La ficción española vuelve a demostrar su empuje con una miniserie que te engancha desde el minuto uno. El jardinero, la nueva apuesta de Miguel Sáez Carral (creador de La caza), ha llegado a Netflix como un huracán y ha conseguido desbancar hasta fenómenos globales como Adolescente.
Con solo seis capítulos, esta nueva producción ha conseguido lo que muchas series no logran en una temporada entera. Un protagonista atormentado, una villana fascinante y un amor que nace entre las sombras. La trama, ambientada en los exuberantes paisajes de Pontevedra, sigue a Elmer (Álvaro Rico), un joven botánico de mente brillante pero de corazón herido.
1UN HÉROE ROTO DE NETFLIX

En El jardinero, Elmer no es un asesino brutal típico de Netflix, sino un hombre vacío que empieza a encontrar su humanidad en el peor lugar posible. Interpretado por un escalofriante Álvaro Rico, el protagonista es un genio de la botánica con una vida definida por plantas y muertes muy bien medidas. Hay que aclarar que esta frialdad no es malicia sino el resultado de un trauma que lo ha dejado en blanco, emocionalmente, sin sentimientos.
En cuanto a la relación con su madre, La China Jurado, es el hilo conductor más inquietante de la serie, en uno de los dos grandes papeles de Cecilia Suárez, quien se erige en la villana calculadora que manipula a su hijo mediante una mezcla de cariño tóxico y ambición. «Eres perfecto porque no sientes», le espeta en uno de los diálogos más sobrecogedores. A partir de la entrada de Violeta en su vida, Elmer irá experimentando emociones que desestabilizan todo el bien enredado que ha tejido.
El viaje de Elmer es una metáfora del despertar emocional en medio del horror. En personajes como Joe Goldberg (You), sabemos que la violencia está tratada con un romanticismo a ratos inquietante. Aquí no hay romanticismo, la violencia es fría, cada asesinato es frío, cada planta que cultiva tiene en su interior un secreto, y cada mirada que Violeta le lanza, hace que se acerque al abismo de sentir.
El guion maneja de forma brillante la dualidad de su personaje: ¿Es un monstruo que ha creado su madre o una víctima que todavía tiene oportunidad de salvarse? Las escenas en las que lidia con la necesidad de averiguar las emociones más primarias, como el miedo o el deseo, son dignas de tal intensidad que el espectador no sabe si debe compadecerlo o temerle, y esa ambigüedad es uno de los máximos logros de la serie.
El simbolismo botánico también sirve para reforzar el arco dramático: las plantas que riega con dedicación son un reflejo de su alma: perfectas en apariencia y envueltas, pero envenenadas en su sustancia. El momento que florece en él un sentimiento puro es justo cuando su mundo se viene abajo.