Las ciudades españolas son un torbellino constante, un escenario donde la paciencia al volante a menudo brilla por su ausencia y las prisas marcan el ritmo. En este contexto, la Dirección General de Tráfico, conocida por todos como DGT, pone el acento en una maniobra que muchos realizan casi sin pensar, subestimando gravemente sus implicaciones. Hablamos de esa decisión de apenas un segundo, la de ignorar la luz roja del semáforo, que puede desembocar en la pérdida de una cantidad significativa de puntos del carnet, concretamente seis, una cifra que debería hacernos reflexionar sobre los riesgos que asumimos innecesariamente en nuestro día a día al volante por una ganancia de tiempo mínima o inexistente. La familiaridad con el entorno urbano y la repetición de trayectos pueden llevarnos a una peligrosa relajación de las normas más elementales de seguridad vial, olvidando que cada semáforo, cada señal, tiene una razón de ser fundamental para la convivencia ordenada y segura en el complejo ecosistema del tráfico.
La percepción de que ‘si no viene nadie, no hay peligro’ es una falacia peligrosa que anida en la mente de demasiados conductores, una justificación endeble para una acción de riesgo. Sin embargo, la realidad es que las normas de circulación están diseñadas para prevenir situaciones imprevistas, y esa luz roja es una barrera de seguridad innegociable, no una simple sugerencia que podamos interpretar según nuestro criterio o conveniencia del momento. La contundencia de la sanción refleja precisamente la gravedad con la que las autoridades, y en particular la DGT, valoran la potencial peligrosidad de esta conducta, incluso en ausencia aparente de tráfico inmediato en nuestro campo visual. Este rigor sancionador busca disuadir comportamientos que, aunque puedan parecer menores o justificados por la prisa, incrementan exponencialmente la probabilidad de accidentes graves, cuyas consecuencias pueden ser devastadoras tanto para los implicados como para sus familias, marcando un antes y un después en sus vidas.
2SEIS PUNTOS MENOS: UN GOLPE DURO AL HISTORIAL DEL CONDUCTOR

La detracción de seis puntos del permiso de conducir sitúa esta infracción en el escalón de las más graves contempladas en el baremo sancionador, al mismo nivel que conducir bajo los efectos evidentes del alcohol o las drogas, o practicar una conducción manifiestamente temeraria poniendo en peligro concreto la vida de otros. Esta severidad no es en absoluto casual ni caprichosa; la DGT considera que saltarse un semáforo en rojo entraña un riesgo muy elevado de colisión frontolateral, uno de los tipos de accidente más peligrosos por la vulnerabilidad de los ocupantes, o de atropello a peatones o ciclistas que cruzan confiados. Perder casi la mitad de los puntos iniciales (para un conductor novel) o una parte muy sustancial del crédito total de golpe es un aviso muy serio sobre la enorme responsabilidad que implica ponerse al volante de un vehículo a motor y la necesidad imperiosa de respetar las normas.
Más allá de la cifra numérica en sí, la pérdida de estos seis puntos tiene un impacto directo y a menudo subestimado en el historial del conductor y puede acarrear consecuencias adicionales significativas a medio y largo plazo. Las compañías aseguradoras, al tener constancia de este tipo de sanciones graves a través de los ficheros correspondientes, pueden revisar las primas de seguro al alza de manera considerable en la siguiente renovación, y la acumulación de sanciones graves puede llevar eventualmente a la pérdida total de la vigencia del permiso de conducir, obligando al infractor a superar costosos cursos de sensibilización y reeducación vial y a aprobar un nuevo examen teórico para poder volver a conducir legalmente. Es un recordatorio contundente de que las normas de tráfico están para cumplirse escrupulosamente y que los errores o descuidos al volante tienen un coste tangible y, en ocasiones, muy elevado.