Las ciudades españolas son un torbellino constante, un escenario donde la paciencia al volante a menudo brilla por su ausencia y las prisas marcan el ritmo. En este contexto, la Dirección General de Tráfico, conocida por todos como DGT, pone el acento en una maniobra que muchos realizan casi sin pensar, subestimando gravemente sus implicaciones. Hablamos de esa decisión de apenas un segundo, la de ignorar la luz roja del semáforo, que puede desembocar en la pérdida de una cantidad significativa de puntos del carnet, concretamente seis, una cifra que debería hacernos reflexionar sobre los riesgos que asumimos innecesariamente en nuestro día a día al volante por una ganancia de tiempo mínima o inexistente. La familiaridad con el entorno urbano y la repetición de trayectos pueden llevarnos a una peligrosa relajación de las normas más elementales de seguridad vial, olvidando que cada semáforo, cada señal, tiene una razón de ser fundamental para la convivencia ordenada y segura en el complejo ecosistema del tráfico.
La percepción de que ‘si no viene nadie, no hay peligro’ es una falacia peligrosa que anida en la mente de demasiados conductores, una justificación endeble para una acción de riesgo. Sin embargo, la realidad es que las normas de circulación están diseñadas para prevenir situaciones imprevistas, y esa luz roja es una barrera de seguridad innegociable, no una simple sugerencia que podamos interpretar según nuestro criterio o conveniencia del momento. La contundencia de la sanción refleja precisamente la gravedad con la que las autoridades, y en particular la DGT, valoran la potencial peligrosidad de esta conducta, incluso en ausencia aparente de tráfico inmediato en nuestro campo visual. Este rigor sancionador busca disuadir comportamientos que, aunque puedan parecer menores o justificados por la prisa, incrementan exponencialmente la probabilidad de accidentes graves, cuyas consecuencias pueden ser devastadoras tanto para los implicados como para sus familias, marcando un antes y un después en sus vidas.
5¿CALLE VACÍA, MANIOBRA SEGURA? UN ERROR DE PERCEPCIÓN

La tentación de saltarse un semáforo en rojo puede ser particularmente fuerte durante las horas nocturnas o en calles secundarias que parecen completamente desiertas, pero el riesgo inherente a esta acción persiste e incluso, paradójicamente, puede aumentar en estas circunstancias específicas. La menor visibilidad general, la posible aparición inesperada de vehículos circulando a una velocidad mayor de la esperada aprovechando la menor densidad de tráfico o la presencia sigilosa de usuarios vulnerables como peatones (a menudo vestidos con ropa oscura) o ciclistas (sin una iluminación adecuada a veces) que son mucho más difíciles de detectar en condiciones de poca luz convierten esta maniobra en una auténtica ruleta rusa con la seguridad. Las estadísticas de accidentalidad nocturna y en vías urbanas manejadas por la DGT corroboran año tras año este peligro latente asociado a la relajación de la atención y el incumplimiento de normas básicas como esta.
El error fundamental en estos casos reside en la sobreestimación de la propia capacidad de control del vehículo y de anticipación a los eventos del entorno, un peligroso sesgo cognitivo muy común entre los conductores, especialmente los más experimentados que pueden pecar de exceso de confianza. Creer que uno puede evaluar correctamente todos los factores dinámicos presentes en una intersección en apenas una fracción de segundo es una pura ilusión; la complejidad inherente del entorno urbano, con sus múltiples variables e imprevistos, siempre supera nuestra limitada capacidad de procesamiento instantáneo de información, motivo esencial por el cual existen normas de circulación estrictas y universales como la obligación de detenerse ante un semáforo en rojo. La postura de la DGT es absolutamente inflexible en este punto concreto, recordando que la seguridad vial colectiva no admite atajos, interpretaciones personales ni excepciones basadas en la conveniencia individual. Además, la DGT recuerda que la acumulación de infracciones graves, como es saltarse un semáforo, puede llevar a la obligación de someterse a revisiones psicotécnicas extraordinarias o, en casos de reincidencia grave, a la pérdida definitiva de la vigencia del permiso de conducir. No se trata únicamente de conservar los puntos, sino de demostrar consistentemente una actitud responsable y un profundo respeto por las normas que rigen la circulación, un pilar fundamental e irrenunciable para garantizar una convivencia segura y pacífica en nuestras cada vez más congestionadas carreteras y ciudades. La DGT promueve activamente la formación continua y la reeducación vial como herramientas clave para intentar corregir estas conductas de riesgo y fomentar una cultura de seguridad compartida.