lunes, 28 abril 2025

La razón por la que siempre tienes hambre aunque acabes de comer, y no es gula

Esa sensación incómoda, casi desconcertante, de tener el estómago rugiendo poco después de haber dado cuenta de un plato que, en teoría, debería habernos dejado satisfechos. Es un fastidio común, sentir un hambre voraz poco después de haber terminado de comer, que nos hace cuestionar si realmente hemos comido lo suficiente o si nuestro cuerpo nos está jugando una mala pasada. Una situación que se repite con más frecuencia de la deseada y que, a menudo, atribuimos erróneamente a la simple gula o a una falta de voluntad para controlar nuestros impulsos.

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Pero la realidad es a menudo más compleja, una respuesta fisiológica orquestada por nuestro propio cuerpo, y no un fallo de voluntad. Lejos de ser un capricho, esa necesidad imperiosa de volver a comer puede tener sus raíces en los mecanismos bioquímicos que regulan nuestro apetito, especialmente en la forma en que procesamos ciertos tipos de alimentos. Entender qué sucede en nuestro interior cuando experimentamos esta situación es el primer paso para poder gestionarla y evitar que esa sensación de hambre constante domine nuestro día a día, afectando nuestro bienestar y, potencialmente, nuestra salud a largo plazo.

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CUANDO EL CEREBRO PIDE MÁS: LA SEÑAL DE HAMBRE ENGAÑOSA

Fuente: Pexels

El cerebro es un órgano tremendamente demandante de energía, consumiendo una parte considerable de la glucosa disponible en nuestro torrente sanguíneo. Es extremadamente sensible a las fluctuaciones en el suministro de este combustible esencial. Una bajada de glucosa, aunque sea temporal y provocada por la propia comida, le envía un mensaje inequívoco: necesitamos comer ya para restaurar los niveles óptimos y asegurar su correcto funcionamiento. Es una señal de supervivencia básica que se manifiesta como esa sensación de hambre repentina e intensa.

Caer en la tentación de picar algo dulce o recurrir de nuevo a carbohidratos simples para calmar esa demanda cerebral puede parecer la solución lógica e inmediata. Sin embargo, esta acción solo reinicia el ciclo: otro pico de glucosa, otra liberación masiva de insulina, otra caída brusca del azúcar y, consecuentemente, otra señal de hambre. Se establece así un círculo vicioso, donde cada intento de saciar el hambre con más carbohidratos rápidos solo prepara el terreno para el siguiente episodio, dificultando el control del apetito y la ingesta calórica total.


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