jueves, 17 abril 2025

El gesto de antes de dormir que sabotea tu descanso desde hace años

Muchos nos quejamos de no descansar bien, de dar vueltas en la cama sin encontrar esa paz necesaria que nos recargue las pilas para el día siguiente. A menudo buscamos culpables exóticos, pero la respuesta podría estar en un gesto cotidiano que afecta directamente nuestra capacidad para dormir profundamente. Ignoramos señales claras que nuestro cuerpo nos envía, achacando el cansancio a mil factores externos sin mirar hacia una de las rutinas más arraigadas y, a veces, más perjudiciales de nuestra jornada: la última comida del día. Esta cena, realizada sin la debida atención al reloj ni al contenido del plato, puede convertirse en el principal saboteador de nuestras noches, minando nuestra energía vital de forma silenciosa pero constante a lo largo de los años, sin que apenas nos demos cuenta del origen real del problema que nos impide un reposo verdaderamente efectivo.

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Ese hábito, casi un ritual para algunos, de cenar tarde y de forma abundante es precisamente el protagonista silencioso de muchas noches en vela o de despertares poco reparadores. Puede que lleve años formando parte de tu rutina, una costumbre tan integrada que ni siquiera sospechas de su influencia negativa en la calidad de tu descanso nocturno. La digestión es un proceso que requiere energía y tiempo, y someter al cuerpo a esa tarea justo cuando debería prepararse para el reposo es como pedirle a un corredor que sprinte justo antes de tumbarse a descansar para recuperar fuerzas. Las consecuencias, aunque sutiles al principio, se acumulan y minan nuestra vitalidad día tras día, creando un círculo vicioso de cansancio y mal descanso que afecta a múltiples facetas de nuestra vida cotidiana, desde el rendimiento laboral hasta nuestro estado de ánimo general.

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LA DIGESTIÓN NOCTURNA: UNA FÁBRICA A PLENO RENDIMIENTO MIENTRAS INTENTAS DESCANSAR

Fuente Freepik

Cuando nos vamos a la cama con el estómago lleno, especialmente tras una cena rica en grasas o carbohidratos complejos, nuestro sistema digestivo se ve forzado a trabajar a marchas forzadas. Este proceso metabólico genera calor y actividad interna, justo lo contrario de lo que el cuerpo necesita para iniciar el proceso de enfriamiento natural asociado al adormecimiento y al sueño profundo. En lugar de ralentizarse, nuestro organismo sigue en plena ebullición, dificultando la transición hacia las fases de descanso más reparadoras y afectando la capacidad para dormir sin interrupciones molestas. Es una lucha interna donde la necesidad de digerir compite directamente con la de descansar, una batalla que casi siempre perdemos si no tomamos medidas conscientes para evitarla cambiando nuestros hábitos alimenticios nocturnos. El cuerpo pide pausa y nosotros le damos trabajo extra.

Esta actividad digestiva intensa durante la noche no solo impide un descanso óptimo, sino que también puede provocar molestias físicas muy concretas que dificultan aún más el reposo. El reflujo gastroesofágico, la acidez estomacal o una simple sensación de pesadez son compañeros habituales de quienes cenan copiosamente antes de acostarse, síntomas que inevitablemente interrumpen el sueño o impiden siquiera conciliarlo con facilidad. Es difícil encontrar una postura cómoda cuando el estómago protesta, convirtiendo la cama en un escenario de incomodidad en lugar de un refugio para el reposo reparador que tanto necesitamos. Sentirse hinchado o con ardor es una invitación directa al insomnio, transformando la noche en una experiencia frustrante en vez de recuperadora y placentera como debería ser.

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