Sus obras artísticas abrochan el devenir de un linaje de empresarios y financieros que conjuga desde final del siglo XIX el interés mercantil y el valor del apellido.
EL RETORNO DE MASAVEU A BARCELONA
Cuando Pedro Masaveu Rovira retornó en 1885 a Barcelona, prematuramente anciano, quebrado por la salud, debió recordar el viaje que realizó con apenas trece años desde su pueblo natal, Castellar del Vallés, próximo a la capital catalana, a Oviedo. De seguro, volvió a su mente -así se lo comentaría a su esposa y a una de sus hijas, que lo asistieron en la travesía- cómo su vida cambió por completo al poner un pie en la diligencia que le condujo a través de más de novecientos kilómetros para depositarlo en el centro del dinero, respirando el mismo aire y comiendo en los mismos salones que la burguesía industrial surgida durante aquel tiempo loco y acelerado en Asturias.
De aquellos días hay un retrato firmado por el catalán Josep María Marquès. Si la enfermedad venía acechándolo, acortándole a machetazos la vida, convenía tener pronto ese testimonio a modo de salvavidas para el recuerdo familiar y evitar lo ocurrido en 1879 a uno de sus socios, el capitalista ovetense Ignacio Herrero Buj, quien tuvo que ser pintado post mortem al fallecer repentinamente sin que el artista hubiese iniciado el encargo. Con toda probabilidad, aún se contaría con escándalo que el pintor Dionisio Fierros se vio obligado a tomar algunos apuntes del banquero en su lecho de muerte, siendo perceptibles las huellas de su fallecimiento, con la boca y las mejillas hundidas.
Con toda probabilidad, aún se contaría con escándalo que el pintor Dionisio Fierros se vio obligado a tomar algunos apuntes del banquero en su lecho de muerte
A Pedro Masaveu Rovira aún no le había llegado la hora. Sin embargo, estaba próxima. En el lienzo de Marquès -un joven que acababa de concluir sus estudios artísticos en la Escuela de la Lonja de Barcelona- presenta los ojos hundidos en la calavera y exhibe una barba de apóstol laico. Casi fuera de sí, ajeno al mundo, tiene aspecto de estibador de puerto, de patrón de ballenero, de obrero en los altos hornos, si bien la joya que abrocha su cuello indica su alta posición social. Sin ir más lejos, este señor que parece atisbar su final había convertido una tienda de tejidos en la poderosa Banca Masaveu, dedicada desde 1882 a “toda clase de operaciones de giro, cambio y descuento”.
CATALANES Y MASAVEU ROVIRA
En esa tela poco debía quedar del adolescente que formó parte de la amplia diáspora de catalanes que, a lo largo del siglo XIX, se instaló en diferentes puntos de la península acompañando a la exportación de paños y telas. Tan abundante, por ejemplo, llegó a ser la presencia de empleados originarios de Cataluña en los comercios de Oviedo que Clarín recogió este hecho en La Regenta: “La calle del Comercio es el núcleo de estos paseos nocturnos y algo disimulados (…). Los mancebos son casi todos catalanes, pero pronuncian el castellano con suficiente corrección. Son amables, guapos casi todos”.
De Masaveu Rovira se sabe que, al poco de llegar a la capital asturiana, se alistó en el comercio de paños, sederías y otros géneros de León García Barrosa
De Masaveu Rovira se sabe que, al poco de llegar a la capital asturiana, se alistó en el comercio de paños, sederías y otros géneros de León García Barrosa, quien al fallecer dejó todo el negocio a su mujer, Carolina González Arias-Cachero. A causa del desconocimiento del oficio, la viuda se vio obligada a asociarse con alguien de probada capacidad y experiencia en el ramo. Ese profesional sería aquel dependiente nacido en Castellar del Vallés, con quien constituyó en 1855 la sociedad Viuda de Barrosa y Compañía. Tres años más tarde, el 20 de diciembre de 1858, los dos socios contrajeron matrimonio, pasando la sociedad a la denominación Pedro Masaveu y Compañía.
