martes, 15 abril 2025

No estás estresado, simplemente te falta esto que nadie menciona

Vivimos tiempos acelerados, casi frenéticos, donde la multitarea se ha convertido en la norma y las exigencias parecen multiplicarse sin fin. Es fácil sentirse estresado en medio de este torbellino cotidiano, atrapado en una espiral de obligaciones laborales, responsabilidades familiares y una presión social constante por estar siempre activo y disponible; la sensación de agobio parece haberse cronificado en nuestras vidas, convirtiéndose en una especie de ruido de fondo al que, peligrosamente, empezamos a acostumbrarnos como si fuera inevitable, parte del peaje por vivir en el siglo XXI. Llegamos al final del día exhaustos, con la mente embotada y el ánimo por los suelos, achacando todo este malestar a la carga mental y al ritmo imparable que nos impone la sociedad moderna.

Publicidad

Pero, ¿y si esa sensación persistente de agotamiento, esa irritabilidad constante o esa niebla mental que nos acompaña no fuera únicamente producto del estrés tal y como lo entendemos? ¿Qué pasaría si hubiera un factor físico, a menudo ignorado y sorprendentemente común, que estuviera exacerbando esos síntomas o incluso siendo la causa principal de que nos sintamos perpetuamente al límite? Existe una posibilidad real, respaldada por cada vez más evidencia, de que lo que interpretamos como estar irremediablemente estresado tenga una conexión directa con la carencia de un nutriente esencial del que rara vez se habla en relación con nuestro estado de ánimo y niveles de energía; una deficiencia silenciosa que podría estar pasándonos factura sin que seamos conscientes de ello, confundiéndola con las inevitables consecuencias de nuestro ajetreado estilo de vida.

1
¿SEGURO QUE ES ESTRÉS LO QUE SIENTES? REPENSANDO EL AGOBIO DIARIO

Fuente Freepik

La palabra «estrés» se ha colado en nuestro vocabulario habitual con una facilidad pasmosa, sirviendo como cajón de sastre para explicar casi cualquier malestar físico o anímico que experimentamos. Nos sentimos cansados, irritables, nos cuesta concentrarnos o dormir bien, y automáticamente pensamos que estamos estresados, asumiendo que es una respuesta lógica y casi obligatoria a las demandas externas; hemos normalizado tanto esta etiqueta que rara vez nos paramos a cuestionar si podría haber algo más detrás de esa fatiga crónica o ese humor de perros que nos acompaña con demasiada frecuencia. Damos por sentado que la causa es puramente psicológica o circunstancial, sin explorar otras posibles explicaciones fisiológicas que podrían estar influyendo decisivamente en cómo nos sentimos.

Esta autodiagnóstico apresurado, aunque comprensible por la omnipresencia del concepto de estrés en nuestra cultura, puede llevarnos a ignorar señales importantes que nuestro cuerpo nos envía. Atribuir todos nuestros males a estar estresado sin buscar más allá puede impedirnos identificar y abordar problemas subyacentes que sí tienen solución, perpetuando así un estado de malestar que creemos inevitable; es crucial empezar a diferenciar entre la presión real del entorno y cómo nuestro organismo responde a ella, lo que podría enmascarar otras causas subyacentes que merecen atención, especialmente cuando los síntomas persisten a pesar de intentar gestionar mejor nuestras cargas o tomarnos descansos. Quizás la raíz del problema no esté solo en nuestra agenda, sino también en nuestra biología interna.

Atrás

Publicidad