El Madrid de los años veinte no perdona y las protagonistas de la Favorita 1922 están a punto de darse cuenta de ello de la manera más brutal. Desde la desesperada búsqueda de Pelayo, han llegado a un laberinto de mentiras, de deseos ocultos y peligros imprevistos. Por cada paso que avanzan se acercan a una verdad que puede que no estén preparadas para descubrir.
En el último episodio, la desaparición de Pelayo provoca la cadena de una serie de reacciones que han ido dejando las cartas de los personajes al descubierto: Cecilia, la más reservada, sorprende por dejar ver, en billares y hombres moralmente cuestionables, la mujer que es; Elena intenta equilibrar sus obligaciones con su trabajo, su relación con Julio y la atracción que la desborda.
1BILLARES Y SECRETOS

Nada de lo que ocurre en La Favorita 1922 es lo que parece y Cecilia lo pone de manifiesto porque en el centro de la narración se abre un mundo al que Elena nunca se hubiera atrevido a acercarse. La búsqueda de Pelayo las llevará a un tugurio de billares muy agitado por hombres de mala fama pero en el que el humo de los tabacos cubre de forma impenetrable el aire y las miradas no revelan mucho más de lo que esconden las palabras. Elena descubre con sorpresa que esta especie de sumisión no va con Cecilia, que en cambio parece muy desenvuelta, incluso inquietante.
Sus gestos nos sugieren que no es la primera vez que estos espacios son parte de su trayectoria, algo que contrasta con la imagen estereotipada de mujer recatada que, al menos para Elena, se había venido enlazando en la vida privada. La incomodidad de Elena es enorme frente a la capacidad de Cecilia para mantener conversaciones, sonreír, jugar como si fuera habitual y como si, en definitiva, llevara mucho tiempo frecuentando estos tipos de lugares. Hay un destello en sus ojos, una seguridad que confunde y un cierto matiz de satisfacción al saber que, de alguna manera o desde hace mucho tiempo, Cecilia se ha desprendido de una máscara.
Al mismo tiempo, llega la cena al restaurante y la tensión entre Elena y Julio alcanza el punto en el que ya sólo se puede despreciar al otro. El tema del «fracaso» del «reportaje» pesa en los corazones de ambos como una losa, pero lo que «realmente» deteriora el clima entre ellos es su «nueva» relación de amistad entre Elena y Lola, la amante o pareja o compañera de (dos o tres) años de Julio. La simpatía que despierta Lola pasa por alto y sólo aumenta la culpa de Elena, encarnada por la figura que siente que atrae su atracción hacia su nuevo «socio».
Roberto no es un «desconocido» para «Ana», a quien al instante le reconoce, pues es el joven problemático del cabaret meses atrás que fue expulsado de la misma. La llegada de Roberto no se deben a cuestiones «casuales»: unas miradas cómplices entre el joven Roberto y algunos clientes del restaurante pegados/podados (al cual ya me refería en páginas atrás) me hacen intuir que se está realizando un «juego de representación».