sábado, 19 abril 2025

No estás estresado, simplemente te falta esto que nadie menciona

Vivimos tiempos acelerados, casi frenéticos, donde la multitarea se ha convertido en la norma y las exigencias parecen multiplicarse sin fin. Es fácil sentirse estresado en medio de este torbellino cotidiano, atrapado en una espiral de obligaciones laborales, responsabilidades familiares y una presión social constante por estar siempre activo y disponible; la sensación de agobio parece haberse cronificado en nuestras vidas, convirtiéndose en una especie de ruido de fondo al que, peligrosamente, empezamos a acostumbrarnos como si fuera inevitable, parte del peaje por vivir en el siglo XXI. Llegamos al final del día exhaustos, con la mente embotada y el ánimo por los suelos, achacando todo este malestar a la carga mental y al ritmo imparable que nos impone la sociedad moderna.

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Pero, ¿y si esa sensación persistente de agotamiento, esa irritabilidad constante o esa niebla mental que nos acompaña no fuera únicamente producto del estrés tal y como lo entendemos? ¿Qué pasaría si hubiera un factor físico, a menudo ignorado y sorprendentemente común, que estuviera exacerbando esos síntomas o incluso siendo la causa principal de que nos sintamos perpetuamente al límite? Existe una posibilidad real, respaldada por cada vez más evidencia, de que lo que interpretamos como estar irremediablemente estresado tenga una conexión directa con la carencia de un nutriente esencial del que rara vez se habla en relación con nuestro estado de ánimo y niveles de energía; una deficiencia silenciosa que podría estar pasándonos factura sin que seamos conscientes de ello, confundiéndola con las inevitables consecuencias de nuestro ajetreado estilo de vida.

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VITAMINA D: MUCHO MÁS QUE HUESOS FUERTES, LA CHISPA QUE TE FALTA

Fuente Freepik

Cuando pensamos en la vitamina D, la mayoría la asociamos casi exclusivamente con la salud ósea, con su papel fundamental en la absorción del calcio y la prevención de enfermedades como la osteoporosis. Sin embargo, esta visión es tremendamente limitada, ya que la conocida como «vitamina del sol» desempeña funciones cruciales en multitud de procesos biológicos que van mucho más allá del esqueleto; su influencia se extiende al sistema inmunitario, actuando casi como una hormona que regula múltiples procesos fisiológicos esenciales, a la función muscular e incluso, y aquí reside la clave de nuestra cuestión, a nuestro estado de ánimo y niveles de energía. Un déficit de esta vitamina puede tener repercusiones sistémicas que afectan directamente a nuestra sensación de bienestar general.

Nuestro cuerpo produce vitamina D principalmente a través de la exposición de la piel a la luz solar ultravioleta B (UVB), siendo esta la fuente más importante y natural. Aunque también podemos obtener pequeñas cantidades a través de ciertos alimentos (pescados grasos, huevos, alimentos enriquecidos) y suplementos, la síntesis cutánea es la vía principal para alcanzar niveles óptimos; sin embargo, factores como la latitud, la estación del año, el uso de protectores solares, el tiempo que pasamos en interiores y el tipo de piel influyen enormemente en esta producción, haciendo que el déficit sea sorprendentemente común, incluso en países soleados. Entender cómo obtenemos esta vitamina y por qué podríamos tener carencia de ella es el primer paso para comprender por qué nos sentimos tan a menudo cansados o anímicamente bajos, síntomas fácilmente confundibles con estar estresado.


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