sábado, 19 abril 2025

No estás estresado, simplemente te falta esto que nadie menciona

Vivimos tiempos acelerados, casi frenéticos, donde la multitarea se ha convertido en la norma y las exigencias parecen multiplicarse sin fin. Es fácil sentirse estresado en medio de este torbellino cotidiano, atrapado en una espiral de obligaciones laborales, responsabilidades familiares y una presión social constante por estar siempre activo y disponible; la sensación de agobio parece haberse cronificado en nuestras vidas, convirtiéndose en una especie de ruido de fondo al que, peligrosamente, empezamos a acostumbrarnos como si fuera inevitable, parte del peaje por vivir en el siglo XXI. Llegamos al final del día exhaustos, con la mente embotada y el ánimo por los suelos, achacando todo este malestar a la carga mental y al ritmo imparable que nos impone la sociedad moderna.

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Pero, ¿y si esa sensación persistente de agotamiento, esa irritabilidad constante o esa niebla mental que nos acompaña no fuera únicamente producto del estrés tal y como lo entendemos? ¿Qué pasaría si hubiera un factor físico, a menudo ignorado y sorprendentemente común, que estuviera exacerbando esos síntomas o incluso siendo la causa principal de que nos sintamos perpetuamente al límite? Existe una posibilidad real, respaldada por cada vez más evidencia, de que lo que interpretamos como estar irremediablemente estresado tenga una conexión directa con la carencia de un nutriente esencial del que rara vez se habla en relación con nuestro estado de ánimo y niveles de energía; una deficiencia silenciosa que podría estar pasándonos factura sin que seamos conscientes de ello, confundiéndola con las inevitables consecuencias de nuestro ajetreado estilo de vida.

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LOS DISFRACES DEL DÉFICIT: CUANDO LA FATIGA NO ES SOLO CANSANCIO

Fuente Freepik

Los síntomas de una deficiencia de vitamina D pueden ser vagos y fácilmente atribuibles a otras causas, lo que dificulta su identificación sin un análisis específico. Entre los más comunes se encuentran la fatiga persistente y el agotamiento generalizado, una sensación de debilidad muscular, dolores óseos o articulares difusos, cambios de humor inexplicables, mayor propensión a infecciones e incluso una cicatrización más lenta de las heridas; muchos de estos signos, un agotamiento persistente que no mejora ni con el descanso adecuado, coinciden llamativamente con las quejas habituales de alguien que se describe como crónicamente estresado, creando una superposición que puede llevar a confusión diagnóstica o a simplemente no considerar esta posibilidad. Es como si el déficit se disfrazara con el traje del estrés moderno.

La conexión entre la vitamina D y el estado de ánimo es particularmente relevante en este contexto. Se sabe que existen receptores de vitamina D en áreas del cerebro implicadas en la regulación emocional, y niveles bajos se han asociado con un mayor riesgo de experimentar síntomas depresivos o un ánimo decaído; esta influencia sobre el humor, contribuyendo a esa sensación de irritabilidad o tristeza que a menudo achacamos exclusivamente al ritmo de vida, sumada a la fatiga física y mental que puede provocar, conforma un cuadro que encaja perfectamente con la descripción popular de estar quemado o estresado. Por tanto, antes de asumir que nuestro malestar es puramente una respuesta al entorno, valdría la pena considerar si nuestros niveles de esta vitamina están jugando un papel determinante.


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