Donald Trump considera que el programa F-35 de Lockheed Martin está “fuera de control”, y no le falta razón. En 2013 el presupuesto original del caza-bombardero se superó en un 70%, alrededor de ciento sesenta mil millones de dólares y se convirtió en el proyecto militar más caro de la historia, con un coste total que ronda los cuatrocientos mil millones de dólares.
Cuando hace más de quince años se puso en marcha, no se empezó con buen pie. El nombre se le dio por error. Al superar la primera parte del proceso de selección, el caza se llamaba X-35 (“x” de “eXperimental” en inglés). Sin embargo, cuando se eligió la designación, en lugar de llamarlo “F-24” (así siguiendo las normas del Departamento de Defensa), por un desliz, el general encargado de presentarlo, se confundió y mezcló el número del modelo experimental (35) con la letra (F) del producto final.
El F-35 recibió su nombre por error. Debiera haberse llamado F-24
El avión fue, desde el comienzo, un proyecto ambicioso, ya que supliría las necesidades aéreas de los Marines, la Armada y la Fuerza Aérea, y cada uno de esos cuerpos requiere unas especificaciones distintas. Se trata de algo comprensible, puesto que las misiones que cada uno lleva a cabo son muy distintas. Los Marines, por ejemplo, quieren un avión capaz de despegar y aterrizar verticalmente. La Armada necesita que los suyos puedan hacerlo en un portaaviones. La Fuerza Aérea, por su parte, requiere que el F-35 pueda llevar a cabo misiones furtivas, o lo que es lo mismo, indetectables para los radares. Es decir, no quieren el mismo avión, sino tres diferentes.
Esto hace que fabricarlo sea muy caro (el precio final ronda los ciento veinte millones de dólares por unidad) y complicado. Más que nada porque, hasta que el proyecto se presentó, en teoría, todos los aviones – indistintamente de para qué rama se estuviesen fabricando – se construirían en la misma cadena.
El atractivo para los políticos está claro: el F-35 no solo resultaría increíblemente versátil, sino que se podría fabricar en una sola planta, en lugar de tres.
Por desgracia, tal y como Lockheed Martin ha descubierto en los últimos años, esto no es tan sencillo como parece.
A pesar de que se tenía que fabricar en una única planta, eso no ha sido posible
El desarrollo del avión debiera haber terminado en 2012, pero en 2013 se anunció que hasta 2019 no se desplegará ninguno en misiones reales, aunque sí se han vendido unas doscientas unidades para entrenamiento y maniobras.
¿Y por qué se ha seguido invirtiendo en un proyecto cuyas ruedas sufrían al aterrizar?
La primera razón es que sus defensores argumentan que el producto final estará años luz por delante de la competencia cuando empiece a operar. Dispondrá de cascos a medida para sus pilotos que no serán un elemento meramente decorativo o de seguridad: incorporan una pantalla que proporciona un amplio campo de visión. Gracias a ellos, el caza se pilotaría de una manera distinta a otros aviones similares: por ejemplo, si el piloto tuviese que mirar a su espalda, podría hacerlo sin perder de vista sus instrumentos
El software del F-35 también será mucho más avanzado y eficiente que el de sus equivalentes rusos y chinos y permitirá reconocer aviones enemigos entre cinco y diez veces más deprisa. Eso sí, siempre que resuelva algunas deficiencias poco tranquilizadoras, porque en 2016 el software no solo tenía unos 931 posibles fallos, sino que 158 de ellos eran potencialmente mortales para el piloto.
A pesar de los problemas, es complicado cancelar el programa
Así y todo, la razón fundamental para no renunciar al programa es económica. El proyecto está conectado a un extenso grupo de compañías (americanas y extranjeras) encargadas de fabricar los sistemas, motores, ruedas y demás de los aviones.
Según Lockheed Martin, entre todas dan trabajo a unas ciento treinta mil personas, tanto directa como indirectamente, en 45 estados distintos.
El precio del caza, que es lo único que de momento vuela, ha subido más de lo esperado, pero si Trump decide acabar con él, deberá tener en cuenta que acabará también con miles de puestos de trabajo, algo que complicaría su promesa electoral de crear veinticinco millones de empleos.