viernes, 13 diciembre 2024

La industria armamentística de EE.UU. dispara en cerca de 75.000 millones su valor en Bolsa

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La manida frase de que las crisis también son oportunidades también se aplica a la guerra entre Rusia y Ucrania. Así, en un espacio muy corto de tiempo las principales empresas armamentísticas estadounidenses se han disparado en Bolsa. En concreto, han engordado su valoración en unos 80.000 millones de dólares (unos 75.000 millones de euros) a medida que se sucedían los terribles acontecimientos en el este de Europa. Entre todas ellas destaca una en especial, el gigante Lockheed Martin con un alza vertical superior al 30% en lo que va de año.

Lockheed, con sede en Bethesda (Maryland), es una de las grandes firmas del sector de defensa en Estados Unidos. De hecho, es el mayor contratista del país y uno de los mayores de todo el mundo, por volumen de ingresos. Quizás uno de sus aviones más reconocidos es el mítico F-16 que inundó los cielos del Golfo Pérsico entre otros conflictos. Ahora, su moderno F-35 es la columna vertebral del ejército estadounidense. Solo en la última semana, la firma ha subido hasta un 12%, lo que ha elevado su cotización en más de 20.000 millones.

Junto a Lockheed sobresalen otros dos gigantes de la defensa: Northrop Grumman y Raytheon Technologies. El primero, es un gigante fusionado de dos de las mayores compañías de defensa de EE.UU. del Siglo XX. Ahora, es más conocida por crear el bombardero B-2 Spirit, una de las máquinas más temidas que sobrevuelan los cielos. De hecho, es casi indetectable para los radares y puede albergar todo tipo de misiles, incluso, ojivas nucleares. La segunda es la más grande del país en materia de armamento. El creador de los famosos Tomahawks ahora desarrolla el misil hipersónico más temible del mundo, curiosamente, éste ha sido diseñado por Northrop.

Y es que no es raro que detrás de un prototipo de guerra de última generación haya más de un contratista. Así, por ejemplo, Northrop Grumman está detrás tanto del diseño del misil hipersónico de Raytheon como del motor de combustión de última generación del F-35 de Lockheed. Lo anterior hace que sus cotización vayan a la par, de hecho, entre los tres suman cerca de los 62.000 millones de dólares de revalorización de las grandes firmas del sector. Con subidas que van desde el 20% de Raytheon, al 23% de Northrop y el 30% de Lockheed.

LAS NUEVAS Y PUJANTES FIRMAS DE LA INDUSTRIA ARMAMENTÍSTICA

Al gran trío de contratistas de defensa norteamericano se le suman otras dos firmas que están creciendo rápidamente como General Dynamics, que ha participado en el diseño de las armas más mortíferas del ejército de EE.UU., y Huntington Ingalls. Entre ambas, suman una revalorización cercana a los 12.000 millones de euros, principalmente, gracias a la segunda. Por último, a la lista se le une de las firmas más adaptadas a la nueva guerra tecnológica del mundo: BAE Systems. La compañía inglesa tiene un catálogo de tecnología de defensa (que no de ataque) de última generación con especial enfoque en los radares y en la interceptación de ataques.

Todas ellas se han beneficiado de la guerra desatada en suelo europeo. Aunque no solo tiene que ver eso, sino también la simple amenaza rusa. Es más, las ínfulas de conquistador de Vladímir Putin ha despertado al mundo de su ensoñación acerca de la paz y ha vuelto a convencer a los países de la necesidad del armamento militar. No como una amenaza contra sus vecinos, sino como una forma de respuesta (o una fuerza disuasoria) para frenar a otros dictadores con los mismos ánimos que Putin.

El mejor ejemplo ha sido Alemania. Antes de que saltase la guerra en Ucrania, el país teutón apenas gastaba el 1,2% de su PIB en defensa. Una cifra tan baja que le valió la crítica de Donald Trump, durante su mandato como presidente, al replicar que no veía “justo” que gastase tan poco frente, por ejemplo, a EE.UU. o Francia. Incluso su único ‘regalo’ a los ucranianos hasta hace poco fueron 5.000 cascos cutres. Pero había algo peor que las palabras del siempre puntilloso Trump y era el estado de su ejército. En 2019, un informe interno demostró que la mitad de los tanques Leopard del país, 12 de los 50 helicópteros Tiger y solo 39 de sus 128 aviones de combate Typhoon estaban en condiciones de entrar en acción.

ALEMANIA (Y EL MUNDO) DESPIERTA DE SU SUEÑO PACIFISTA

Aunque la situación era más terrible si se comparaba con las cifras de hace unas décadas. En especial, cuando la Unión Soviética todavía era una amenaza. Y es que en 1990 tenía más de 5.000 carros de combate, unos 500.000 efectivos y gastaba casi el 3% del PIB en defensa. La caída del muro de Berlín lo cambió todo. La Alemania reunificada de repente se sintió aliviada y sin un enemigo real cerca de sus puertas. Con ello, la inversión militar se desplomó y en 2011, el gobierno de Angela Merkel puso fin al servicio militar obligatorio.

Allí se imploró la esperanza de reemplazar un gran ejército permanente por uno pequeño y quirúrgico. De hecho, los efectivos reales que tenía en 2019, unos 180.000, eran menos, por ejemplo, que los destinados por Rusia en esta ocasión para tomar Ucrania. Curiosamente, quien recibió aquellas críticas de Trump y después se le culpó de esos problemas fue a Úrsula Von der Leyen que en aquel momento era la ministra de Defensa alemana. Ahora, Von der Leyen y Alemania vuelven a comprender la necesidad de un ejército grande capaz de invocar a la disuasión solo por el miedo a que comience a desplegarse.

Por ello, ahora el país se ha comprometido a un cambio radical que debe cambiar su vergonzoso ejército. Para lo que elevará el gasto en defensa hasta el 2% comprometido y, además, creará un fondo dotado con 100.000 millones para modernizar a sus soldados y todas su maquinaria de guerra. Aunque no esta solo. Un gran número de países han entendido la situación y no solo han dado el paso histórico de enviar armas a Ucrania, como ha hecho la UE creando un fondo, sino están pidiendo su admisión a la OTAN, con el incremento de gasto que conlleva.

En definitiva, las empresas armamentísticas estadounidenses (también las del resto del mundo) no se han visto beneficiadas por la guerra en sí. Aunque es lo que se podría sacar en claro de un simple análisis bursátil. En realidad, lo que las beneficia es que los países (sus grandes compradores) han entendido que para velar por la seguridad de sus ciudadanos, para defender la democracia y la libertad se necesitan de ejércitos fuertes. Y es eso justo lo que las grandes firmas como Lockheed Martin, Northrop Grupman o BAE Sistems estaban esperando. También los inversores que habían apostado por ellas.


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