domingo, 27 abril 2025

La razón por la que siempre tienes hambre aunque acabes de comer, y no es gula

Esa sensación incómoda, casi desconcertante, de tener el estómago rugiendo poco después de haber dado cuenta de un plato que, en teoría, debería habernos dejado satisfechos. Es un fastidio común, sentir un hambre voraz poco después de haber terminado de comer, que nos hace cuestionar si realmente hemos comido lo suficiente o si nuestro cuerpo nos está jugando una mala pasada. Una situación que se repite con más frecuencia de la deseada y que, a menudo, atribuimos erróneamente a la simple gula o a una falta de voluntad para controlar nuestros impulsos.

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Pero la realidad es a menudo más compleja, una respuesta fisiológica orquestada por nuestro propio cuerpo, y no un fallo de voluntad. Lejos de ser un capricho, esa necesidad imperiosa de volver a comer puede tener sus raíces en los mecanismos bioquímicos que regulan nuestro apetito, especialmente en la forma en que procesamos ciertos tipos de alimentos. Entender qué sucede en nuestro interior cuando experimentamos esta situación es el primer paso para poder gestionarla y evitar que esa sensación de hambre constante domine nuestro día a día, afectando nuestro bienestar y, potencialmente, nuestra salud a largo plazo.

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EL ENGAÑO DE LOS CARBOHIDRATOS REFINADOS: UN FESTÍN QUE DEJA VACÍO

Fuente: Pexels

Cuando hablamos de carbohidratos refinados, nos referimos a esos sospechosos habituales presentes en muchas dietas modernas: el pan blanco, la pasta elaborada con harina no integral, los productos de bollería industrial, los cereales azucarados del desayuno o las bebidas edulcoradas. A diferencia de sus parientes integrales, los carbohidratos refinados han sido despojados de gran parte de su fibra y nutrientes durante el procesamiento, lo que altera drásticamente la forma en que nuestro cuerpo los asimila. Son, en esencia, calorías que aportan energía rápida pero escaso valor nutricional duradero.

Su estructura simplificada permite que se digieran y absorban a una velocidad vertiginosa una vez que llegan a nuestro sistema digestivo. Esto provoca una rápida subida de azúcar en sangre, proporcionando una efímera sensación de energía y satisfacción que, lamentablemente, dura muy poco. El problema reside precisamente en esa rapidez, seguida inevitablemente por una caída que puede desencadenar esa sensación de hambre prematura, dejándonos con la impresión de no haber comido lo suficiente y con ganas de buscar más alimento casi de inmediato.

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