domingo, 24 noviembre 2024

César, «ejque» te vamos a echar de menos

Siempre recordaré la primera vez que nos vimos. Yo acudí a la cita con cierta curiosidad tras haber oído hablar mucho de él.

Hace muchos años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Las personas que me acompañaban, de su círculo más cercano sonreían cómplices y se daban codazos en la entrada, expectantes sobre lo que iba a suceder. Yo no entendía muy bien todo aquello. La realidad es que estaban poco más o menos que apostando sobre lo que iba a pasar en los próximos minutos.

Conocí a César espatarrao en su silla y estuvimos charlando casi hora y media. Me contó anécdotas que en otras circunstancias y, sobre todo si vinieran de otra persona, no se si me habrían hecho levantarme e irme o pensar que estaba ante una cámara oculta. Pero no había cámara. Era César en estado puro y, por supuesto, todas las anécdotas, absolutamente inverosímiles, eran completamente ciertas. Y las acabé por digerir a palo seco, sin filtro, como si nos conociéramos de toda la vida. Así asistí ojiplático a sus explicaciones sobre como había echado recientemente la bronca en un evento público a la Reina de España para que arreglara relaciones con su suegro, Don Juan Carlos, o cómo había decidido, tras la petición de un íntimo amigo en su lecho de muerte, que apoyaría al Estudiantes de baloncesto (y esa fue la génesis del patrocinio de Telefónica con el equipo que aún perdura).

César era así, era directo e irreverente, una fuerza de la naturaleza que no tenía filtro. Y se gustaba en ese papel, y en primer lugar lo hacía porque podía, su trayectoria avalaba que se pudiera mostrar cómo le daba la gana; a las bravas sin necesidad de ser políticamente correcto. Tan directo, tan extraordinario.

Mientras hablaba, mis acompañantes se daban codazos y sonreían a la espera de acontecimientos. Yo no comprendía nada. Algo se me escapaba. Yo era el nuevo y no imaginaba la dimensión del personaje que estaba por descubrir. Y que, cuál Julio César en el circo romano, estaba pasando una prueba sin saberlo que concluiría con un juicio sumario pulgar hacía arriba o hacía abajo.

Yo no había conocido a nadie como Alierta hasta ese día. Y es que César era tan impredecible como el resultado de cualquier conversación con él. Nunca sabías si va a ir muy bien, o a los 5 minutos se podía levantar y salir de la habitación sin despedirse. Pero no, gracias a Dios esa primera reunión debió bien, y eso que yo salí escaldado y sorprendido, y no las tenía todas conmigo:

– Joder, ¡si no me ha dejado ni hablar! y varias veces me ha dicho ¡eso no me interesa! este tío es cortante.

– Te equivocas, Alejandro, ha ido muy bien, ¡le has caído de cojones! Sino a los cinco minutos ya nos habría dicho «¡me aburro! para que me habéis traído a este tipo!«.

Y sí, debió ir bien porque le expliqué un proyecto que quería iniciar. De inmediato se mostró interesado en acompañarme y poner el otro 50% del capital. Así, sin más. No estaba mal para el primer día. Finalmente decidí no poner aquel proyecto en marcha, pero aún resuenan en mi cabeza algunos comentarios de aquella reunión, en la que hablamos tan sólo 5 minutos del proyecto y el resto de hora y pico recibí una lección de vida. Y debo decir que debí estar relativamente hábil o ‘caerle de cojones’, como me dijeron, porque a la salida me dijo que quería acompañarme en el proyecto.

Y es que cuando estabas con César podía pasar cualquier cosa. Era una auténtica montaña rusa. Y si no te habían aleccionado previamente -y a mi ese día, los muy cabrones no me habían dicho nada para hacerme vivir la experiencia al límite-, podías salir con la cara absolutamente desencajada.

Un primer encuentro fue suficiente para relativizar las cosas que sucedían con él en una categoría especial, diferente, «las cosas de César». Cosas que no se pueden valorar con la regla de medir que usas para la mayoría de las personas, porque Alierta estaba fuera de concurso, era único, era diferente.

cesar alierta merca2 Merca2.es

Juzgar hoy a César es imposible porque los tiempos han cambiado, y porque su legado habla en primera persona de él como una persona irrepetible, pero además es que no hubo un César sino al menos dos distintos. Una persona hasta el fallecimiento de su esposa, Ana Isabel Cristina Placer, y otra persona diferente desde entonces.

Tras múltiples achaques de salud, ayer nos dejó para siempre, y lo hizo relativamente joven, a los 78 años de edad. Hoy nos podremos bañar en ríos de tinta exaltando su figura, su talla empresarial, su visión, su trayectoria en Tabacalera, en Telefónica y en la vida. Y todo eso será cierto, pero yo se lo dejo a otros. Sólo quiero, y sólo puedo explicar que nos ha dejado una fuerza de la naturaleza, una persona especial, con un carisma tal que en una habitación abarrotada se hacía un sepulcral silencio, como si no hubiera nadie, a su alrededor para escucharle.

Los artículos y los elogios pasarán y tras el ruido sólo va a quedar el silencio. Es irremediable en las perdidas y más aún con una de está importancia. El vacío, al final, es enorme. Espero que desde Telefónica pueda quebrarse ese silencio con alguna iniciativa (¿una Fundación?, ¿unos premios?) que tenga por objeto mantener a César para siempre en la memoria colectiva ligado a su gran proyecto. Siempre fue un telefónico.

Alierta ya no está pronto dejará de salir en los periódicos, pero eso no importa porque su sitio natural son los libros de historia. En su canción «Eungenio Salvador Dalí», Mecano aboga por la reencarnación de uno de nuestros artistas más universales. Ojalá pudiera ocurrir lo mismo con una figura empresarial de este calibre, irrepetible.

Si te reencarnas en cosa
Hazlo en lápiz o en pincel
Y gala de piel sedosa
Que lo haga en lienzo o en papel
Si te reencarnas en carne
Vuelve a reencarnarte en ti
Que andamos justos de genios
Eugenio Salvador Dalí

Y todo ello sin que nadie dude que tenía luces y tenía sombras, y como todos los genios, que lo fue, no siempre fue una persona fácil, especialmente en sus últimos años.

Con tus virtudes y tus defectos, te vamos a echar de menos. Gracias por todo. Descansa en Paz, César Alierta.


- Publicidad -