Entrar en un supermercado es, para muchos, una rutina casi automática, un paseo entre lineales en busca de lo necesario para llenar la despensa y la nevera. Pocos somos conscientes de hasta qué punto nuestras decisiones de compra están guiadas por hilos invisibles, especialmente cuando visitamos gigantes como Mercadona, donde cada detalle parece pensado al milímetro para influir en nuestro comportamiento, casi sin que nos percatemos de ello. Es un baile sutil entre la necesidad y el deseo, orquestado con maestría para que, al llegar a la caja, el tique refleje algo más que la lista original que llevábamos en mente o apuntada en el móvil.
La arquitectura de la persuasión en estos templos del consumo moderno no es casualidad; responde a estudiadas técnicas de neuromarketing y psicología del consumidor. Desde la música ambiental hasta la iluminación, pasando por la distribución del espacio y, sobre todo, la colocación de cada producto, todo está diseñado para maximizar las ventas. Se trata de entender cómo funciona nuestra mente a la hora de comprar, aprovechando nuestros impulsos y hábitos, para convertir una simple compra rutinaria en una experiencia que nos incite a añadir más artículos al carro, a menudo de forma completamente inconsciente y llevándonos a casa productos que no figuraban en nuestros planes iniciales.
2EL LABERINTO DE LOS DESEOS: NAVEGANDO HACIA LO ESENCIAL

¿Alguna vez te has preguntado por qué los productos básicos como la leche, el pan, los huevos o el agua suelen estar al fondo del supermercado o en los pasillos más alejados de la entrada? La respuesta es simple y astuta: obligarnos a recorrer la mayor superficie posible de la tienda para llegar a ellos. Este diseño laberíntico, que nos fuerza a pasar por delante de innumerables tentaciones, aumenta exponencialmente las probabilidades de que compremos artículos que no teníamos previstos, simplemente porque los vemos por el camino.
Este peregrinaje forzado hacia los bienes de primera necesidad es una de las tácticas más efectivas y universales en el diseño de supermercados, y cadenas como Mercadona la aplican con rigor. Mientras buscamos esa botella de aceite o ese paquete de arroz situados estratégicamente al final de un largo pasillo, nuestros ojos inevitablemente se posan en novedades, caprichos o productos complementarios, estimulando compras por impulso que de otro modo no se producirían. Es un recorrido diseñado no tanto para nuestra comodidad como para la rentabilidad del establecimiento.