En los últimos días ha aparecido una nueva invitada en el vocabulario mundano: la estanflación. El extraño, para muchos, término ha ido resonando cada vez con más fuerza a medida que aparece en los medios de comunicación. El último salto lo ha dado recientemente, cuando el célebre economista Noruiel Roubini citó con más fuerza que nunca que dicho efecto amenaza en primera instancia a la economía estadounidense para después saltar a Europa. El problema de fondo de todo ello es que el efecto ya parece real, por lo que su salto al estrellato parece inevitable en las próximas semanas.
Lo más importante que hay que entender antes de que el término estanflación lo pronuncie, como buenamente pueda, cualquiera en un bar es que no es nada nuevo. Así, los fenómenos de alta inflación y bajo (o nulo) crecimiento, que es su definición, se han sucedido a lo largo de muchos años y en muchas formas. Un razonamiento que nos lleva a otros más sencillos que conviene tener cerca. Primero, que no es un efecto económico raro, sino que suele ser característico de aquellos momentos en los que se está saliendo de una crisis. Segundo, que nunca se ha demostrado que sea perenne, por lo que las afirmaciones más agoreras a largo plazo se suelen magnificar.
Lo anterior, su efecto recurrente y temporal, no quita que deba ser tratado con precaución por su peligrosidad. Al fin y al cabo, reúne dos de los elementos más devastadores por los que puede transitar una economía. Un periodo de alta inflación que no solo drena el poder adquisitivo de los ahorros, y con ellos de la inversión, sino también retrasa la demanda de bienes. Ello, junto a un bajo (o nulo) crecimiento que implica principalmente destrucción de empleo.
LA INFLACIÓN ESCALA A MÁXIMOS NO VISTOS EN DÉCADAS
Así, en la actualidad se está produciendo un efecto parecido. Por un lado, tanto Estados Unidos como Europa está sufriendo un fuerte incremento de los precios. La tasa de inflación estadounidense ha alcanzado cotas que no se veían en más de 30 años, al superar al 5%. Un elevado nivel, además, que los expertos advierten de que podría mantenerse a lo largo de los próximos meses. Por su parte, la zona euro registró recientemente un nivel igualmente histórico. Sin ir más lejos, el IPC de España escaló al 3,3% en agosto, la cifra más alta en una década.
Mientras las economías no terminan de carburar, al menos como preveían los inversores. España, de nuevo, es un buen ejemplo de ello. El verano de 2021 debía ser sino el de la recuperación para el sector turístico, al menos, mucho mejor que el anterior y estar cerca de valores de 2019. Sin embargo, la recuperación no ha terminado de materializarse como se pensaba. Los extranjeros no han llegado como se esperaba y el turismo nacional da para lo que da. La conclusión es que, si bien la situación es mucho mejor que hace un año, es peor de lo que se estimaba hace seis meses.
EL EFECTO DE LA VARIANTE DELTA
Ese efecto de ‘desilusión’ se puede comprobar fácilmente con el nivel de las Bolsas. El Ibex, que recoge a las grandes firmas españolas, superaba alegremente los 9.200 puntos en junio, mientras que ahora no consigue rebasar los 9.000 puntos. Curiosamente, esa comparación trae a la palestra al gran culpable de todo este problema: la variante Delta. De hecho, el salto abrupto del número de contagios en España, Europa o Estados Unidos provocó que el índice retrocediese de rozar los 9.300 a sudar para no perder los 8.000 puntos.
Eso también es un hecho histórico. Por primera vez se asiste a una estanflación por el efecto real de una pandemia. Hasta ahora, los grandes sustos por este efecto, en especial en los años 70, se habían producido por un salto abrupto del precio de las materias primas. Ahora, esos sospechosos también están detrás, con la luz en máximo o el petróleo que ha doblado su precio en un año, pero el principal causante es el coronavirus.
Hace un año, el número de personas que comían en un restaurante fuera de casa era un 50% más que bajo que en 2019, ahora tan solo lo es un 10%
Así, la variante delta está dividiendo el mundo y a su vez la oferta y la demanda. En los países ricos la gente ha ido perdiendo el miedo al covid-19, lo que se traduce en un crecimiento de la demanda. Hace un año, el número de personas que comían en un restaurante fuera de casa era un 50% más que bajo que en 2019, ahora tan solo lo es un 10%. Y lo normal es que siga subiendo a medida que la vacunación avanza y las restricciones van desapareciendo y la población cuenta con dinero y planes de estímulos enormes.
GAP O NIKE PIDEN MÁS VACUNAS PARA VIETNAM
El problema de lo anterior es que los países ricos no son autosuficientes y necesitan de otros que son los productores. Una parte importante de la ropa que se vende se teje en Vietnam o los alimentos proceden (entre otros muchos ejemplos) de Argentina, la carne, o muchas partes de África, la fruta. Pero estos países no están tan bien como los occidentales, principalmente por la falta de vacunas. Al seguir habiendo contagios se producen parones que afectan a la oferta. De hecho, los minoristas estadounidenses, incluidos GAP y Nike, han presionado a la Casa Blanca para que done más vacunas a Vietnam.
Por último, habría que añadirle que delta también está paralizando las rutas de suministro. De hecho, no hace mucho uno de los mayores muelles del mundo, en China, tuvo que permanecer cerrado. Al final, a medida que ambos efectos sigan convergiendo la estanflación será todavía más visible. Pero hasta ahí. Las predicciones a largo plazo suelen pecar de sobrestimar lo actual y subestimar efectos positivos futuros. Es más, con la de episodios de estanflación que han aparecido en la historia, si fuera un efecto permanente no nos sorprendería volver a escuchar la palabra.