Las noches en vela, dar vueltas en la cama sin poder conciliar el descanso, despertarse sintiendo que apenas se ha pegado ojo… Son sensaciones demasiado familiares para una parte importante de la población española. Achacamos estos problemas a mil factores, desde el estrés laboral hasta la omnipresente luz azul de las pantallas que nos acompaña hasta el último minuto del día, pero a menudo pasamos por alto un culpable agazapado en nuestra rutina diaria, un hábito nocturno que está dinamitando la calidad de nuestro sueño de forma silenciosa pero implacable. Y no, no siempre es el móvil el principal villano de nuestras noches en blanco, aunque tampoco ayude precisamente.
El verdadero saboteador de nuestro descanso podría estar servido en nuestro plato cada noche, justo antes de meternos en la cama. Hablamos de esas cenas tardías, a menudo copiosas, cargadas de alimentos pesados, fritos, ultraprocesados, o con ese toque picante que tanto nos gusta, sin olvidar los postres repletos de azúcar que nos damos como capricho final. Aunque parezca un placer inocente, este tipo de ingestas cercanas a la hora de acostarse pone en marcha una maquinaria digestiva que choca frontalmente con los procesos naturales que el cuerpo necesita para un reposo efectivo, convirtiendo lo que debería ser un santuario de paz en un campo de batalla metabólico. Comprender cómo afecta esta costumbre a nuestro organismo es el primer paso para recuperar el control sobre nuestras noches y, por ende, sobre nuestra salud y bienestar general.
1CUANDO EL ESTÓMAGO TRABAJA DE NOCHE: ADIÓS AL DESCANSO REPARADOR

El proceso digestivo es una tarea compleja que requiere una cantidad significativa de energía y recursos por parte de nuestro organismo. Cuando comemos, el cuerpo desvía flujo sanguíneo hacia el sistema digestivo para descomponer los alimentos y absorber los nutrientes, un proceso que, dependiendo de la cantidad y el tipo de comida, puede prolongarse durante varias horas. Si esta actividad coincide con el momento en que intentamos dormir, se produce un conflicto interno: el cuerpo no puede dedicarse plenamente ni a la digestión eficiente ni a las fases profundas y reparadoras del descanso, afectando directamente la calidad del sueño y provocando interrupciones.
Además, la posición horizontal que adoptamos al dormir dificulta el trabajo del sistema digestivo, especialmente si el estómago está lleno. Esto puede favorecer la aparición de reflujo gastroesofágico, acidez estomacal y otras molestias digestivas que, inevitablemente, nos despertarán o nos impedirán conciliar un sueño profundo. Forzar al cuerpo a realizar una digestión pesada durante la noche, es como pedirle a un corredor de maratón que haga un sprint justo antes de cruzar la línea de meta, una sobrecarga que pasa factura a nuestro descanso y nos deja agotados al día siguiente, mermando nuestra capacidad de concentración y nuestro estado de ánimo.