lunes, 21 abril 2025

Este hábito nocturno está destrozando la calidad de tu sueño, y no es mirar pantallas

Las noches en vela, dar vueltas en la cama sin poder conciliar el descanso, despertarse sintiendo que apenas se ha pegado ojo… Son sensaciones demasiado familiares para una parte importante de la población española. Achacamos estos problemas a mil factores, desde el estrés laboral hasta la omnipresente luz azul de las pantallas que nos acompaña hasta el último minuto del día, pero a menudo pasamos por alto un culpable agazapado en nuestra rutina diaria, un hábito nocturno que está dinamitando la calidad de nuestro sueño de forma silenciosa pero implacable. Y no, no siempre es el móvil el principal villano de nuestras noches en blanco, aunque tampoco ayude precisamente.

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El verdadero saboteador de nuestro descanso podría estar servido en nuestro plato cada noche, justo antes de meternos en la cama. Hablamos de esas cenas tardías, a menudo copiosas, cargadas de alimentos pesados, fritos, ultraprocesados, o con ese toque picante que tanto nos gusta, sin olvidar los postres repletos de azúcar que nos damos como capricho final. Aunque parezca un placer inocente, este tipo de ingestas cercanas a la hora de acostarse pone en marcha una maquinaria digestiva que choca frontalmente con los procesos naturales que el cuerpo necesita para un reposo efectivo, convirtiendo lo que debería ser un santuario de paz en un campo de batalla metabólico. Comprender cómo afecta esta costumbre a nuestro organismo es el primer paso para recuperar el control sobre nuestras noches y, por ende, sobre nuestra salud y bienestar general.

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FESTINES NOCTURNOS: EL PASAPORTE DIRECTO A LAS NOCHES EN VELA

Fuente Freepik

Las cenas copiosas, ricas en grasas saturadas y proteínas de digestión lenta, son particularmente problemáticas antes de dormir. Un chuletón, una fabada, una pizza cargada de queso o un buen plato de fritos pueden resultar deliciosos, pero someten al sistema digestivo a un esfuerzo titánico justo cuando debería estar preparándose para el reposo. El cuerpo necesita tiempo y energía para procesar estos alimentos, lo que mantiene nuestro metabolismo activo y eleva ligeramente la temperatura corporal, dos factores que van en contra de la inducción natural del sueño, que requiere precisamente un descenso de la actividad metabólica y de la temperatura.

Este tipo de comidas no solo retrasa la conciliación del sueño, sino que también fragmenta su estructura una vez que logramos dormirnos. Las digestiones pesadas nocturnas suelen traducirse en un sueño más ligero, con más microdespertares (aunque no siempre seamos conscientes de ellos) y una reducción significativa del tiempo pasado en las fases de sueño profundo (REM y no REM profundo), que son cruciales para la restauración física y mental. El resultado, es una sensación de no haber descansado nada al despertar, a pesar de haber pasado las horas teóricamente necesarias en la cama, un círculo vicioso que afecta a nuestra energía diaria.


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