Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Puede ser cierto, sobre todo si el número de neuronas no es el adecuado. Corría el año 2007 cuando en medio de una auténtica orgía financiera de activos de elevadísimo riesgo, y sobre todo de desinformación por parte de los ciudadanos de a pie, se produjo la mayor crisis financiera de los últimos ochenta años, que a punto estuvo de llevarse por medio todo el sistema financiero mundial y, por ende, el modelo capitalista en su conjunto.
No nos engañemos, cuando sacamos un billete de veinte euros del bolsillo, y alguien nos lo coge, es porque ambos pensamos que dicho billete tiene un valor de referencia; pero realmente, no es otra cosa que un trozo de papel. Aceptar que un billete tiene valor supone aceptar que detrás hay un sistema financiero global que utiliza esos trozos de papel para facilitar las relaciones entre los sujetos, pero si ese sistema fuera endeble o simplemente desapareciera, los papeles no valdrían nada, tal y como pasó con el papel moneda de los países perdedores de las conflagraciones que asolaron el mundo en los siglos XIX y XX.
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En el año 2007, la burbuja inmobiliaria norteamericana se llevó por delante grandes bancos, grandes agencias inmobiliarias (Fannie Mae, Freddie Mac) y la mayor compañía de seguros del mundo (AIG). Las auditorías revelaron que no sólo tenían los pies de barro, léase capital para soportar el tremendo riesgo financiero asumido, sino que la regulación que legalizaba su funcionamiento era tan liviana, que los gestores podían hacer casi lo que quisieran en materia de asunción de riesgos.
Tuvo que llegar Barack Obama para que tomara cartas en el asunto (Bush seguro que cuando se las dieran en plena partida de póker las hubiera cogido al revés, para que los demás vieran lo que tenía), y encargó a su equipo que elaborara las bases de una nueva legislación que contuviera la codicia de los agentes financieros estadounidenses, que siempre ha sido desmedida, pero que en la década pasada llegó a unos niveles próximos al paroxismo.
Después de dos años de tratar de rescatar el sistema financiero norteamericano, inyectando cantidades ingentes de dinero, de fusionar algunas entidades financieras, y de cerrar otras que definitivamente eran inviables, el legislativo americano aprobó la Ley Dodd-Frank, cuyo nombre se debe al senador y al congresista que lideraron el equipo que promovió una norma que limitaba, y no demasiado, la capacidad de los grandes bancos de inversión para crear activos tóxicos que luego les venderían a los inversores como si fueran las joyas de la corona.
En sí, esta Ley no era nada del otro mundo, pero ponía las cortapisas necesarias para que operar con derivados y productos estructurados no fuera un derecho constitucional incluido en la Constitución americana, y que aquel que creara basura y mintiera sobre lo que estaba vendiendo al confiado inversor, no se fuera de rositas. Es una ley compleja, y no acta para no iniciados, pero por eso se encargó su tramitación a personas expertas que, ayudados de los asesores adecuados (no de los que pululan por España apoyando a los políticos, que eso es otra cosa), consiguieran que se promulgara una ley que ha conseguido que los banqueros americanos en vez de tener un bonus de diez millones de dólares lo tengan tan solo de cinco. Pobriños, ellos.
Las decisiones de trump pueden abocar a Europa a un futuro oscuro
Pero, hete ahí, que los ciudadanos americanos de la América profunda no están de acuerdo con cómo les va la vida, y resulta que reciben un discurso populista que les suena bien, y votan como presidente a un individuo que se caracteriza por firmar decretos en plan industrial (varios cada día), sin tener en muchos casos conciencia de lo que está haciendo. En particular, la derogación total o parcial de la Ley Dodd-Frank es una exigencia de los amigos banqueros de Donald Trump, lo cual podría ser una compensación por las ayudas financieras a su campaña, pero de lo que sí estoy seguro es de que Trump no se ha leído la Ley Dodd-Frank, y por supuesto de que no sabe lo que es un CDO sintético, o un RMBS, figuras financieras que en su momento fueron las desencadenantes de la crisis de 2007/2008.
Si le quitas el bozal al dóberman, ten cuidado porque lo más normal es que te muerda, y no sólo a ti, sino al resto de los mortales. Ya vimos lo que pasó en 2008; la globalización hizo que la gripe americana se convirtiera en neumonía europea. Si los banqueros americanos vuelven a liarla, a Europa llegará un tsunami que puede ahogarnos a todos, especialmente porque ahora mismo Europa es un continente débil, y algunos países como España, y lo diga quien lo diga, no han salido todavía de la crisis anterior, y siguen con cuatro millones de parados y un modelo productivo que no aguantaría para nada que la inversión extranjera no comprara la deuda pública que necesita para seguir pagando el sueldo a los funcionarios, la pensión a los jubilados y las importaciones de petróleo.
En tan solo tres semanas, el Sr. Trump nos ha metido el miedo en el cuerpo a muchos, pero no todo el mundo es consciente de hasta dónde pueden llegar las consecuencias económico-financieras de una batería de normas que, el ínclito, firma ante las cámaras con gesto de prepotencia, y sin saber mucho lo que está haciendo; sobre todo, porque si hay dos cosas que son como el agua y el aceite, son el populismo y la intelectualidad.