Vivimos tiempos acelerados, casi frenéticos, donde la multitarea se ha convertido en la norma y las exigencias parecen multiplicarse sin fin. Es fácil sentirse estresado en medio de este torbellino cotidiano, atrapado en una espiral de obligaciones laborales, responsabilidades familiares y una presión social constante por estar siempre activo y disponible; la sensación de agobio parece haberse cronificado en nuestras vidas, convirtiéndose en una especie de ruido de fondo al que, peligrosamente, empezamos a acostumbrarnos como si fuera inevitable, parte del peaje por vivir en el siglo XXI. Llegamos al final del día exhaustos, con la mente embotada y el ánimo por los suelos, achacando todo este malestar a la carga mental y al ritmo imparable que nos impone la sociedad moderna.
Pero, ¿y si esa sensación persistente de agotamiento, esa irritabilidad constante o esa niebla mental que nos acompaña no fuera únicamente producto del estrés tal y como lo entendemos? ¿Qué pasaría si hubiera un factor físico, a menudo ignorado y sorprendentemente común, que estuviera exacerbando esos síntomas o incluso siendo la causa principal de que nos sintamos perpetuamente al límite? Existe una posibilidad real, respaldada por cada vez más evidencia, de que lo que interpretamos como estar irremediablemente estresado tenga una conexión directa con la carencia de un nutriente esencial del que rara vez se habla en relación con nuestro estado de ánimo y niveles de energía; una deficiencia silenciosa que podría estar pasándonos factura sin que seamos conscientes de ello, confundiéndola con las inevitables consecuencias de nuestro ajetreado estilo de vida.
5RECUPERAR EL EQUILIBRIO: SOL CON MESURA Y AYUDAS EXTRA

La solución más natural y efectiva para mejorar los niveles de vitamina D es la exposición solar controlada y regular. No se trata de tostarse al sol durante horas, sino de exponer brazos y piernas (o una superficie de piel equivalente) a la luz solar directa, sin protección, durante periodos cortos de tiempo, idealmente en las horas centrales del día cuando la radiación UVB es más intensa, pero siempre evitando las quemaduras solares; la duración necesaria varía según el tipo de piel, la latitud y la época del año, pero a menudo bastan unos 10-20 minutos varias veces por semana. Incorporar esta práctica sencilla en nuestra rutina, buscar esos breves baños de sol puede marcar una diferencia notable en nuestros niveles de energía y ánimo, podría ser un primer paso fundamental para combatir esa sensación de estar permanentemente estresado.
Cuando la exposición solar no es suficiente o posible (por motivos de salud, estilo de vida, ubicación geográfica o durante los meses de invierno), o si ya existe una deficiencia confirmada mediante análisis de sangre, la suplementación con vitamina D se convierte en una alternativa necesaria y eficaz. Es crucial, sin embargo, no automedicarse y consultar siempre con un profesional sanitario (médico de cabecera, endocrino) para determinar si la suplementación es adecuada y cuál es la dosis correcta, ya que un exceso de vitamina D también puede ser perjudicial; abordar un posible déficit, ya sea mediante el sol o suplementos bajo supervisión, es fundamental consultar con un profesional sanitario para determinar la dosis adecuada y si realmente es necesaria, podría ser la pieza que falta en el puzle para aliviar muchos de los síntomas que erróneamente atribuimos en exclusiva a estar estresado.