domingo, 20 abril 2025

No estás estresado, simplemente te falta esto que nadie menciona

Vivimos tiempos acelerados, casi frenéticos, donde la multitarea se ha convertido en la norma y las exigencias parecen multiplicarse sin fin. Es fácil sentirse estresado en medio de este torbellino cotidiano, atrapado en una espiral de obligaciones laborales, responsabilidades familiares y una presión social constante por estar siempre activo y disponible; la sensación de agobio parece haberse cronificado en nuestras vidas, convirtiéndose en una especie de ruido de fondo al que, peligrosamente, empezamos a acostumbrarnos como si fuera inevitable, parte del peaje por vivir en el siglo XXI. Llegamos al final del día exhaustos, con la mente embotada y el ánimo por los suelos, achacando todo este malestar a la carga mental y al ritmo imparable que nos impone la sociedad moderna.

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Pero, ¿y si esa sensación persistente de agotamiento, esa irritabilidad constante o esa niebla mental que nos acompaña no fuera únicamente producto del estrés tal y como lo entendemos? ¿Qué pasaría si hubiera un factor físico, a menudo ignorado y sorprendentemente común, que estuviera exacerbando esos síntomas o incluso siendo la causa principal de que nos sintamos perpetuamente al límite? Existe una posibilidad real, respaldada por cada vez más evidencia, de que lo que interpretamos como estar irremediablemente estresado tenga una conexión directa con la carencia de un nutriente esencial del que rara vez se habla en relación con nuestro estado de ánimo y niveles de energía; una deficiencia silenciosa que podría estar pasándonos factura sin que seamos conscientes de ello, confundiéndola con las inevitables consecuencias de nuestro ajetreado estilo de vida.

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¿POR QUÉ NOS FALTA EL SOL EN PLENO SIGLO XXI? LAS RAZONES OCULTAS

Fuente Freepik

Podría parecer paradójico que en una sociedad avanzada, con acceso a información y recursos, el déficit de vitamina D sea tan prevalente, incluso en lugares con abundante luz solar como España. La respuesta radica en nuestros hábitos de vida modernos: pasamos la mayor parte del día en interiores, ya sea trabajando en oficinas, estudiando o en nuestros hogares, limitando drásticamente las oportunidades de exposición solar directa; además, la conciencia sobre los riesgos del cáncer de piel nos ha llevado a usar protectores solares de forma generalizada, pasamos la mayor parte de nuestras horas de vigilia bajo techo, lo cual, siendo una medida necesaria para prevenir daños cutáneos, también bloquea la radiación UVB necesaria para la síntesis de vitamina D. Este cambio de paradigma en nuestro estilo de vida tiene consecuencias directas en nuestra fisiología.

A esto se suman otros factores como la contaminación atmosférica, que puede filtrar los rayos UVB, la pigmentación de la piel (las pieles más oscuras necesitan más tiempo de exposición para producir la misma cantidad de vitamina D), la edad (la capacidad de síntesis disminuye con los años) y la dieta, que generalmente es pobre en fuentes naturales de esta vitamina. Incluso la ubicación geográfica dentro de España y la estación del año juegan un papel crucial; durante los meses de invierno, especialmente en las regiones del norte, el ángulo del sol reduce significativamente la intensidad de la radiación UVB que llega a la superficie terrestre. Todo este cóctel de factores hace que mantener unos niveles adecuados sea un desafío para una gran parte de la población, contribuyendo a esa sensación generalizada de estar estresado o bajo de energía.


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