sábado, 23 noviembre 2024

Así te engañaron con el euro ¡y lo sabes!

Ocurrió hace dos décadas y parece que fue ayer. En enero de 1999 concluyó lo que se conoció como ‘tercera fase’ de la Unión Económica y Monetaria (UEM). Faltaban todavía tres años para que los ciudadanos de Europa (308 millones) tuviéramos en nuestras manos los billetes y las monedas de euro.

Veinte años en los que el euro ha vivido momentos plácidos a la par que ha navegado por aguas turbulentas, llegándose incluso a hablar de su posible desaparición. Pero, lejos de hablar de proyectos europeos a los que todavía les queda camino por recorrer (la unión bancaria, por ejemplo), lo cierto es que le llegada del euro supuso un fuerte varapalo a las economías familiares.

Recapitulemos: un euro equivalía a 166,386 pesetas. ¿Se haría la conversión tal cual? ¿Un producto costaría lo mismo en euros y en pesetas? El ‘fantasma’ tenía nombre propio: redondeo. Y asustó… y de qué manera.

Ya en diciembre de 2001, una encuesta de AC Nielsen aventuraba lo que iba a pasar. El 79% de las amas de casa, es decir, tres de cada cuatro, temía un encarecimiento de los precios debido al redondeo. ¿Existía una norma al respecto? Ninguna. Cada comercio podía hacer lo que le diera la gana. Y lo hicieron.

¿Aumentaron los precios de sopetón? En unos casos, sí. El ejemplo más claro fue el del café que el ciudadano de a pie se tomaba en el desayuno o después del almuerzo. Pasó de 100 pesetas a 1 euro. Es decir, a 166,386. Una subida del 66,3%. Y las tiendas de todo a cien hicieron lo propio. Se transformaron en tiendas de todo a un euro.

TODOS A UNA CON EL EURO

Las grandes cadenas de supermercados e hipermercados no le fueron a la zaga al, llamémosle, comercio de toda la vida (incluidos los bares). Pero lo hicieron de manera más discreta. Un día subían las faldas. Otro día los zapatos. Un mes más tarde los abrigos… Así fueron camuflando la subida y que nadie clamase a los cuatro vientos por el redondeo.

La ‘guardia pretoriana’ que se lanzó para prevenir tamaña desbandada abarcaba desde eurotiquetas hasta reglas de redondeo, facturas oficiales, doble etiquetado… El lobo no iba a ser tal y como se pintaba. ¿Se acuerdan de los García, esos muñequitos de plastilina, con loro incluido? Eran la imagen de la familia española. Las campañas de comunicación oficiales intentaban dejar claro que todo iba a ser como antes. Pura fantasía.

Las comisiones de la banca también subieron por el famoso redondeo. Incluso se llegó a cobrar por cambio de divisa

Los comercios no fueron los únicos ‘beneficiados’. La banca también sacó su particular tajada. En conjunto se gastaron 1.502,5 millones de euros (250.000 millones de pesetas para los más viejos del lugar) en adaptarse a la nueva moneda. ¿De dónde salió ese dinero? ¿Fue un gesto generoso hacia la sociedad? ¿Dejaron de dar dividendos a sus accionistas?

Más bien fue la sociedad la que les infló sus cuentas. No de motu proprio. Las comisiones subieron, entre otras razones, por el famoso redondeo. Incluso hubo quien se atrevió a cobrar una comisión por cambio de divisa cuando no debía ser así. También determinadas entidades cobraron por cambias francos franceses, o marcos alemanes, a euros. Estaban en su derecho. Pero la comisión variaba de una a otra.

TAMBIÉN LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

Administraciones públicas, grandes superficies, pequeños comercios… todos inflaron los precios. ¿Resultado? El IPC subió un 4% en el primer año de vida del euro, sólo por detrás de Irlanda y Portugal. Ejemplos: la crema de manos subió de 2 a 2,60 euros (un 30%); el menú de la cafetería, de 7,81 a 9 euros (un 15%); las legumbres, un 18%; el pollo, un 9,6%; la fruta, un 7,7%; el pan, un 4,4%… Instituciones como Fedea llegaron a afirmar que el peor escenario se había cumplido.

Tanta fue la hipocresía de las administraciones públicas (central, autonómica y local), que clamaban y exhortaban a los comerciantes y empresarios a que controlaran los precios, que fueron los primeros que lanzaron la piedra.

El Estado subió los impuestos que gravaban el alcohol y el tabaco un 8%, el de la cerveza un 5,5%, las tasas de Hacienda un 2%, el IVA del butano y de las autopistas del 7% al 16%… La Comunidad de Madrid subió el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados del 0,5% al 1% (un 100%) para los pisos de más de 40 millones de pesetas, y el transporte público un 7,7%.

Los ayuntamientos, por su parte, actualizaron el IBI. ¿Jugaba a la lotería de Navidad? El décimo paso de costar 3.000 pesetas a 20 euros, es decir, 3.327,72 pesetas. ¡Un 11% de subida! 70 millones de euros más para las arcas del Estado. Las administraciones no fueron como la mujer del César. Ni fueron honestas, ni lo parecieron.

Y, ya se sabe que, a río revuelto, ganancia de pescadores. Grandes almacenes, cafeterías, tiendas, cadenas hoteleras, intermediarios… todos hicieron su particular agosto. Los márgenes de beneficio llegaron a crecer en algunos casos hasta el 300%.

Políticos y empresarios dijeron por activa y por pasiva que no subirían los precios. Se equivocaron de cabo a rabo. Eurostat, en una encuesta llevada a cabo en la UE, dejaba claro que los ciudadanos de pie, dos de cada tres, tenían claro que no iba a ser así. La percepción del ciudadano de a pie se hizo realidad. Su monedero le decía que los precios habían subido más del 4% del IPC. Hasta el BCE reconoció que las cifras oficiales no reflejaban los aumentos que se habían producido.

Los cincuenta euros, que la población llegó a identificar con las 10.000 pesetas (aunque en realidad eran 8.319,3 pesetas), se iban con una rapidez asombrosa. Cundían más las antiguas pesetas que los nuevos euros. ¿Consecuencia? El sentimiento de pobreza se acentuó en gran parte de la población.

Un dato: en el tercer trimestre de 2001, los datos de Contabilidad Nacional decían que el consumo de los hogares había crecido un 2,8%. Un año después, ese porcentaje había menguado hasta el 1,5%. La mitad de los españoles confesaban tener dificultades para llegar a fin de mes.

¿Más ejemplos? Los billetes de autobús urbano subieron un 6,3%, la matrícula de la universidad un 7,2%, la carta certificada un 99%, las autoescuelas un 9,1%, el pollo un 9,6%, las legumbres un 18%, las peluquerías un 5,2%… y el papel higiénico, un 14,5%. Todos sacaron provecho del euro. Todos fueron unos aprovechados del euro.


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