Madrid, viernes al mediodía. Como remate de una semana intensa, hay que ir a un almuerzo de trabajo con cierta prisa. La elección como medio de transporte, un Cabify. Queremos ir en un coche con cierta prestancia y vamos a apoyar consumiendo el producto del unicornio español por excelencia. Casi 45 minutos después nos daremos cuenta de que hemos cometido un ingenuo error. Las principales quejas que se pueden leer en la Red por el servicio de Cabify tienen que ver con la poca fiabilidad del servicio a la hora de la recogida en horas punta.
En torno a las 14:10 de ese viernes, ingenuamente buscamos tarifas para un desplazamiento entre el distrito de Salamanca y el distrito de Chamartín de Madrid. Es un trayecto de unos 15 minutos. La aplicación ofrece una primera opción de un Cabify por 8,42. Me recogerá en dos minutos: excelente. Pero, extrañamente, debajo hay una segunda opción, que ofrece un “Cabify promo” por 7,78. También anuncia que llega en dos minutos. Y más barato… siento una insidimulada satisfacción por haber encontrado sagazmente la mejor oferta. Otras opciones eran “Kinds”, por 10,50 (ni es el caso) y ya, para ir a lo grande, la propuesta llamada “Plus”, por 16,35, no es el momento de sentirse opulento y además me sentiré muy solo en una de esas espaciosas monovolumen negras de Cabify.
EL TIOVIVO DE CABIFY
Cabify me va contando sus pasos. Que si busca conductores cerca de mi. Que si me pone en la cola de espera… Los dos minutos son ya una quimera, pero eso lo dábamos por hecho, vivimos en Madrid y no somos tan ingenuos…. eso nos creíamos.
Cabify me cuenta que varios conductores estudian si llevarme. Tres pasan de mi viaje. Y eso que no me conocen. Debe ser que, como explican en la Red, un viernes a mediodía facturar ese precio en ese tiempo no es rentable. Recuerdo aquello de Rato de “¡es el mercado, amigo!”. Me siento herido en mi orgullo por un momento y cancelo. Para cuando decido que no hay nada personal contra mi en una app de un unicornio tan español como Cabify, vuelvo a pedir el mismo servicio, que 10 minutos después ya cuesta dos euros más. Culpa mía y del mercado, sin duda.
Tras un periplo similar, en el tiovivo de los servicios que pasan por las pantallas de los móviles de los conductores, alguien se ofrece a llevarme. Es más, estoy de suerte y no se encuentra demasiado lejos, anuncia que en dos minutos me recoge. Hasta me pongo nervioso y me apresuro a colocarme la chaqueta. Soy un tipo con suerte. Un Toyota negro con un brick con 25 cl de agua mineral viene a por mi y me llevará al almuerzo de trabajo. Ya no voy en hora, pero creo que llegaré sin un retraso maleducado
El conductor va pinchando el globo de mi entusiasmo. Se recalcula la ruta y veo que pone cuatro donde ponía dos. Y no queda ahí la cosa. De repente, en la pantalla de mi móvil aparece un estruendoso “6 minutos”. Afino la vista y compruebo que, increíblemente, el conductor está más lejos de mi que cuando aceptó venir a recogerme.
Empieza entonces una aventura interesante. Decido seguir el periplo de este señor con su coche negro para, supuestamente, venir a por mi. De entrada, en lugar de venir directo, veo con sorpresa que va en dirección contraria. ¡No hombre no! Un momento, rectifica, gira en una rotonda y… mala suerte. ¡Se ha metido en la M30! Pero si estaba a apenas 1.500 metros de mi. No entiendo nada. Coge una salida de la M30, menos mal. Ah, no. Va al otro lado de la M30. Estupor.
Solo cabe una hipótesis: no le funciona el navegador. Pero es raro, porque la aplicación de Cabify, diseñada y afinada a lo largo de los años con enorme financiación internacional, suele ser certera cuando me llevan a bordo. Además, los conductores suelen tener hasta dos y tres sistemas de navegación, entre ellos el afamado Waze, e incluso un sistema propio del vehículo.
