante la cual controla muchas de sus sociedades–, y se le ha podido ver varias veces en un pequeño municipio de Orense, invitado por el empresario Olegario Vázquez, compartiendo tardes de dominó.
Quienes le conocen saben que Slim prefiere disfrutar de la naturaleza en parques nacionales antes que jugar a la ruleta o al black jack en Las Vegas, o escaparse al mar de Cortés para disfrutar de un buen Cohiba, otra de sus grandes pasiones.
El millonario es también un gran amante del cine clásico de Sofía Loren, Charlie Chaplin y Marcelo Mastroianni. Sus dos películas favoritas son El Cid y Tiempos Modernos, que ha visto varias veces combinando los clásicos tacos y frijoles mexicanos con platos libaneses. Le gusta mucho cocinar y una de sus especialidades son los huevos revueltos con pan árabe, aunque su familia sabe que en ocasiones elude los fogones y atraca la nevera con nocturnidad y alevosía como los adolescentes que vuelven a casa tras una noche de jarana.
Para beber le gusta la Coca Cola Light, seguramente para compensar las calorías del abundante pan que consume en cada comida, y cuando de alcohol se trata prefiere el vino a la cerveza y el whisky a la ginebra. En los postres a veces ameniza la velada entonando alguna canción, otra de sus aficiones menos conocidas.
En el mundillo de los medios de comunicación mexicanos se comenta mucho que en las reuniones que mantiene Slim con periodistas suele ofrecer platos de la cadena Sanborn´s, de la que es propietario. Servidos en la tradicional vajilla blanca y azul que caracteriza a la marca. Y es que el magnate consume lo que producen sus empresas, al más puro estilo de El Corte Inglés de Don Isidoro, en el que llevar un traje de una marca ajena a los grandes almacenes era penalizada. De hecho, Slim no tiene sastre y el Cartier que luce en su muñeca es de uno de los modelos más sencillos.
SUFRIÓ ACOSO EN EL COLEGIO
Pocos lo saben pero nuestro protagonista sufrió acoso en el colegio cuando tenía doce años, en sexto de primaria, debido a su origen libanés. Un día los insultos dieron paso a los golpes y Carlitos le partió la crisma a uno de sus asaltantes. Llegó entonces uno de los sacerdotes –el colegio era católico– y solucionó el problema poniendo un par de guantes de boxeo a cada niño. La letra con sangre entra, que decían en aquellos tiempos. Quizás por aquella experiencia hoy en día uno de sus deportes favoritos es el boxeo, junto con el béisbol y, en menor medida, el fútbol.
Para Slim la familia es el centro de su vida y en los últimos tiempos ha dejado el día a día de sus negocios a sus hijos para centrarse en su labor filantrópica y en buscar la forma de garantizar que el imperio no se desvanecerá cuando ya no esté para dirigirlo. Incluso ha dado responsabilidades a uno de sus sobrinos, hijo de su hermano Julián comandante de la policía política que en los años setenta del pasado siglo hizo desaparecer a cientos de personas.
Su relación con el ámbito militar no termina ahí, porque el magnate es miembro desde 2008 de la Junta Directiva de la Rand Corporation, un “laboratorio de ideas” del Ejército de EEUU. En más de una ocasión ha dicho que aunque Donald Trump critique a los mexicanos, desconoce que en realidad trabaja para uno de ellos: el propio Slim.
LO CASÓ EL PEDERASTA FUNDADOR DE LOS LEGIONARIOS DE CRISTO
Otro de los elementos que esconden sus aduladores oficiales es que su boda la ofició el denostado Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo que abusó de menores entre acusaciones de fraude y extorsión, lo cual no fue un problema para que Benedicto XVI estuviera a punto de canonizarle. Se casó con Soumaya Domit, hija también de un empresario libanés y que dio nombre al museo fundado en 1999 por Slim, cuando ella falleció. El empresario es un ferviente coleccionista de arte.
Dos veces se enfrentó cara a cara con la muerte. La primera fue en sus años mozos al volante de un automóvil y, la más grave, cuando en 1997 le operaron a corazón abierto en un hospital de Houston. Cuando estaban terminando los cirujanos la intervención se rompió una válvula y Slim estuvo a punto de irse al otro barrio. Los médicos le tuvieron que administrar más de treinta bolsas de sangre y estuvo conectado a un respirador artificial. Hasta en tres ocasiones tuvo que ser reanimado.
Se salvó pero un año después falleció uno de sus mejores amigos, el poeta Octavio Paz con el que compartió muchas confidencias. Una dura lección vital de la que aprendió Slim y que ilustra bien otra de sus célebres frases: “la ocupación desplaza a la preocupación y los problemas al enfrentarlos desaparecen. Así los problemas deben hacernos más fuertes, de los fracasos aprender y hacer de los éxitos estímulos callados”.
En España es famosa su amistad con Felipe González, con el que ha departido mucho en los últimos meses, una vez que se ha constatado que la deriva del presidente de México va a hundir la economía del país. El ex mandatario español es un reconocido asesor del millonario y su relación se remonta a los tiempos en los que a González se le conocía como Isidoro, en los últimos estertores del franquismo. Era la época de la reconstrucción del PSOE y del surgimiento de la figura de Polanco como pieza clave del felipismo. Pero eso es ya otra historia.