LOS EJERCICIOS FINANCIEROS
En paralelo a los primeros ejercicios financieros, empezaron a asomar muebles, adornos y lienzos por los escaparates de la tienda. Estas piezas iban dirigidas a una burguesía que ondeaba el lujo, la belleza y el refinamiento como señas de identidad de su clase social. Cada vez más pintores utilizaron las vitrinas de Casa Masaveu para exhibir su trabajo. Es posible que, en un principio, los artistas mostraran sus cuadros a cambio de pagar un precio fijo en concepto de comisión por cada venta, si bien el local no tardaría en reforzar su labor de intermediación seleccionando a los artistas y asignándole un valor a su producción. Aquí, entre esas prácticas, podría fijarse el big bang de la pasión familiar por el arte, convertida en la rúbrica exquisita de sus abultados libros contables.
Así marchaba el negocio cuando Pedro Masaveu Rovira falleció en Barcelona el 2 de marzo de 1885. La desaparición del fundador de la saga no produjo grandes sobresaltos. Elías Masaveu Rivell -sobrino y yerno del difunto, quien había replicado en 1860 la misma travesía entre Castellar del Vallés y la capital asturiana- avivó los tratos comerciales y bancarios pero, al mismo tiempo, inició una fuerte implantación en el mundo industrial gracias a la fabricación de cemento artificial. En 1898 constituyó la sociedad anónima Tudela Veguín para atender los pedidos de materiales para los ensanches de Oviedo y Gijón y el nuevo puerto de El Musel.
Pedro Masaveu Rovira falleció en Barcelona el 2 de marzo de 1885
A partir de ahí, Masaveu Rivell se adentró en la vejez sin esquilmar su patrimonio, sin derrotas, con mucho calcio, vibrando repetidamente en los negocios. La edad le acabó por desgastar los huesos, pero no pudo astillar la audacia de este hombre que, en una fotografía de época, es huésped de un bigotón nietzscheano. Sonríe sin abrir de más la boca. Lleva cortado a cepillo el pelo blanco. Mira desde el fondo de dos ojos profundos con algo de tiburón de acuario. Asoma con cierta pose de embajador almidonado. Antes de fallecer en 1924, obtuvo su reconocimiento como hijo adoptivo de Oviedo, un título que llenó al anciano de un hondo e indisimulado orgullo.
LOS HIJOS
Como en las monarquías o en las casas de la nobleza, su primogénito, Pedro Masaveu Masaveu, tomó su relevo tras un intensivo entrenamiento desde sus años juveniles. Junto a las cuentas de resultados y los consejos de administración, afiló en su vida una extraordinaria inclinación por la belleza. Cabe atribuirle a él gran parte del mérito de ese coleccionismo que no solo acumulaba, sino que aspiraba a vivir por dentro aquello que poseía. Con el asesoramiento de Enrique Lafuente Ferrari, uno de los historiadores del arte más influyentes en la España de posguerra, inició la compra de piezas de grandes maestros del arte español, apartándolas de los mercados para convertir esta colección en una de las mejores de Europa en el ámbito privado.
En ese ambiente se educaron sus dos hijos, María Cristina y Pedro Masaveu Peterson. Pese a ser un año menor que su hermana, al varón le tocó dirigir los negocios familiares a la muerte de su progenitor, en 1968. Y, otra vez, el nuevo regidor demostró una extraordinaria puntería para fabricar dinero. De su gestión destaca que mantuvo la fuerte presencia en la oferta cementera española y, al tiempo, diversificó las inversiones en otros campos, como las explotaciones agrarias y vitivinícolas (con la adquisición en 1974 de las Bodegas Murúa, en la Rioja alavesa), los centros y los laboratorios médicos, los negocios inmobiliarios y los aparcamientos urbanos.
