Groenlandia es la isla más grande del mundo. Su salvaje inmensidad es tan hostil para la habitabilidad humana como fecunda para el estudio climatológico: una extensión helada del tamaño de Europa occidental, cuya población total no supera a la de Arganda del Rey. Y sin embargo, Donald Trump afirma que está dispuesto a tomar las armas para reclamar el territorio. Y es que la superficie groenlandesa es yerma como un guijarro, pero su subsuelo rebosa tesoros.
A pocos días de volver a sentarse en el Despacho Oval, el recién electo presidente estadounidense ha advertido que clavará la bandera de las barras y las estrellas en la isla ártica, por las buenas o por las malas. La primera opción supone pasar por caja, una adquisición de territorio al estilo de la compra de Alaska a Rusia en 1967. Pero si la respuesta es ‘no’, el mandatario norteamericano no descarta una intervención manu militari.
«La gente no sabe si realmente Dinamarca tiene algún tipo de derecho legal sobre Groenlandia; pero si lo tiene, debería cederlo, porque lo necesitamos por razones de seguridad nacional», ha dicho Trump, quien, ante la pregunta de si estaría dispuesto a usar la fuerza bélica o económica, ha respondido: «No puedo asegurarles que descartaré ninguna de esas dos opciones. Palabras que además coinciden con el viaje que su hijo, Donald Trump Jr., hizo a territorio groenlandés el pasado martes.
LA PECULIAR HISTORIA DE GROENLANDIA
El factor de «seguridad nacional» al que alude Trump tiene que ver con la situación estratégica del territorio, a caballo entre Canadá, Europa y el norte de Rusia. Hasta el momento, la Administración danesa ha rechazado todos los intentos por parte de Washington de comprar la isla, aunque sí autorizó la instalación de la base espacial estadounidense de Pituffik (antigua base aérea de Thule), en servicio desde 1941.
Sin embargo, Trump no se conforma con este enclave solitario. Ha advertido que va a por todas y se hará con toda Groenlandia, que ocupa la parte noble de su lista de deseos junto con el Canal de Panamá, México y hasta Canadá. Pero ¿es solo la ventaja geográfica lo que estimula el apetito del mandatario por este gélido país? Desde luego que no.
groenlandia, AUNQUE OFICIALMENTE BAJO ADMINISTRACIÓN DANESA, GOZA DE UNA GRAN AUTONOMÍA: COPENHAGUE SE LIMITA A GESTIONAR LOS ASUNTOS EXTERIORES Y LA DEFENSA
Como se ha dicho, el interés de la Casa Blanca por Groenlandia no es nada nuevo. EEUU ha mantenido reclamaciones sobre el país desde el siglo XIX, y en 1946 Harry Truman ofreció a Dinamarca por él 100 millones de dólares. El último intento data de 2019 y fue propuesto por el mismo Donald Trump, en su anterior mandato.
Dinamarca, que se hizo con la soberanía de la isla a principios del siglo XVII, aplica desde 1953 un estatus especial al territorio, que goza de una gran autonomía: Copenhague se limita a gestionar los asuntos exteriores y la Defensa. Por lo demás, los apenas 58.000 habitantes censados se gobiernan a sí mismos sin demasiadas desavenencias.
UN ‘EL DORADO’ BAJO CERO
Sin embargo, lo que a los pocos acogedores parajes árticos les falta en población, les sobra en recursos. El Servicio Geológico de EEUU estima que Groenlandia esconde enormes cantidades de petróleo y gas natural; en concreto, el 13% y el 30%, respectivamente, de las reservas no descubiertas del mundo. Cifras que explican por sí solas el renovado entusiasmo de Trump.
Pero eso no es todo. Bajo la capa de hielo de Groenlandia descansan enormes depósitos de todo tipo de minerales, muchos de ellos de gran valor: paladio, zinc, cobalto, oro, plata, diamantes… Según un estudio de 2023 citado por Reuters, se ha confirmado la presencia de 25 de los 34 minerales considerados ‘materias primas fundamentales’ por la Comisión Europea (CE). Entre ellos se encuentran materiales críticos para el almacenamiento energético como el grafito y el litio, imprescindibles para las baterías; además de otro recurso considerado un tesoro no solo por sus aplicaciones industriales, sino por su incidencia geopolítica: las tierras raras.
‘Tierras raras’ es un término paraguas que designa a un variado grupo de elementos químicos con variadísimas aplicaciones, principalmente en las industrias de vehículos eléctricos y turbinas eólicas.
Desde que su utilización empezó a extenderse a partir de la década de los 90, China ha ejercido un dominio monopolístico en el mercado: el gigante asiático produce aproximadamente el 80% de las tierras raras que se comercializan en el mundo, según datos de BBC. En la Unión Europea (UE), por ejemplo, cerca del 98% de las tierras raras utilizadas en 2021 se importaron de China.
EL CONTROL DE LOS DEPÓSITOS DE TIERRAS RARAS GROENLANDESAS SUPONDRÍA QUITARLE A CHINA EL MONOPOLIO EN SU COMERCIALIZACIÓN, QUE HA EJERCIDO SIN OPOSICIÓN DESDE LOS 90
El control de un territorio rico en este material tiene, por consiguiente, una dimensión geoestratégica innegable: supondría quitarle a China el mango de la sartén en un negocio que actualmente controla sin oposición y que es crucial para la revolución tecnológica y la transición energética. Y Trump no es muy amigo de lo segundo, pero sí de llevar la voz cantante en las relaciones comerciales.
El magnate norteamericano, desde luego, no lo va a tener fácil desde un punto de vista diplomático. Y no solo porque tanto la UE como los mandatarios locales hayan reaccionado con desafío ante sus amenazas -«Groenlandia no está en venta y nunca lo estará», ha dicho el primer ministro de Groenlandia, Mute Egede– sino porque la isla ártica es uno de los ‘parques naturales’ más protegidos de todo el planeta.
En 2021, el Gobierno groenlandés decidió poner fin a todas las nuevas licencias de exploración de petróleo y gas en el país. El motivo principal esgrimido para la medida fue la emergencia climática y los efectos de la extracción de hidrocarburos en el frágil medioambiente ártico, que por otro lado tiene profundas implicaciones en la ecología de todo el mundo.
Desde entonces, la política económica del Ejecutivo de Groenlandia se ha centrado en atraer inversiones relacionadas con las energías renovables y con otro tipo de actividades mineras manos invasivas.