Recientemente fue popular una serie televisiva de ficción danesa, “Borgen”, en la que la jefa de un partido político minoritario y centrista se hace con el poder mediante una coalición. A muchos, quizás, les pareciese una excentricidad nórdica porque desde el fin de la dictadura hemos buscado gobiernos fuertes, fomentando, para ello, el bipartidismo. El modelo por evitar era el italiano con, entonces, gobiernos inestables y breves. Lo ideal era el Reino Unido, dotada de, siempre entonces, dos partidos fuertes, Conservador y Laborista.
Se comprende, pues, el rechazo que Ciudadanos y Podemos tienen por unas reglas electorales que les penalizan. Sorprende, por ello mismo, sus ansias de “sorpasso” y su renuencia a asumir un rol de acompañamiento del PSOE, en un caso, del PP, del PSOE, o de ambos a la vez, en el otro. Siendo estos tres últimos partidos claramente constitucionalistas, debieran de actuar juntos en temas de Estado como Cataluña en los que no basta con exigir lealtad al Gobierno. Son cuestiones merecedoras de una concertación para una estabilidad exigible, asimismo, en otros asuntos como el de la educación.
Podemos pretendió adelantar al PSOE y, ahora, C’s aspira a dejar en la cuneta al PP apostando por no pactar con los socialistas. Antes se equivocó Pablo Iglesias, ahora Albert Rivera. Los sondeos lo ponen en evidencia. Si la avaricia de escaños de Rivera no le nublase la vista, se atendría al constructivo rol que a efectos de alianzas le depara un credo liberal y centrista.
Tender su mano a Pedro Sánchez sería mejor que rechazársela para evitar, si el socialista permanece en La Moncloa, que tenga que volver a depender de las malas compañías de independentistas, Bildu incluido, nacionalistas y de Podemos con sus abigarradas confluencias. Vox también quedaría orillada en lugar de condicionar al PP y Ciudadanos.
La desafección al centro de Rivera lo ha sido asimismo de Sánchez. Desde que fracasó la investidura del socialista con el apoyo del ciudadanita, hace ya tres años, ambos se han distanciado, personalizado, incluso, sus diferencias políticas. En realidad, Sánchez siempre prefirió su coalición de izquierdas, incluso con separatistas, al centroizquierda por el que le llevaron en su día los barones socialistas, luego subyugados.
Fracasado ese intento razonable, Sánchez volvió a su preferencia inicial, materializada con y desde la Moción de Censura. Está, probablemente, dispuesto a reincidir, solo que esta vez los acuerdos tendrán que ser previos a la Investidura, algo inquietante pero no forzosamente negativo si los secesionistas renunciasen a su deslealtad con los pactos constitucionales de 1978.
¿Realista? Improbable, pero después de las sentencias los independentistas debieran moderarse ante la evidencia de su fracaso y la esperanza de indultos que no tendrían que descartarse si aceptasen arrepentirse. De no ser así, cualquier acuerdo con ellos conllevará peligros porque no son de fiar. Santi Vila, que dimitió como Conseller justo antes de que Puigdemont proclamara su independencia “fake”, mostraba hace poco ese camino razonable afirmando su admiración por el Lehendakari Iñigo Urkullu. Pero, Vila es, ahora, un traidor para los independentistas desquiciados, la mayoría.
Las tendencias de los sondeos pronostican una victoria socialista, un bajonazo de Podemos y confluencias, una irrupción de Vox, una subida de Ciudadanos, aunque insuficiente para superar la gaviota, y un descalabro del PP (la esperanza de Casado es Andalucía a escala nacional). Los regionalistas, buenos y malos, mantendrían sus cotas habituales, aunque, en Cataluña, con ERC superando a los antiguos convergentes, desquiciados por Carles Puigdemont. Con estos mimbres, en “Borgen” se lograría un gobierno transversal evitando ahondar la fisura entre unos y otros de cualquier dicotomía.
John Carlin llamaba recientemente en La Vanguardia “locos” a dirigentes como Trump o Maduro. Incluía a Casado entre ellos, pero se le olvidaron los demás políticos españoles. Carlin añadía que locos son también los que les votan. “Los electores siempre tienen razón”, decía, en cambio, Alfonso Guerra, pero todavía no habían llegado Trump, el Brexit o Puigdemont y compañía ….
Carlos Miranda es Embajador de España