Ya está en marcha la operación extraordinaria decretada por Enagás para hacer frente a la demanda hipertrofiada de gas por la ola de frío que azota la península. La gestora oficial del sistema ha asegurado que la situación está bajo control y que los depósitos de gas natural licuado (GNL) están hasta los topes y a prueba de Filomenas, aunque la realidad es que llenarlos financia la invasión de Ucrania por parte de Rusia, cuyo presidente es Vladimir Putin.
El gélido clima que padecemos, que no hará sino endurecerse a medida que se acerca el ecuador del invierno, ha obligado a Enagás a preparar el suministro ante el incremento meteórico del consumo de gas para calentar los hogares. La gasística espera que entre el 8 y el 11 de enero la demanda pulverice los niveles normales, situados en 355 gigavatios hora (GW/h), un envite para el que las existencias de GNL almacenadas en los tanques y recipientes subterráneos (13,3 y 30,5 teravatios hora, respectivamente) serán más que suficientes.
Eso y los dos slots para descarga de buques dispuestos por la compañía como salvaguarda adicional deberían bastar para salir del paso con garantías. Sea como fuere, los datos son tan inmisericordes como el termómetro, y dicen que es Vladimir Putin, enemigo ‘jurado’ de Occidente y sus democracias liberales, quien se beneficia de nuestra alergia a pasar frío.
EL GAS LICUADO RUSO REINA EN EL FRÍO EUROPEO
La voladura de los gasoductos Nord Stream I y II produjo un embudo en la llegada del hidrocarburo por ese medio, pero a cambio el licuado ha experimentado un auténtico boom: según Global Witness, desde el comienzo de la guerra de Ucrania la Unión Europea (UE) ha aumentado en un 40% sus importaciones de esta materia prima, que se encuentran actualmente en un techo histórico. De los 15 millones de metros cúbicos de 2021 se pasó a 22 millones entre enero y julio de 2023, período en el que los países miembros se gastaron algo más de 900 millones de euros mensuales en adquirir GNL ruso del Ártico.
Europa sigue siendo el mayor comprador del GNL ruso, con España, Francia y Bélgica ocupando el podio de clientes ilustres. Por ese orden. A nivel global, solo China supera a nuestro país, que acumula 5.210 millones de metros cúbicos (5,210 bcm) importados de enero a septiembre de 2023, por los 3,19 bcm de Francia y los 3,14 bcm de Bélgica.
Estos datos, extraídos de una investigación del Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero (IEEFA, por sus siglas en inglés) evidencian la debilidad energética que padecemos y que ha intentado revertirse a escala comunitaria, con poco éxito.
ESPAÑA Y LA UE, ENTRE LOS PRINCIPIOS Y LA CALEFACCIÓN
En marzo de 2023, el comisario de Energía de la UE, Kadri Simson, instó a los estados miembros y a las empresas de la UE a dejar de comprar GNL ruso. La ministra española del ramo, Teresa Ribera, secundó esta postura, pero matizó que cualquier restricción en las importaciones debería formar parte de un paquete oficial de sanciones contra Moscú. En caso contrario, las empresas de la UE que dejen de comprar licuado a Rusia podrían ser sancionadas por incumplir sus contratos, situación que la ministra calificó de «absurda».
A diferencia de Estados Unidos, la UE todavía no ha impuesto sanciones a las importaciones de gas licuado. Los dimes y diretes en la Comisión no han ofrecido ninguna solución a España, que sigue permitiendo la importación y reexportación de gas licuado ruso en contra del criterio de potencias como Reino Unido y Países Bajos, que ya lo han prohibido.
Rusia aseguró la primera posición entre los proveedores de gas a España en junio de 2023, según información facilitada por Enagás. Culminaba así una meteórica escalada desde el cuarto lugar que ocupaba a principios de año, detrás de los Estados Unidos, Argelia y Nigeria. En el conjunto del año pasado, los suministros de Rusia a España se expandieron en un 39%.
BRUSELAS ESTÁ COCINANDO UNA FÓRMULA QUE HABILITE A LOS PAÍSES MIEMBROS PARA CANCELAR EL ACCESO DE LAS EMPRESAS RUSAS Y BIELORRUSAS A LOS OLEODUCTOS Y TERMINALES DE GNL
Nuestra situación es menos crítica que la de otros países de la Unión Europea -Hungría, cuyo GNL procede en un 95% de Rusia, es casi enteramente dependiente de Putin para abastecerse-, pero refleja una cruda certidumbre geopolítica: Moscú tiene la llave de la calefacción. Sin el licuado que nos vende, ningún plan de contingencia es viable cuando el frío aprieta, al menos de momento.
Bruselas, sin embargo, no ceja en su empeño de apretar el cepo sobre el enorme cuello del Kremlin. Según una información filtrada a principios de diciembre por el periódico estadounidense Financial Times, la Comisión está cocinando una fórmula para cortar el flujo del GNL ruso. El plan consiste en dotar a los estados miembros de la capacidad para cancelar aquellos acuerdos que permiten a las empresas rusas y bielorrusas comprar capacidad en oleoductos y terminales de GNL.
Estas restricciones serían análogas a las sanciones por el tope del precio del petróleo: no se prohibirían las compras de gas, sino que se recurriría a un mecanismo de mercado para limitar la capacidad de Rusia de vender.