Las mañanas suelen empezar con prisas, con el piloto automático puesto mientras nos preparamos para afrontar la jornada. En medio de esa vorágine, la primera comida del día, a menudo relegada a un segundo plano o despachada de cualquier manera, esconde una importancia capital para nuestro bienestar general. Pocos son conscientes de que un error común al desayunar, repetido día tras día casi sin darnos cuenta, puede estar saboteando silenciosamente nuestra salud y contribuyendo a un aumento de peso paulatino pero constante, minando nuestra energía desde primera hora.
Se trata de una dicotomía perjudicial, una elección entre dos caminos que, aunque opuestos en apariencia, conducen a un destino similarmente negativo para el organismo. Por un lado, la opción de sucumbir a desayunos cargados de azúcares y harinas refinadas, tan apetecibles como traicioneros; por otro, la decisión, a veces forzada por las circunstancias o por una creencia errónea, de saltarse por completo esta comida fundamental. Ambas prácticas, lejos de ser inocuas, desencadenan una serie de reacciones fisiológicas que nos alejan de un estado óptimo de salud y nos acercan, sin que apenas lo percibamos, a problemas metabólicos y a una relación complicada con la báscula.
2EL AYUNO INVOLUNTARIO: CUANDO SALTARSE EL DESAYUNO SALE CARO

En el otro extremo del espectro encontramos la costumbre, cada vez más extendida por diversas razones –falta de tiempo, ausencia de apetito matutino o incluso como estrategia para perder peso–, de saltarse el desayuno. Aunque el ayuno intermitente bien planificado puede tener sus beneficios en contextos específicos, omitir la primera comida del día de forma habitual y desordenada puede tener efectos contraproducentes, especialmente en personas susceptibles. El cuerpo interpreta esta ausencia de ingesta tras el ayuno nocturno como una señal de escasez, lo que puede ralentizar el metabolismo como medida de ahorro energético, preparándose para un periodo de posible privación que quizá nunca llegue.
Esta estrategia de «ahorro» calórico matutino a menudo se ve compensada, e incluso superada, a lo largo del día. La ausencia de nutrientes al inicio de la jornada puede desencadenar una sensación de hambre mucho más intensa horas después, llevando a elecciones impulsivas y generalmente poco saludables en la siguiente comida, como optar por alimentos más calóricos, procesados o ricos en grasas y azúcares para saciar esa necesidad urgente. Además, en individuos propensos, saltarse sistemáticamente el desayuno puede aumentar el riesgo de sufrir atracones o episodios de sobreingesta por la tarde o noche, desbaratando cualquier intento de control calórico y contribuyendo a un desequilibrio nutricional y a la ganancia de peso. Decidir no desayunar puede ser, paradójicamente, un camino directo hacia un mayor consumo calórico total.