Si hablamos de grandes clásicos de la repostería, el bizcocho de yogur y limón es uno de los primeros que se nos vienen a la cabeza. Delicioso y esponjoso, siempre triunfa entre los comensales.
Es muy recomendable para todo aquel que se esté iniciando en el mundo de la repostería, pues su elaboración es muy sencilla. Además, da lugar a un buen número de variedades y puede ser adaptada fácilmente para intolerantes al gluten y a la lactosa.
1El postre de los marineros
Puede que te sorprenda saber que el bizcocho tiene su origen en la antigua Roma como un pan sin levadura, que se cocía dos veces para que se pudiera conservar durante mucho tiempo. De ahí su nombre, que proviene del latín bis coctus y significa, literalmente, “cocido dos veces”.
El por qué se buscaba que este pan durara tanto tenía su lógica. Según explica el periodista y filólogo Ramón Sánchez-Ocaña en el diario digital ‘65ymás’, este alimento era destinado a la marina de los siglos XVI y XVI; evidentemente, el equipo necesitaba comida que soportara largas travesías en buen estado.
Sin embargo, no era fácil comer este primer “boceto” de bizcocho, pues no contaba ni de lejos con la textura esponjosa que presenta hoy en día. Por ello los marineros no dudaban en humedecerlo con agua, vino u otras bebidas; de lo contrario eran imposibles de masticar.
Las dos versiones del bizcocho cohabitaron largos años, pues el postre esponjoso que conocemos no tardaría en surgir. De hecho, lo elaboraban con una forma alargada para distinguirlo de la versión “dura”. Este segundo bizcocho fue denominado “soleta”, dado que su forma recordaba a la de la suela de un zapato. Este mismo daría lugar a los bizcochos de soletillas, muy populares hoy en día. No obstante, el origen de estos se sitúa en Francia.
En cuanto al nacimiento del bizcocho en España, se cree que surge de la mano del pastelero italiano Giobatta alrededor de 1700. Fue él quien elaboró la versión de este postre tan extendido actualmente por todo el mundo.