Las noches en vela, dar vueltas en la cama sin encontrar postura, mirar el techo esperando un sueño que no llega… son experiencias demasiado familiares para una gran parte de la población española. Inmediatamente, muchos se auto diagnostican con ansiedad, esa palabra que parece flotar en el aire de nuestro tiempo, pero ¿y si el problema real no fuera un trastorno psicológico profundo, sino algo mucho más mundano y modificable que hacemos justo antes de meternos entre las sábanas? A menudo, la causa de nuestro mal descanso no reside en una preocupación existencial irresoluble, sino en una serie de hábitos nocturnos que hemos normalizado sin ser conscientes de su impacto devastador en la calidad de nuestro reposo.
Vivimos en una sociedad acelerada, hiperconectada y exigente, donde desconectar se ha convertido en un lujo difícil de alcanzar y los rituales previos al sueño se han visto invadidos por costumbres poco saludables. Estas prácticas, lejos de prepararnos para un descanso reparador, activan nuestro cuerpo y mente de formas contraproducentes, generando una sintomatología que fácilmente podemos confundir con un cuadro de ansiedad nocturna. Explorar estas rutinas y entender su mecanismo es el primer paso para recuperar el control sobre nuestras noches y, por ende, sobre nuestro bienestar general, desmontando la idea de que todo malestar al cerrar los ojos es, necesariamente, ansiedad.
5UN ENTORNO POCO PROPICIO: EL DORMITORIO COMO CAMPO DE BATALLA

Finalmente, el propio entorno físico donde intentamos dormir juega un papel crucial y a menudo subestimado en la calidad de nuestro descanso. Un dormitorio que no reúne las condiciones óptimas puede convertirse en una fuente constante de microinterrupciones y malestar, contribuyendo a esa sensación de noche agitada que podríamos achacar erróneamente a la ansiedad. Factores como una temperatura inadecuada (demasiado calor o frío), la presencia de ruido ambiental, ya sea externo o interno (ronquidos de la pareja, electrodomésticos), o la filtración de luz (farolas, dispositivos electrónicos con pilotos encendidos) pueden fragmentar el sueño sin que seamos plenamente conscientes.
Además de estos elementos externos, la comodidad de la cama es fundamental; un colchón viejo o inadecuado, una almohada que no ofrece el soporte correcto o ropa de cama incómoda pueden generar tensión física y dificultad para encontrar una postura relajada. Toda esta suma de incomodidades físicas puede traducirse en un sueño superficial, despertares nocturnos y una sensación general de no haber descansado, lo cual puede exacerbar sentimientos de frustración y preocupación por el sueño, retroalimentando un estado que se asemeja a la ansiedad, pero cuyo origen está en un entorno inadecuado. Crear un santuario del sueño –oscuro, silencioso, fresco y confortable– es una inversión directa en nuestra salud nocturna y bienestar general, ayudando a descartar factores ambientales antes de asumir que la ansiedad es la única culpable.