Anabel Pantoja ha vivido una Semana Santa marcada por la emoción, la fe y el peso de los recuerdos recientes que han dejado una huella profunda en su corazón. Si bien cada año estas fechas tienen un significado especial para ella y su pareja, David Rodríguez, esta vez todo ha sido distinto. El matrimonio ha celebrado su primera Semana Santa junto a su hija, después de unos meses muy complicados en los que la salud de la pequeña y las posteriores consecuencias legales transformaron su rutina por completo. Tras pasar el Domingo de Ramos en Córdoba, ciudad natal de David, donde ejerce de costalero en la Hermandad de La Esperanza, una de las más queridas de la ciudad, la pareja viajó a Sevilla para continuar disfrutando de esta tradición que ambos viven con una intensa devoción. Allí, rodeados de familiares y amigos, se reencontraron con su esencia y buscaron consuelo en las calles abarrotadas de emoción, incienso y saetas. Lo que ninguno de los dos imaginaba era que uno de los momentos más emotivos de este año iba a producirse de forma completamente espontánea, arrancando de Anabel unas lágrimas que reflejaban algo más profundo que una simple devoción religiosa.
2La situación que atraviesa Anabel Pantoja

La existencia de dos informes tan dispares llevó a la jueza encargada del caso a prolongar la instrucción más allá de lo previsto. El objetivo es determinar cuál de las versiones refleja la verdad. Mientras tanto, el nombre de Anabel Pantoja ha vuelto a ocupar titulares que nada tienen que ver con su habitual papel en el mundo del entretenimiento o la televisión. Esta vez, las noticias se entrelazan con lo más íntimo de su vida: su maternidad, su dolor, su necesidad de proteger a su hija y de limpiar su nombre. En medio de esa tormenta, la Semana Santa ha funcionado como un refugio espiritual y emocional. Una pausa en el calendario, una forma de reconectar con lo más profundo de sí misma, de pedir, de agradecer y de recordar que, pese a todo, la vida le ha regalado lo más valioso.
Anabel no ha ocultado ni su vulnerabilidad ni sus sentimientos. Lejos de los focos de los platós, la hemos visto cercana, auténtica y profundamente afectada. Sus lágrimas durante la procesión no fueron fruto del espectáculo religioso, sino de una conexión interna con su maternidad, con su historia reciente y con un mensaje que, por muy tradicional que parezca, le hablaba directamente al corazón: el amor por los hijos, la importancia de la familia y la fe como consuelo en los momentos difíciles. Su confesión pública, compartida a través de las redes sociales, no solo generó empatía entre sus seguidores, sino también admiración por su valentía al mostrarse tal y como es, sin filtros, sin miedo a lo que puedan decir.
Pese a la incertidumbre judicial que todavía sobrevuela a la familia, Anabel está centrada en lo verdaderamente importante: su hija, su pareja y la reconstrucción emocional tras los golpes recibidos. La Semana Santa, en ese sentido, ha funcionado como un catalizador. No solo ha sido la primera con su bebé, sino también una especie de catarsis en la que ha podido poner palabras y lágrimas a todo lo que llevaba dentro. Ha sido un momento de recogimiento, pero también de esperanza. Y aunque todavía queda por resolver el proceso legal que la involucra junto a David Rodríguez, lo que no se puede poner en duda es la fortaleza con la que está enfrentando esta etapa.