Corría el año 1997 cuando el primer gabinete de José María Aznar, ante la complicada situación de las cuentas públicas que recibió del cuarto mandato de Felipe González, tomó la decisión de realizar un préstamo público a la Seguridad Social para cubrir el desfase que se había producido. Previamente, González también había hecho lo propio en 1994, cuando la crisis de los noventa estaba en lo más álgido para la economía española.
La buena marcha de la economía en los años siguientes, permitió cancelar esa medida extraordinaria, e incluso dotar en la década pasada el famoso Fondo de Reserva de la Seguridad Social, del cual ha estado viviendo el gobierno de Rajoy en los últimos cinco años. Pero ahora, se está acabando, y en 2017, en vez de reconocer que se ha acabado, recurre de nuevo a esa medida extraordinaria de realizar un préstamo de más de 10.000 millones de euros a la Seguridad Social (a pesar de que según nos indican, España no sólo va bien, sino que va muy bien, a la cabeza de las economías europeas). El motivo no es otro que este préstamo no computa como déficit público, y el Gobierno actual está obsesionado con cumplir con ese objetivo, aún a costa del uso de la contabilidad pública creativa.
No es la primera vez que el Sr. Montoro utiliza un mecanismo “creativo” en los últimos doce meses. En 2016, y ante la absoluta imposibilidad de cumplir con el objetivo fijado por Bruselas, puesto que todo apuntaba a un 5,5% de déficit, el peor de Europa, y el único que suponía déficit primario, se sacó de la chistera un anticipo del Impuesto de Sociedades para bancos (25% de los resultados brutos) y para grandes empresas (23%). Con ello, logró llegar al 4,3%, y sacar pecho ante el Sr. Moscovici, diciendo que España cumple con el déficit, aunque en puridad no la haya cumplido, y que ese 4,3% sigue siendo el peor de Europa.
Todos sabemos que no cumple, y en Bruselas también lo saben. El Sr. Dijsellbloem lo sabía y lo sabe, pero las formas le pierden, porque efectivamente no se puede decir que los españoles (entre otros) nos gastamos las ayudas de los europeos del norte en alcohol y mujeres, primero porque es un comentario claramente sexista, y segundo porque cuando uno se va a los países del norte, y ve cómo se ponen ciegos en los pubs tomando snacks, cerveza y ginebra, nos puede entrar complejo de inferioridad a los españoles en materia de resistencia a la bebida.
Pero si obviamos las formas, el Presidente del Eurogrupo tiene razón. No estamos haciendo los deberes, y seguimos gastando más de lo que ingresamos y, además, hemos vuelto a las alharacas, y nos ponemos a lanzar grandes campañas de empleo público, renovaciones de la tarifa plana en la Seguridad Social, incrementos de sueldos en el Sector Público, etc. Ya el año pasado fue un año en el que la austeridad brilló por su ausencia, y todo se disculpó por que era un “año electoral”. Pero ahora, hemos lanzado las campanas al vuelo, afirmamos a bombo y platillo que “ya no estamos en la indigencia”, y nos vemos claramente en la primera velocidad de la Unión Europea.
Cuando en una empresa el Consejo de Administración se encuentra en dificultades y quiere dar una imagen diferente para ver si consigue ganar tiempo, suele recurrir a la contabilidad creativa. Al fin y al cabo, los accionistas no suelen ser muy expertos en balances y cuentas de resultados, y con los auditores siempre se puede “negociar”. Después pasa lo que pasa, pero de momento se ha seguido en el machito. En el fondo, la permanencia en un Consejo de Administración es similar a la permanencia en un Consejo de Ministros. Se trata de vivir el momento presente, sentir esa sensación de poder durante un poco más de tiempo, porque en el fondo se sabe que después de este tiempo, luego ya no les volverán a poner un micrófono delante, y lo de las puertas giratorias cada vez está más complicado.
Por tanto, utilizar todos los mecanismos contables posibles, aunque no sean ortodoxos, para dar una sensación de que todo va bien, se considera lícito por parte de los próceres políticos. Tienen de su parte el hecho de que, al contrario de lo que ocurre con las empresas privadas, no se les obliga a hacer una consolidación financiera, ni a tener auditores externos, y Bruselas no tiene facultades coercitivas para poder intervenir las cuentas públicas españolas, salvo que realmente se produzca un problema de impago de deuda que obligue a los políticos a solicitar un rescate financiero a sus colegas de la Unión Europea.
Y ahí es donde les duele a Moscovici y a Dijsellbloem; porque lo están viendo venir, y se sienten impotentes ante los juegos malabares que hacen sus colegas mediterráneos, que no se lo gastan en vino y mujeres, sino que simplemente tienen más funcionarios de los que deberían, más autonomías de las que son necesarias, más municipios de los que la lógica administrativa aconsejaría, y una pléyade de empresas públicas, fundaciones, asociaciones, asesores y demás entidades donde colocar a los amigos, familiares y demás gente de “carnet”, por no hablar de aquellos que cruzan las líneas rojas y gastan innecesariamente dinero público con el objetivo de que algo les revierta a sus peculios personales.
Y mientras tanto, en el Parlamento la discusión gira en torno a si se debe alguien de beber un par de coca-colas…. País.