Este problema que estoy sufriendo es bastante común, por lo que veo en la Red. Cabify reconoce, cuando se apela al departamento de reclamaciones, que hay conductores que no van al punto de recogida. Esta es una comunicación real de Cabify, firmada por una “excellence associate”, ante una reclamación de media hora de espera:
-He revisado tu caso y, antes de nada, me gustaría pedirte disculpas por lo sucedido durante la petición de tu trayecto. Efectivamente parece que, una vez aceptado el viaje, el conductor no se dirigió al punto de origen.
En esa ocasión la aplicación de Cabify había cobrado sus buenos 10,22 euros por un viaje que nunca se produjo. Al conductor expedicionario por la M30 no le vamos a dar esa oportunidad. Cancelo el viaje. Parece que no me han cobrado, ya veremos la cuenta en unas horas, o al día siguiente, pero parece que no.
Cabify, atento, pregunta que por qué cancelas, si es que “tarda mucho”, has “cambiado de idea” o alguna opción más. No está disponible, “el conductor se ha reído de mi”.
Terco como consecuencia de los orígenes aragoneses, vuelvo a pedir un servicio de Cabify. El precio ha subido, claro. La app me vuelve a meter en el carrusel de clientes que buscan un servicio que vale menos de 30 euros (los de verdad rentablles) un viernes a la hora de comer en el Madrid de la libertad y las terrazas. Aparecen todo tipo de distracciones en pantalla para aliviar la espera. “Somos neutros en emociones”. Un patinete me deja ver que por medio de Cabify también puedo alquilar un temible patinete eléctrico, e incluso una moto de potra compañía.
Un nuevo conductor me acepta. Coche negro, relativamente nuevo. El brick de agua mineral templada ya no es suficiente reclamo. Vuelve a alejarse, en lugar de acercarse.
La casuística de problemas a la hora de ser recogido por un Cabify es alargada. Basta con echar un vistazo en las redes sociales o los foros, incluso en boca a boca, esa red social ancestral de los madrileños. Un profesional del sector explica a MERCA2 que en lo peor de la picaresca están los conductores que se quedan ocultos, a pocos cientos de metros del cliente. La recogida nunca se efectúa, el servicio se cobra y, si el cliente no está avispado, nunca recuperará el dinero por un servicio que nunca se llevó a cabo.
Sin embargo, el principal problema al que se enfrenta el usuario de Cabify viene derivado de la precariedad laboral de los conductores y un sistema que exprime el rendimiento por minuto. Es habitual que los conductores de un coche VTC lleven en el móvil varias aplicaciones. Con ellas van discriminando y aceptando viajes entre unas aplicaciones y otras que puedan ser compatibles con recorridos que están efectuando con clientes a bordo. En este mercado persa en busca de un coche que te lleve a una cita, los conductores van eligiendo y desechando los viajes que les van a ser más rentables. Es la única manera que tienen de superar los 1.000 euros de salario en jornadas de casi 12 horas, seis días a la semana, como denuncian los colectivos de trabajadores de este gremio.
MERCADO VOLÁTIL
La precariedad va también asociada a la volatilidad del mercado. Son frecuentes conductores con poca experiencia y poco avezados en la conducción en las ciudades donde está implantado Cabify. La consecuencia es una cierta siniestralidad, posiblemente superior a la del taxi, que no suele traslucir en los medios de comunicación. Efectivamente el recuerdo de alguien que ha viajado en un Cabify es ver al conductor mirando con ansiedad la pantalla del móvil en busca de no errar la ruta.
Esa experiencia no muy agradable no la va a vivir este reportero este viernes de autos. Casi media hora después de ufanamente decidir que lo mejor para llegar a tiempo y confortable era ese coche negro con un brick de agua, la frustración corre a chorros. Desengañado, humillado y avergonzado por el retraso, con aire de derrota busca una calle concurrida por coches en busca de un taxi. Tras unos minutos en los que pasan algunos taxis ocupados, llega uno libre. El coche no es tan nuevo quizás, pero es híbrido, lo que augura una marcha confortable y con la conciencia ambiental medio tranquila. De los 7,78 acabo pagando 12 euros, propina incluida. De las consecuencias de llegar tarde a una comida, ya no hablaremos. Un comensal remata el oprobio al comentar el no-viaje en Cabify: “Ni tan unicornio, ni tan español”.
Bueno, si se atiende al caos, sí puede tener su componente ibérica.