Muchos nos quejamos de no descansar bien, de dar vueltas en la cama sin encontrar esa paz necesaria que nos recargue las pilas para el día siguiente. A menudo buscamos culpables exóticos, pero la respuesta podría estar en un gesto cotidiano que afecta directamente nuestra capacidad para dormir profundamente. Ignoramos señales claras que nuestro cuerpo nos envía, achacando el cansancio a mil factores externos sin mirar hacia una de las rutinas más arraigadas y, a veces, más perjudiciales de nuestra jornada: la última comida del día. Esta cena, realizada sin la debida atención al reloj ni al contenido del plato, puede convertirse en el principal saboteador de nuestras noches, minando nuestra energía vital de forma silenciosa pero constante a lo largo de los años, sin que apenas nos demos cuenta del origen real del problema que nos impide un reposo verdaderamente efectivo.
Ese hábito, casi un ritual para algunos, de cenar tarde y de forma abundante es precisamente el protagonista silencioso de muchas noches en vela o de despertares poco reparadores. Puede que lleve años formando parte de tu rutina, una costumbre tan integrada que ni siquiera sospechas de su influencia negativa en la calidad de tu descanso nocturno. La digestión es un proceso que requiere energía y tiempo, y someter al cuerpo a esa tarea justo cuando debería prepararse para el reposo es como pedirle a un corredor que sprinte justo antes de tumbarse a descansar para recuperar fuerzas. Las consecuencias, aunque sutiles al principio, se acumulan y minan nuestra vitalidad día tras día, creando un círculo vicioso de cansancio y mal descanso que afecta a múltiples facetas de nuestra vida cotidiana, desde el rendimiento laboral hasta nuestro estado de ánimo general.
3EL MITO DE «CAER RENDIDO»: POR QUÉ LA PESADEZ NO ES SUEÑO REPARADOR

Existe una creencia popular, bastante extendida en nuestra cultura, de que una cena abundante provoca una somnolencia que ayuda a conciliar el sueño rápidamente, casi como si nos «apagaran. Sin embargo, esa sensación de pesadez y letargo no es sinónimo de un descanso reparador y beneficioso, sino más bien una especie de «aturdimiento» provocado por el esfuerzo digestivo y los cambios en el flujo sanguíneo dirigidos al estómago. Aunque puedas quedarte dormido antes, la calidad de ese sueño se ve comprometida, con más interrupciones y menos tiempo en las fases profundas, que son cruciales para la recuperación física y mental necesaria para dormir bien y despertar con energía. Es un espejismo de descanso que nos engaña noche tras noche.
El cuerpo, ocupado en la descomposición y asimilación de los alimentos ingeridos tardíamente, no logra alcanzar con facilidad las etapas de sueño profundo (fase No REM 3 y 4) ni la fase REM, momentos clave para la consolidación de la memoria, el aprendizaje y la reparación celular. El resultado es un sueño más ligero y fragmentado, con microdespertares de los que quizás ni siquiera somos conscientes, pero que impiden que nos levantemos sintiéndonos realmente descansados y renovados. Aunque hayas pasado ocho horas en la cama, la sensación al despertar puede ser de cansancio, como si apenas hubieras pegado ojo, afectando la calidad al dormir y repercutiendo negativamente en tu día. La cantidad de horas no siempre equivale a calidad de descanso cuando las condiciones internas no son las adecuadas.