Muchos nos quejamos de no descansar bien, de dar vueltas en la cama sin encontrar esa paz necesaria que nos recargue las pilas para el día siguiente. A menudo buscamos culpables exóticos, pero la respuesta podría estar en un gesto cotidiano que afecta directamente nuestra capacidad para dormir profundamente. Ignoramos señales claras que nuestro cuerpo nos envía, achacando el cansancio a mil factores externos sin mirar hacia una de las rutinas más arraigadas y, a veces, más perjudiciales de nuestra jornada: la última comida del día. Esta cena, realizada sin la debida atención al reloj ni al contenido del plato, puede convertirse en el principal saboteador de nuestras noches, minando nuestra energía vital de forma silenciosa pero constante a lo largo de los años, sin que apenas nos demos cuenta del origen real del problema que nos impide un reposo verdaderamente efectivo.
Ese hábito, casi un ritual para algunos, de cenar tarde y de forma abundante es precisamente el protagonista silencioso de muchas noches en vela o de despertares poco reparadores. Puede que lleve años formando parte de tu rutina, una costumbre tan integrada que ni siquiera sospechas de su influencia negativa en la calidad de tu descanso nocturno. La digestión es un proceso que requiere energía y tiempo, y someter al cuerpo a esa tarea justo cuando debería prepararse para el reposo es como pedirle a un corredor que sprinte justo antes de tumbarse a descansar para recuperar fuerzas. Las consecuencias, aunque sutiles al principio, se acumulan y minan nuestra vitalidad día tras día, creando un círculo vicioso de cansancio y mal descanso que afecta a múltiples facetas de nuestra vida cotidiana, desde el rendimiento laboral hasta nuestro estado de ánimo general.
4¿QUÉ Y CUÁNTO COMER POR LA NOCHE?: ALTERNATIVAS PARA NO SABOTEAR TU DESCANSO

La solución no pasa necesariamente por irse a la cama con el estómago vacío, lo cual también puede dificultar el sueño por la sensación de hambre o la bajada de azúcar, sino por elegir de manera inteligente qué y cuándo cenamos. Optar por cenas más ligeras, basadas en proteínas magras (pollo, pavo, pescado blanco), verduras cocidas o al vapor y una pequeña porción de carbohidratos complejos de fácil digestión (como quinoa, arroz integral o boniato) es una estrategia mucho más amable con nuestro descanso, facilitando una digestión más rápida y menos laboriosa que no interfiera con el proceso natural de prepararse para dormir. Evitar fritos, rebozados, salsas pesadas, ultraprocesados y grandes cantidades de azúcar o grasas saturadas es fundamental antes de dormir si queremos asegurar un reposo de calidad. La clave reside en el equilibrio y la moderación consciente.
Tan importante como el contenido del plato es la hora a la que nos sentamos a la mesa por última vez en el día, un factor a menudo subestimado en nuestra ajetreada vida moderna. Los expertos en sueño y nutrición suelen recomendar dejar un margen de al menos dos o tres horas entre la finalización de la cena y el momento de acostarse, tiempo suficiente para que la parte más intensa de la digestión haya concluido y el cuerpo pueda empezar a relajarse adecuadamente. Este intervalo permite que los niveles de azúcar en sangre se estabilicen, que el sistema digestivo reduzca su actividad principal y que la temperatura corporal comience a descender, creando las condiciones óptimas para un buen descanso y ayudando a dormir mejor y de forma más continua. Anticipar la cena es una de las mejores inversiones en salud nocturna que podemos hacer.