EL CONJUNTO ARTÍSTICO
En paralelo, se volcó en incrementar el conjunto artístico propiedad de su linaje, que, por su número, acabó por desbordar las paredes de sus propiedades. La cantidad de sus adquisiciones fue tal que su colección pictórica, además de otras muchas antigüedades y objetos artísticos, triplicó lo ya acumulado por su padre. Sintió predilección por la obra de Joaquín Sorolla, del que llegó a reunir hasta cincuenta y ocho lienzos, convirtiéndose en el español que más obras del pintor valenciano atesoró, el segundo a nivel mundial por detrás del millonario estadounidense Archer Milton Huntington.
Masaveu Peterson accedió en 1988 a la exhibición de una selección de cincuenta y cinco pinturas de su propiedad, desde el siglo XV hasta el XIX. La exposición Obras maestras de la Colección Masaveu, que estuvo a cargo de Alfonso Pérez Sánchez, entonces director del Museo del Prado, se trató de un verdadero descubrimiento tanto para el público en general como para los especialistas, pues era la primera oportunidad de tener acceso abierto a obras de Juan de Arellano, Juan Carreño de Miranda, José Antolínez, Miguel Jacinto Meléndez y, sobre todo, el gran hallazgo de la exposición: la soberbia representación de Santa Catalina de Alejandría que Zurbarán ejecutó hacia 1640, considerada hoy una de las obras más representativas de la colección.
Masaveu Peterson accedió en 1988 a la exhibición de una selección de cincuenta y cinco pinturas de su propiedad, desde el siglo XV hasta el XIX
Desgraciadamente, poco después, la repentina muerte de Pedro Masaveu Peterson en 1993 torció el rumbo lógico de los acontecimientos, también en lo que respecta al ingente patrimonio artístico. Su única heredera, María Cristina Masaveu Peterson, decidió que el pago de los derechos de transmisión al Estado se hiciera con la mayor parte de la colección de su hermano, de forma que quedara intacto en manos de la familia el núcleo establecido en origen por su padre, Pedro Masaveu Masaveu. Tras diversas vicisitudes legales, el Principado recibió en calidad de dación tributaria cuatrocientas diez pinturas, depositadas en el Museo de Bellas Artes de Asturias.
Entretanto, la dirección de las empresas de la Corporación Masaveu recayó en Elías Masaveu Alonso del Campo, primo de Pedro y María Cristina. Fue ésta quien quedó como salvaguarda de la colección familiar, que entró en una nueva fase. Se fueron realizando adquisiciones puntuales, algunas ligadas a la actividad empresarial y a sus instalaciones, pero los fondos crecieron mínimamente en comparación con el acelerado ritmo que les imprimieron durante su creación. Igualmente, se apostó por la exhibición periódica de sus piezas, decisión que se ratificó con la apertura de una sede permanente para albergar el conjunto artístico en pleno centro de Madrid.
LA CORPORACIÓN Y ELÍAS
Masaveu Alonso del Campo recordaba con frecuencia que “el afán de eternidad” era el propósito que debía inspirar los negocios familiares, concebidos como un legado que se ha recibido y al que debe darse continuidad. Esta concepción empresarial, y la especialización del grupo en sectores con alta rentabilidad y que se han desenvuelto históricamente en un régimen de oligopolio, caso de los cementos y sus derivados, son dos de los factores que permiten explicar por qué, mientras la economía asturiana perdió pujanza dentro de panorama español, el Grupo Masaveu no dejó de engrandecer sus dominios y de ampliar sus negocios.
Masaveu Alonso del Campo recordaba con frecuencia que “el afán de eternidad” era el propósito que debía inspirar los negocios familiares
Porque hay familias titulares de grandes negocios y negocios respaldados por grandes familias. Los Masaveu no responden a ninguna de ambas tipologías. En ellos, apellido y negocios forman un todo indisociable porque ambas dimensiones, la familiar y la mercantil, constituyen un único concepto, preservado generacionalmente como un valor institucional. Desde su enriquecimiento en la Asturias decimonónica, la Casa, según la terminología que siempre ha utilizado la familia, constituye un proyecto dinástico y, como tal, su preservación y transmisión a las generaciones futuras es un mandato inexorable que trasciende a las personas. Así lo recuerda el brillo de su colección de arte.