¿Qué pasa por la cabeza de un deportista al lesionarse?

Las lesiones suelen acompañar a los y las deportistas durante sus trayectorias. Puede darse el caso de una lesión “limpia”, en la que el diagnóstico, tratamiento y proceso de rehabilitación se conoce con cierta precisión. Por otro lado, existen las dolencias que, desafortunadamente, no tienen fecha de curación total o fecha final de rehabilitación, las llamadas “crónicas”. A continuación, Scopum Coaching profundiza en algunas ideas o creencias que los protagonistas pueden experimentar:

“Seguro que no es tan grave como parece, podré seguir practicando mi deporte de alguna manera”

Este es un pensamiento muy habitual en un primer momento. Se atraviesa la fase en la que el deportista se niega a aceptar la dolencia y su posible alcance, y rechaza que puede incapacitarlo para la práctica deportiva, al menos durante algún tiempo.

Lesionarse es una faena, ya que se cortan en seco planes y rutinas y los hábitos cotidianos cambian radicalmente de la noche a la mañana. Para superar esta fase de “negación”, se deben dejar brotar las emociones, expulsar todo lo que se tiene en el interior y buscar ese interlocutor de confianza que va a entender y comprender, sin juzgar ni “aleccionar”.

“¿Por qué yo?, no puedo creer que me esté pasando esto a mí”

Es probable que surjan episodios emocionales intensos de frustración sobre lo injusto de lo que se está viviendo. El momento de producirse la lesión está todavía cercano y las reacciones de rabia son comprensibles. Se dejan manifestar. El cerebro más primitivo necesita expulsar todo ese caudal emocional interior, al no entender por qué todo el trabajo realizado tiene como consecuencia un “parón en seco”.

“Si hago un poco más de lo que me recomienda el médico, estaré de vuelta antes”

Este cerebro primitivo vuelve a tomar el control y trata de fortalecer el ánimo, pero sin muchas evidencias. Necesita segregar dopamina y autoconvencerse para motivarse y saciar su hambre. En esos momentos y tras una dura batalla, la lógica y la razón logran reajustar plazos y objetivos, adaptarse al proceso de rehabilitación y valorar cualquier mejora, por pequeña que sea, con objetivos a cortísimo plazo.

“¿Volveré a competir como antes?”. “¿Llegaré a ser el mismo deportista?”. “Ya nada volverá a ser igual”

Existe la posibilidad de que aparezca la tristeza como consecuencia de la incertidumbre. Y puede que la tristeza se convierta en crónica. No se puede dejar que esto ocurra. Es imprescindible apoyarse en el núcleo de confianza y personas cercanas. Si no apetece hablar, se pueden volcar los pensamientos por escrito.

También es importante ampliar los conocimientos sobre la lesión, su evolución y el proceso de rehabilitación. Ser conscientes de lo que está en la mano del deportista para acelerarlo y hacer crecer así la motivación para evitar la indefensión aprendida. Además, es recomendable investigar sobre ejemplos concretos de protagonistas con dolencias similares y cómo lo gestionaron de forma exitosa. La recuperación es algo “no lineal” y con altibajos y estos conceptos deben formar parte de los razonamientos y la forma de sacar conclusiones.

“Debo aceptar mi nueva compañera de viaje”. “Sé lo que tengo que hacer para recuperarme”. “Estoy motivado con seguir el plan de recuperación”. “Tengo varios objetivos que cumplir durante la rehabilitación”

Ahora ya se acepta la dolencia y se incorpora como una parte más de la rutina. Los diferentes “microobjetivos” diarios son un arma muy valiosa (por ejemplo: avanzar dos grados de movilidad en la articulación dañada). Entrenar las zonas no lesionadas también contribuye enormemente a mantener vivos ciertos hábitos de la “vida anterior”. Además, es posible participar en las decisiones de la rehabilitación en la medida de lo posible. Por último, es crucial realizar ejercicios de visualización durante la inactividad para mantener las conexiones neuromusculares activas y evitar que se oxiden.

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