sábado, 19 abril 2025

Así te cuelan una bomba de azúcar disfrazada de comida saludable

En la vorágine diaria, buscar un bocado rápido y supuestamente sano se ha convertido casi en un acto reflejo para muchos. El verdadero quid de la cuestión, sin embargo, reside en que esa barrita de cereales que agarramos con la conciencia tranquila puede ser una trampa nutricional cargada de azúcar. Vivimos tiempos en los que la etiqueta «saludable» vende más que nunca, pero la realidad bajo el envoltorio a menudo cuenta una historia muy diferente, una donde el marketing prima sobre la nutrición honesta y donde los ingredientes que intentamos evitar se camuflan bajo nombres confusos o se presentan como inevitables compañeros de viaje de la fibra o las vitaminas prometidas.

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Las estanterías del supermercado rebosan de opciones que prometen energía, fibra y vitaminas, envueltas en paquetes con imágenes de frutas frescas y deportistas sonrientes. Pocas veces nos paramos a pensar, no obstante, que detrás de esa fachada ‘fit’ se esconde a menudo una composición más cercana a una golosina que a un alimento recomendable para empezar el día o recuperarse tras el ejercicio. Esta desconexión entre la imagen proyectada y el contenido real es un fenómeno preocupante, especialmente cuando afecta a productos dirigidos a un público que busca activamente cuidar su alimentación y que confía, quizás con demasiada ingenuidad, en las promesas de la industria alimentaria. La falta de transparencia sobre la cantidad real de azúcar es un problema recurrente.

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EL JUEGO DEL ESCONDITE DEL AZÚCAR: NOMBRES QUE CONFUNDEN

Fuente Freepik

Uno de los mayores desafíos para el consumidor es identificar la cantidad real de azúcar presente en estos productos, ya que a menudo se esconde bajo una variedad de nombres técnicos o aparentemente naturales. No se trata solo del azúcar de mesa (sacarosa), sino también, de jarabes de glucosa, fructosa, jarabe de maíz de alta fructosa, dextrosa, maltodextrina, melaza, concentrados de zumo de fruta o siropes de ágave o arce, entre muchos otros. Esta diversificación de edulcorantes dificulta enormemente la tarea de evaluar el contenido total de azúcares simplemente leyendo la lista de ingredientes, donde además suelen aparecer dispersos para no ocupar las primeras posiciones.

La industria alimentaria utiliza esta estrategia no solo para endulzar el producto final, sino también para mejorar su textura, prolongar su vida útil o incluso abaratar costes de producción. El problema radica en que el cuerpo metaboliza muchos de estos azúcares añadidos de forma similar, contribuyendo igualmente, al exceso calórico, a los picos de glucemia y a los potenciales efectos negativos para la salud asociados a un consumo elevado de azúcar. La complejidad del etiquetado se convierte así en una barrera que impide tomar decisiones informadas sobre nuestra alimentación diaria.


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