Entrar en el súper es casi un ritual semanal para millones de españoles, una tarea cotidiana que a menudo realizamos con el piloto automático puesto, recorriendo pasillos familiares en busca de nuestra lista de la compra. Los grandes supermercados, esos gigantes de la distribución, conocen al dedillo nuestros hábitos y debilidades, y despliegan un arsenal de técnicas sutiles pero tremendamente efectivas para influir en nuestras decisiones de compra, mucho más de lo que somos conscientes mientras empujamos el carrito. Son maestros en el arte de guiar nuestra mirada y nuestra mano hacia donde ellos quieren, convirtiendo el acto de abastecer la despensa en un calculado ejercicio de marketing.
Una de las estrategias más afinadas y, quizás, menos percibidas por el consumidor medio es la gestión de los productos con fecha de caducidad próxima. Lejos de esconderlos o relegarlos a un rincón olvidado, estos artículos a menudo ocupan posiciones privilegiadas en las estanterías, una táctica deliberada para asegurar su venta antes de que sea demasiado tarde. Este juego de colocación, perfectamente estudiado para maximizar beneficios y minimizar pérdidas, aprovecha nuestra tendencia a la comodidad y a las decisiones rápidas, transformando lo que podría ser un problema de stock en una oportunidad de venta de última hora que muchos aceptamos sin siquiera cuestionarlo.
5MÁS ALLÁ DE LA FECHA: ¿ESTRATEGIA COMERCIAL O DESPERDICIO EVITADO?

Es innegable que la colocación estratégica de productos con caducidad cercana es una táctica comercial diseñada para proteger los márgenes de beneficio de los supermercados y optimizar la gestión de su inventario. Sin embargo, también es justo reconocer que esta práctica tiene un efecto colateral potencialmente positivo: contribuye a reducir el desperdicio alimentario. Al facilitar la venta de estos artículos antes de que expiren, se evita que toneladas de comida perfectamente consumible acaben en la basura, un problema medioambiental y social de primera magnitud al que la industria de la distribución también busca dar respuesta, aunque sea motivada por intereses económicos.
Al final del día, la responsabilidad recae también en nosotros, los consumidores. Estar al tanto de estas estrategias nos permite tomar decisiones más informadas y conscientes en el momento de llenar la cesta de la compra. Revisar las fechas, comparar productos más allá de la primera fila o valorar si realmente vamos a consumir ese artículo «en oferta» antes de que caduque son pequeños gestos que nos devuelven el control. Los supermercados seguirán utilizando sus herramientas de marketing, pero un comprador informado siempre tendrá la capacidad de elegir con criterio, equilibrando la conveniencia, el precio, la frescura y la sostenibilidad según sus propias prioridades y necesidades reales.